Artículo publicado en El Correo (04/11/2024)
En la excelente película de Alan Pakula (1982), Sophie (Meryl Streep), la protagonista, se ve atormentada por la terrible decisión que tuvo que tomar mientras estaba en el campo de exterminio de Auschwitz. Obviamente, el tramo final de la carrera electoral de Kamala Harris estas últimas semanas tiene poco que ver con las circunstancias vividas por la superviviente del Holocausto. Sin embargo, algo que asemeja a la candidata demócrata al personaje de la novela de William Styron es el hecho de que presiones coyunturales la han puesto ante disyuntivas a las que ella seguramente hubiese preferido no enfrentarse.
Como varios de sus ayudantes han desvelado a ‘Time’ (28 octubre), la vicepresidenta se ha convertido este último mes en «una política mucho más práctica que ideológica, una candidata precavida ante unas elecciones imprevisibles, que ha tenido que hacer juegos malabares para mantener sus vínculos con su jefe, el presidente Biden, y con su propio pasado.
Tal vez el cambio más evidente haya sido, precisamente, el que Harris ha sufrido entre su campaña a la vicepresidencia en 2020 y las propuestas lanzadas este último mes. Mientras entonces se alineaba con la facción más progresista de su partido, ahora ha dado un notable giro al centro en varios temas. Su defensa a ultranza de la sanidad pública y de las energías renovables, así como sus intentos por «descriminalizar» a los inmigrantes y establecer controles para la posesión de armas son ya batallas del pasado. De hecho, Ben Burgis, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Rutgers, se quejaba hace unas semanas en ‘Jacobin’ (18 octubre) de la falta de iniciativas con contenido político de Harris, tanto en temas domésticos como en las relaciones exteriores.
Para los asesores de la vicepresidenta, sin embargo, su tibieza a la hora de abordar temas como las criptomonedas o el conflicto en Gaza se debe a su notable pragmatismo que procura no ‘espantar’ a segmentos más moderados de la población. La propia Harris, cuando se le preguntó en el programa ’60 Minutes’ sobre sus cambios de posicionamiento, admitió que «no hay nada malo en llegar a nuevos consensos (…) siempre y cuando esos consensos no comprometan tus valores». Pero para algunos analistas de la carrera electoral, la decisión de Harris de desplazar el foco de sus mítines hacia asuntos más «efectistas» –como el racismo, militarismo o fascismo de Trump– la han distraído de detallar mejor su proyecto político.
Es cierto que la tardía aparición de Bernie Sanders en la campaña parece apuntar en una dirección diferente, pero para la mayoría de los expertos (ver R. Tait en ‘The Guardian’, 23 octubre), Harris ha derrochado demasiadas energías en sus ataques directos a su rival. Es probable, por otra parte, que el poner el énfasis en lo que, al contrario que Trump, ella nunca haría: recortar el derecho al aborto, imponer enormes aranceles, despedir funcionarios o deportar inmigrantes, haya podido ganarle algunos adeptos estas últimas semanas.
Si hubiese que elegir un ámbito en el que Harris ha centrado buena parte de sus esfuerzos en el tramo final de la carrera, ese podría ser la economía. Tal hecho encaja perfectamente con esa visión pragmática
anteriormente mencionada, pues es entre los trabajadores blancos de clase media-baja donde la candidata tenía más que ganar. Aunque algunos analistas, como Douglas Holtz-Eakin, presidente del ‘American Action Forum’, la han acusado de una política económica continuista con respecto a la desarrollada por Biden, lo cierto es que ha preparado varios paquetes de medidas dirigidos a la clase media que intentan persuadir a algunos indecisos. Su promesa de deducciones fiscales para los pequeños negocios, así como las ayudas para la adquisición de vivienda y la maternidad, aunque seguramente insuficientes, servirán para aliviar parcialmente las dificultades de esa franja social. Goldman Sachs y otros grupos de expertos ya han manifestado que estas medidas serán bastante más positivas para la economía del país que las propuestas por Trump, que seguramente dispararían los niveles de déficit.
Como se indicaba al principio del artículo, Kamala Harris se ha visto obligada por la coyuntura a repensar sus objetivos desde que fue nominada el pasado verano. Es probable que hubiese preferido continuar con su agenda progresista en temas como el cambio climático, la sanidad o los derechos reproductivos. Sin embargo, tanto su rival como parte del electorado han llevado el debate a terrenos más triviales en los que las descalificaciones mutuas y la compañía de algunas celebridades –Bruce Springsteen, Beyoncé o Los Tigres del Norte– resultan más efectivas que cualquier propuesta política seria. En pocos días sabremos si la decisión de la candidata demócrata ha sido la acertada o si, por el contrario, debía haberse mantenido más fiel a los que, probablemente, sean sus principios más profundos.
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