Intentos anteriores de ‘cambiar Oriente Próximo’ con guerras, asesinatos y desplazamientos no lograron eliminar la cuestión de la ocupación palestina.
Artículo publicado en El Correo (07/10/2024).
Doce meses después de que Hamás asesinara en Israel a 1.200 ciudadanos y secuestrara a otros 240, continúa la destrucción sistemática de Gaza, con cerca de 42.000 víctimas mortales (sin contar las enterradas entre escombros), y podría generalizarse la guerra entre Israel, Líbano e Irán.
Hamás mantiene como rehenes a un centenar de israelíes (se estima que 35 estarían muertos). Las negociaciones para liberarlos, con la mediación de Catar, Egipto y Estados Unidos, están congeladas. Familiares y parte de la sociedad israelí acusan al primer ministro, Benjamin Netanyahu, de obstaculizarlas con el fin de continuar la guerra, aunque mueran los cautivos. Desde octubre de 2023, EE UU advirtió a Netanyahu que moderara sus respuestas para evitar una guerra regional. Pero el Gobierno israelí ignoró a su principal aliado y proveedor de armas, considerando que el 7 de octubre es una oportunidad para «cambiar Oriente Próximo» y «ganar la guerra».
Acciones de esta confrontación en varios frentes son la operación en Gaza para acabar con Hamás impactando sobre la población civil; los asesinatos del líder de Hamás Ismail Haniye en Irán; de Hasán Nasralá, jefe máximo de Hezbolá, organización político militar libanesa (un Estado dentro del Estado) y de varios de sus mandos, y de jefes militares iraníes.
El Ejecutivo israelí quiere, además, expulsar a un alto número de palestinos de Gaza y Cisjordania, anexionar este último territorio, derrocar al Gobierno de Irán y acabar con los grupos contrarios a Israel apoyados por Teherán que operan desde Yemen, Siria e Irak.
En otro campo, Israel ha redoblado los ataques a Naciones Unidas: exige el cese del secretario general, António Guterres, y quiere cerrar UNRWA, la agencia de la ONU para la protección de 5,9 millones de refugiados palestinos. Asimismo, ha rechazado las recomendaciones del Tribunal Internacional de Justicia para detener la operación en Gaza que podría incurrir en el delito de genocidio, y las órdenes de detención contra altos cargos del Gobierno israelí (y líderes de Hamás) de la Corte Penal Internacional.
Israel cuenta con dos pilares para esta compleja iniciativa. Primero, el apoyo militar y diplomático de EE UU y de casi toda Europa. Segundo, su arsenal nuclear. Aunque nunca lo ha reconocido, posee como mínimo 80 armas de este tipo. En 2014 Naciones Unidas le urgió a renunciar a su posesión, adherirse al Tratado de No Proliferación y aceptar la verificación de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Tel Aviv nunca aceptó estos requerimientos, reservándose la opción de usar el arma nuclear. Como represalia por los asesinatos de dirigentes de Hamás y Hezbolá, Teherán ha llevado a cabo dos ataques con misiles contra Israel. El Gobierno de Netanyahu discute en estos días si atacar las instalaciones atómicas iranies (junto con las de explotación de petróleo), y los ayatolás, sobre acelerar su programa nuclear militar.
Hamás consideró en 2023 que un golpe como el del 7 de octubre sería una llamada de atención ante la falta de interés de la comunidad internacional por la ilegal ocupación israelí de los territorios palestinos de Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos negociaban en ese momento el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Hezbolá realizó desde octubre pasado ataques limitados contra territorio hebreo en la frontera con Líbano. Miles de israelíes tuvieron que desplazarse. El objetivo era presionar a Netanyahu para aceptar un alto el fuego en Gaza y recordarle que la milicia libanesa podría usar su poderoso arsenal contra Israel si este lanzara un ataque a Irán.
Ahora, el equilibrio mantenido entre Israel, Irán y Hezbolá se ha roto. Esta organización y Hamás subestimaron, al igual que Washington y Teherán, el interés del Gobierno ultraderechista de Netanyahu y del ejército israelí en ir a una guerra en todos los frentes, para la que se prepararon durante décadas. Netanyahu, además, sabe que la guerra y el aumento del precio del crudo benefician a Donald Trump, su aliado, en las elecciones de noviembre. Israel tiene a EEUU y Europa de su lado, e implícitamente a los gobiernos árabes que apoyan retóricamente a los palestinos para complacer a sus sociedades, pero odian y temen a Hamás y Hezbolá.
Diversos intentos anteriores de ‘cambiar Oriente Próximo’ a través de asesinatos, guerras y desplazamientos no lograron eliminar la cuestión palestina. El resentimiento por la ocupación de los territorios y las matanzas generarán nuevas resistencias contra Israel. Entretanto, ha quedado en evidencia que la influencia política de EE UU y Europa es totalmente nula en la región.
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