Sí, como convivir con una pareja, pero sin certezas las relaciones se debilitan.
Artículo publicado en Expansión (15/10/2024)
Cuando un jarrón se rompe, los trozos se pueden pegar, pero nunca queda igual. Así me describió una amiga la confianza y no les niego que sentí una mezcla de tristeza, imperfección y vulnerabilidad, probablemente por miedo a fallar y decepcionar o quizás a sentirme decepcionada. Después, en una conversación con un grupo de estudiantes sobre el mundo del trabajo, del entorno actual, del liderazgo, de la motivación como motor, de la actitud como camino y de la necesidad de ilusión como ingrediente que todo lo cambia comprendí y sentí algo en lo que no había reparado: sentí de manera dolorosa que desconfían. Quizás lo percibí más aún por esa sensación que me había dejado la reciente historia del jarrón, o quizás porque siempre he sido sensible al tema de la confianza. Desconfían de las empresas, de sus líderes, de sus misiones y visiones, de las organizaciones insensibles a la inteligencia emocional; de personas que meten a la Generación Z en la caja de generaciones, como si fueran todos iguales, como si la homogeneidad hubiera cubierto con su manto el valioso poder de la diversidad, de la diferencia.
El Instituto de Liderazgo para la Sostenibilidad de la Universidad de Cambridge publicó un informe en 2020 en el que afirmaba que “las personas importan. Las personas son la base de los sistemas: las organizaciones resilientes no pueden existir sin personas resilientes, por lo que tenemos que entender qué se necesita para mejorar la resiliencia física, emocional y psicológica e invertir en el bienestar de las personas”.
De los avances casi diarios de la inteligencia artificial al evento We robot en el que Elon Musk presentó a un Optimus, su robot humanoide, sirviendo bebidas y marcándose unos pasos de baile, cada día surgen noticias que nos impactan y nos recuerdan que el futuro de las películas de ciencia ficción ya está aquí. Todo ello junto a una verdad inapelable, cruda como la realidad de las guerras y real como el avance imparable de esa inteligencia artificial: la falta de confianza se asoma a todos los escenarios y escaparates de la vida. De las noticias fake a las estafas virales; de la mentira a golpe de match de Tinder a la falta de confianza en la sociedad; de las imágenes de felicidad en Instagram a los likes comprados, pasando por las decepciones en las organizaciones y en sus líderes cuando olvidan que, efectivamente, tal y como dice ese informe de Cambridge, las personas importan.
Stephen M. R. Covey en su libro La velocidad de la confianza asegura que “lo sabes cuando la sientes”. Y es que cuando confiamos en las personas, creemos en ellas, en su integridad y en sus capacidades. Ya lo dice la RAE: la confianza es “la esperanza firme que se tiene de alguien o algo”. Y esa esperanza es tan importante como el aire, es el “armazón de la existencia del ser humano en el tiempo”, afirmaba el profesor y filósofo Leonardo Polo, que hablaba de las tres dimensiones de la esperanza. La primera es el optimismo: “El pesimismo encierra y paraliza. En cambio, la persona esperanzada camina hacia lo mejor, sale del ensimismamiento y se pone en tarea”, porque un optimismo sin esperanza es trivial. La segunda es el futuro, porque sin él no hay mañana. Y la tercera dimensión es la tarea, ponerse en acción.
Y, si la esperanza es fundamental para la confianza, ¿qué es realmente la confianza? ¿Es algo que puede romperse de manera irreparable o es posible vivir en la duda constante? ¿Qué sucede cuando te desenamoras porque algo se ha roto en la confianza, ya sea hacia una persona, una organización o incluso hacia la vida misma? Y no dejan de surgir preguntas: ¿es posible convivir con alguien en quien no se confía? ¿Se puede considerar realmente a alguien un mejor amigo si la confianza es la gran ausente? ¿Y trabajar en un lugar donde se desconfía de los compañeros, del jefe o incluso de la misión de la empresa? Quizás la respuesta es sí, se puede. Y si es así, habría que evaluar con qué consecuencias y por cuánto tiempo se puedeaguantar así. En Alicia en el País de las Maravillas, Alicia le pregunta al Conejo Blanco: “¿Cuánto tiempo es para siempre?” Y él responde: “A veces, sólo un segundo”.
La base de cualquier relación
La confianza es frágil. Y lo transforma todo. No sólo es la base de cualquier relación, sino también el motor e impulsor que nos permite colaborar, aprender, sumar, compartir, asumir riesgos, creer, hablar con libertad… que nos permite amar. Sin confianza, las relaciones se vuelven débiles, aumenta la inseguridad, los equipos se resienten, el talento se asusta, el aire se vuelve tóxico e irrespirable bajo la sombra de la sospecha y el recelo. Afirma Covey que “la capacidad de infundir, cultivar, desarrollar y recuperar la confianza es la competencia de liderazgo clave en la nueva economía global”.
Pienso en esa conversación con los estudiantes, en el jarrón y recuerdo algo que me devuelve la esperanza. Una alumna japonesa nos habló del arte kintsugi y dijo que en su país en lugar de tirar un jarrón roto, se repara con una laca mezclada con polvo de oro. Cada grieta se transforma en una línea dorada que no sólo restablece la funcionalidad del jarrón, sino que, a pesar de fracturas e imperfecciones, o precisamente por ello, se convierte en un símbolo de resiliencia, de transformación. Y nos recuerda la fragilidad de la confianza, de esa confianza que requiere atención, cuidado y dedicación para que resurja más fuerte y cuente su propia historia. Hoy llamaré a mi amiga para contarle que los jarrones también se arreglan.
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