La actividad laboral no lo es todo en la vida de una persona. Conviene saber desconectar de ella con el cultivo de aficiones
Artículo publicado en El Correo (08/09/2024)
Cuentan que estaba Pío Baroja entrecavando en el huerto o jardín próximo a su casona Itzea, en Vera de Bidasoa (Bera en la actualidad), y un vecino que pasaba le dijo: «¡Buenos días, don Pío! Trabajando, ¿eh?». Don Pío respondió: «No, no; estoy descansando». A los pocos días, estaba don Pío sentado en su sillón delante de la casa en actitud reflexiva. Pasó otro vecino y le dijo: «¡Buenos días, don Pío! ¿Descansando?». La respuesta fue: «Descansando, no; trabajando». Una anécdota que, además de chocante, ejemplifica algo evidente: en ocasiones lo que para unos es trabajo para otros resulta descanso; y viceversa.
La vuelta a la actividad laboral tras las vacaciones estivales puede ser el momento oportuno para proponer, aunque sea de forma no sistemática, unas breves reflexiones sobre el trabajo y el descanso. Descanso y trabajo, con conjunción copulativa en lugar de disyuntiva. Uno de los estilos de pensamiento que, según la terapia cognitiva, provoca emociones y conductas negativas es el llamado pensamiento dicotómico, o ver la realidad en «blanco o negro», sin tonalidades intermedias. Así, acentuar la oposición entre trabajo y descanso o, más exactamente, considerar el trabajo como malo y desagradable y el descanso como bueno y placentero.
Con esto no invito a remplazar una actitud negativa hacia el trabajo por otra artificialmente positiva. Hay puestos de trabajo que, bien debido al gran esfuerzo físico o mental que requieren o bien por las circunstancias en que se llevan a cabo –exigencias injustificadas, trato desconsiderado, deficiente retribución económica, escaso reconocimiento social, conflictos con los compañeros, etc.–, presentan una faz poco amable y atractiva. Con todo, en unos casos más que en otros, existe un margen para encontrar al menos un adarme de positividad y de motivación intrínseca hacia el propio trabajo. Conviene no contagiarse –ni contagiar– por las opiniones negativas que flotan en el ambiente respecto al trabajo en general y a algunos en particular. El rechazo hacia el trabajo o la actitud negativa beneficia muy poco al que lo tiene que practicar.
Hace unos años paseaba por las calles de Tudela con un amigo de Bilbao. La rotura inoportuna del cordón de uno de sus zapatos nos llevó a un establecimiento de reparación de calzado. La persona que nos atendió –no le conocía, pero creo que era el dueño–, tras un amable saludo, nos mostró cinco o seis variedades de cordones, informando, sin prisa, de las características de cada uno. Tras elegir mi amigo uno de ellos y pagar su importe –¡un euro!–, se disponía a colocarlo en el zapato pero fue interrumpido por el amable vendedor, que se ofreció a hacerlo él mismo.
Una anécdota en sí baladí, pero que invita a prestar atención y reflexionar sobre algo que, aunque ya sabido, no siempre es tenido en cuenta: la actitud de muchas personas que ejercen su actividad laboral con profesionalidad y amabilidad. Por supuesto, sin despreciar la remuneración económica incluyen en la retribución la satisfacción del propio trabajo bien hecho y el complacer y servir a otras personas. Porque el trabajo, incluso el más sencillo, dignifica a quien lo realiza y merece el reconocimiento y aprecio social. Sin embargo, no son raras las noticias sobre expresiones de desprecio o agresiones verbales y físicas a profesionales que ejercen en servicios públicos, por ejemplo los de la salud o de la enseñanza. Si los que ejercen en este tipo de trabajos deben ser conscientes de que están al servicio de las personas y necesitan actuar con competencia y amabilidad, también los que acuden a ellos han de evitar exigirles con malas formas o tomarlos como chivos expiatorios de las instituciones o de sus responsables.
El trabajo no lo es todo en la vida de una persona. La frase «no poner todos los huevos en la misma cesta» es una sabia invitación a reducir los riesgos económicos diversificando las inversiones. El escritor ruso Anton Chéjov expresaba su satisfacción por tener dos profesiones y alternar su práctica: la de médico y la literaria. Una invitación no al pluriempleo, sino a saber desconectar con el cultivo de las aficiones personales y la puesta en práctica de unas sencillas y variadas gratificaciones diarias (naturaleza, lectura, música, relaciones sociales y familiares, etc.), en lugar de llevarse a casa el trabajo –no me refiero al teletrabajo– y convertirlo en monotema de la conversación familiar. Recordemos la frase, atribuida Freud, que contiene la clave de la salud mental y social: conjugar armónicamente los verbos «amar y trabajar».
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