Artículo publicado en Vida Nueva Digital (12-18/10/2024)
Muchas son las cosas que no funcionan bien en nuestro mundo: entre ellas, la realidad económica presenta abundantes dificultades. En nuestra opinión, la pobreza y la desigualdad representan dos problemas evidentes y de gran magnitud. Y a esto deberemos añadir la crisis medioambiental. Lo triste es que la ciencia y la técnica pueden conseguir soluciones para muchas de las necesidades de los habitantes del planeta, pero no damos con el modelo económico que propicie el remedio de estos problemas.
La pobreza extrema, y no tan extrema, es un reto que debemos tratar de solucionar o, al menos, paliar en lo posible, tal como plantean los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. Que haya tantos pobres y tan pobres es una vergüenza para la humanidad. Pero es que, además, hay ricos muy ricos. Algo habrá que hacer para solucionar este problema. Sin fijarnos en esas colosales diferencias a nivel global, en nuestro entorno cercano, encontramos diferencias muy significativas, y esa desigualdad resulta irritante para el que se siente perjudicado.
Si pensamos en los poderosos de hace cinco siglos (reyes, emperadores, gente muy rica…) su sanidad, su ocio, sus medios de transporte… eran muy inferiores a los de un ciudadano español del siglo XXI, incluso de clase media-baja. Pero esos potentados no podían compararse con lo que desconocían; tampoco un contemporáneo nuestro se compara con ellos, lo hace con los ricos que le rodean, y las desigualdades excesivas desazonan.
Crisis medioambiental
También hemos de tener en mente la crisis medioambiental. Precisamente, la actividad económica influye negativamente en el medio ambiente: no deja de ser paradójico que una economía que no satisface las necesidades básicas de muchas personas, y que no es capaz de acabar con las enormes diferencias entre ricos y pobres, sí provoque importantes daños medioambientales, con especiales perjuicios para los más desfavorecidos. Todo esto atenta contra la dignidad de muchos seres humanos.
Como nos recuerda ‘Dignitas infinita’ (n. 1), la dignidad de las personas humanas queda respaldada por la Revelación, e incluso es reconocible por la propia razón; ahí se fundamentan sus derechos. Esa dignidad (n. 11) es fácil de deducir en el Génesis: “Dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ […]. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gn 1, 26-27).
Clamor de los pobres
Vemos también en este mismo número que “en el Éxodo, corazón del Antiguo Testamento, Dios se muestra como el que escucha el clamor de los pobres, ve la miseria de su pueblo, cuida de los últimos y de los oprimidos (cf. Ex 3, 7; 22, 20-26)”. También “los profetas Amós, Oseas, Isaías, Miqueas y Jeremías dedican capítulos enteros a denunciar la injusticia”.
Y Benedicto XVI (n. 5) aseveró que la dignidad de la persona es “un principio fundamental que la fe en Jesucristo crucificado y resucitado ha defendido desde siempre, sobre todo cuando no se respeta en relación a los sujetos más sencillos e indefensos”. El propio papa Benedicto les dijo a los economistas: “La economía y las finanzas no existen solo para sí mismas; son solo un instrumento, un medio. Su finalidad es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Este es el único capital que conviene salvar”.
Respeto a la dignidad
Y siguiendo con las citas a ‘Dignitas infinita’, en el n. 33 dice que el papa Francisco “por una parte, no se cansa de pedir el respeto de la dignidad humana […]. Por otra parte, no deja nunca de señalar a todos las violaciones concretas de la dignidad humana en nuestro tiempo, llamando a todos y cada uno a una sacudida de responsabilidad y de compromiso activo”. Y en el n. 36 se afirma: “Uno de los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad de tantos seres humanos es la pobreza extrema, ligada a la desigual distribución de la riqueza”.
También recoge lo que nos dijo Benedicto XVI: “La riqueza mundial crece en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades. En los países ricos, nuevas categorías sociales se empobrecen y nacen nuevas pobrezas. En las zonas más pobres, algunos grupos gozan de un tipo de superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora. Se sigue produciendo ‘el escándalo de las disparidades hirientes’”. También se ocupa ‘Dignitas infinita’ de los problemas medioambientales: “Pertenece, de hecho, a la dignidad del hombre el cuidado del ambiente…” (n. 28).
El mercado y sus recursos
El mercado, con diferentes peculiaridades, ha sido un sistema económico habitual en la historia humana. Por eso, aunque Jesús de Nazaret no planteó una crítica al sistema, sí lo hizo a algunas de sus consecuencias: por ejemplo, en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). En economía es clave asignar correctamente los recursos: ¿a qué dedicamos nuestro trabajo o nuestras materias primas: a fabricar automóviles o a producir alimentos? ¿Dedicamos más personas a estudiar ingeniería o medicina?
En principio, tenemos que producir todo lo necesario para cubrir las necesidades de todos los hombres y las mujeres, pero ¿cómo se decide la asignación? ¿Podríamos instituir un dictador mundial que tomara esas decisiones para toda la humanidad? Parece poco realista. ¿Puede buscarse ese dictador a nivel de cada país? Cuando se ha hecho, no ha funcionado nada bien. El mercado es el principal sistema que tenemos para asignar los recursos, otros los asignan los Estados, que deciden qué presupuesto se dedica a sanidad, educación…
Un plus de libertad
En el mercado cada individuo decide, con su presupuesto, qué compra; y también, dentro de sus posibilidades, qué produce. Luego hay un plus de libertad, que es muy valioso: está más de acuerdo con la libertad si yo decido cuánto me quiero gastar en transporte que si el Estado decide que el transporte es gratis para menores y jubilados, y lo pagamos entre todos (sin entrar ahora en el hecho de que medidas como esta puedan tener un valor social que las justifique).
En un mercado cada agente tiene una guía para hacer lo que es bueno para la sociedad y un incentivo para hacerlo. Pensemos en el dueño de una pequeña tienda de comestibles: ofrecerá los productos que sus clientes demandan, con una calidad y precio que los hagan competitivos; y está incentivado para actuar así: eso le permitirá ganar dinero. Igual actúa una gran cadena de supermercados. Lo importante es que haya competencia para que los agentes tengan que esforzarse en atender bien a sus clientes. (…)
Leave a Reply