Artículo publicado en El Correo (14/10/2024)
Aunque sea responsabilidad directa de los gobernantes, e incumba también a entidades administradoras de carteras propias y de clientes, así como a los distintos laboratorios de ideas, cada cual, incluido el ciudadano no iniciado en los intrincados vericuetos de la economía tiene formada su opinión acerca de los acontecimientos futuros. Lo importante, naturalmente, es cómo de acertada sea dicha opinión. El tema es delicado porque una percepción pesimista en exceso tiene efectos psicológicos negativos que, de extenderse a amplios colectivos sociales, genera resultados reales convirtiéndose en una ‘profecía autorrealizada’, en una crisis autoinfligida.
Algunos indicadores anticipan aceptablemente el futuro. Citaremos algunos, no todos, con los que advertir posibles recesiones.
Comenzando por los fiascos financieros. Así, la crisis de las cajas de ahorro en España en los años 2010 y siguientes o la caída de Lehman Brothers, que marcó el estallido de la gran crisis global de 2008. Las crisis financieras tienen un efecto contagio importante y de conducir a restricciones drásticas, los llamados ‘corralitos’, son antesala de males mayores, como ha sido, repetidamente, el caso de argentina, y en 2010 el caso de Grecia.
Otro indicador principal es el tipo de interés de la deuda soberana a largo plazo. Si la solvencia del país decae, los inversores reclamarán tipos de interés cada vez más altos para comprar nueva deuda. Si el tipo de interés se dispara, nadie comprará finalmente dicha deuda y el país concernido suspenderá sus pagos internacionales. Grecia, Irlanda y Portugal son ejemplos de tales siniestros, que llevaron en 2008 y siguientes a su intervención por parte de Bruselas.
Las encuestas también proveen de información valiosa. Se pueden agrupar en dos categorías: índices de confianza del consumidor e índices de confianza empresarial. Los primeros recogen la percepción de los consumidores acerca de la situación económica presente y sus expectativas sobre la evolución futura. Los segundos reflejan la percepción de los empresarios sobre análogos aspectos. Ambas ayudan a anticipar la marcha económica de un país en el corto plazo.
Un indicador de crisis, particularmente seguido en los Estados Unidos, se refiere a la inversión de las curvas del tipos de interés de la deuda pública, en cuyo caso los tipos de la deuda a corto plazo son más altos que los de la deuda a largo plazo, fenómeno en principio irracional ya que a mayor plazo se sigue mayor riesgo demandándose lógicamente mayores tipos. Si el mercado advierte una recesión cercana exigirá de inmediato tipos a corto mayores olvidándose de los de largo plazo, lo que conduce a la inversión de las curvas. Desde 2022 y hasta fecha bien reciente los tipos de la deuda americana han estado invertidos, presagiando una crisis, que finalmente no ha tenido lugar. No obstante, la correlación entre inversión de tipos y recesión ha registrado una fiabilidad aceptable en una larga serie histórica en Estados Unidos.
Ni que decir tiene que sucesos catastróficos, incluidas grandes epidemias, desastres naturales o guerras, pueden conducir a recesiones económicas, directa o indirectamente. Aunque un país no esté directamente involucrado en los sucesos, su presencia en mercados globalizados puede afectarle, incluso gravemente, si se obstruyen las cadenas de suministros. Ejemplos de esto último están bien presentes en nuestra memoria, como consecuencia de las crisis de Ucrania y previamente de la epidemia Covid-19.
Existen muchos indicadores más. Pero tampoco hay que olvidar que la práctica de la previsión económica viene acompañada de algunos vicios que limitan sus probabilidades de acierto. Conflictos de intereses, falta de transparencia, abandono de la vigilancia, exceso de confianza pensando que ‘ya lo vigilan otros’ o miedo a ir contracorriente porque unas previsiones no venden, esto es, no quieren ser escuchadas, son algunos de ellos.
Con los indicadores en la mano, ¿pueden advertirse signos de recesión en la economía española? Desde el punto de vista macro, y a corto plazo, la respuesta es negativa. Cosa distinta es la situación micro debida al escaso o nulo aumento de los ingresos reales de amplias capas de familias en comparación con el periodo anterior a la pandemia. Nuestro modelo de crecimiento basado en sucesivas ampliaciones del número de personas activas ofrece escasas perspectivas de mejora a cada una por separado, lo que podría conducir a una fractura social, poco previsible al día de hoy. Queda por valorar finalmente la deriva económica a la que puedan conducir el deleznable equilibrio político y la creciente polarización social que venimos sobrellevando.
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