Los primeros nombramientos de Trump no parecen especialmente alentadores.
En un editorial publicado una semana antes de las elecciones estadounidenses, los analistas políticos de ‘The Guardian’ advertían de que, aunque los resultados iban a ser ajustados, «estos últimos días ha crecido la impresión, la sensación, el temor –llamémosle como queramos– de que Trump está tomando ventaja». Si bien el diario británico se mostraba esperanzado de que Kamala Harris aún podía ganar en último término la contienda, sus sospechas de que la candidata demócrata había exhibido ciertas debilidades durante la campaña acabaron confirmándose. Nunca es fácil discernir hasta qué punto el triunfo o el fracaso de un proyecto político es atribuible a los aciertos y errores de uno mismo o a los del adversario, pero en el caso de la vicepresidenta parece evidente que hay varios asuntos que podían haber sido abordados y gestionados mucho mejor.
Aunque es de justicia admitir que Harris se embarcó en la carrera electoral en julio llena de energía, entusiasmo y confianza, tras los primeros éxitos que culminaron en el debate televisivo de septiembre las sombras empezaron a surgir estos dos últimos meses. Por una parte, aunque intentaba visibilizar algunos de sus logros personales como fiscal en California, se vio lastrada por la percepción de que en ningún momento había conseguido distanciarse lo suficiente del legado de Joe Biden. En especial, su tibieza en temas como la inmigración descontrolada o el conflicto en Gaza le ha podido pasar factura con varios grupos de población.
Pero peor aún ha sido su incapacidad de conectar con la clase trabajadora en temas que, como las encuestas revelaban, preocupaban sobremanera a la mayoría de los votantes. Como Milan Loewer afirmaba el mismo día de las elecciones en ‘Jacobin’, «si Harris pierde las elecciones» será por no haber explotado «un populismo económico más radical contra las propuestas reaccionarias y elitistas de Trump», y haber desplazado el foco de atención a temas como los derechos reproductivos, la gestión de la frontera o la amenaza que su contrincante suponía para la democracia.
En efecto, los sondeos a pie de urna ya hicieron patente que, curiosamente, los trabajadores blancos sin título universitario, así como muchos votantes latinos y negros, estaban dando su apoyo a Trump. El recurrente mensaje del candidato republicano de que la inflación y las dificultades para llegar a final de mes eran culpa de la Administración demócrata calaron mucho en buena parte del electorado. Es interesante comprobar cómo muchos votantes jóvenes –bastantes de ellos indecisos hasta el último momento– o que no habían participado en comicios anteriores también se decidieron mayoritariamente por el republicano. Aunque Harris consiguió la mayoría del voto femenino –alrededor de un 55%–, sus expectativas habían sido bastante más altas, ya que el propio Biden, con una agenda menos orientada a las mujeres, se había acercado más al 60% en las anteriores elecciones. Si a todo esto sumamos que Trump contaba ya con una firme base electoral que ha estado siempre a su lado, los resultados son solo parcialmente sorprendentes.
Dos aspectos de estos resultados resultan especialmente demoledores y justifican la reticencia de Kamala Harris a aparecer en la Universidad de Howard durante la noche electoral. Por un lado, debió de ser ciertamente frustrante ver cómo los Estados bisagra –en los que los resultados eran más inciertos– iban cayendo uno tras otro del lado republicano, a pesar de los esfuerzos finales de ella. Por otro, a medida que avanzaba la noche, cada vez se hizo más evidente que las cuotas de poder demócratas iban a quedar reducidas a mínimos históricos en los tiempos recientes. En un sistema político basado en los controles entre las dos cámaras y los contrapesos entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, ir dándose cuenta de que uno pierde representación en todos esos ámbitos debe de ser difícil de digerir. Es probable que Harris y sus acólitos estén considerando ahora el tipo de respuesta que una derrota tan contundente requiere.
Para Eric Cortellesa (‘Time’, 7-11), si Trump pone en marcha las medidas que ha venido prometiendo durante la campaña, la democracia norteamericana está en serio peligro: «detenciones y deportaciones masivas de inmigrantes, revanchismo contra sus rivales políticos a través del sistema judicial; despliegue de fuerzas militares contra sus propios ciudadanos». El destino del país –y, en buena medida, del resto del mundo– va a estar marcado durante los próximos años por la decisión de hasta dónde quiere implementar su agenda política el padre de MAGA (Make America Great Again). Los primeros nombramientos –Matt Gaetz (fiscal general, que ha acabado retirando su candidatura), Tom Honan (‘border czar’), Robert F. Kennedy, Jr. (Salud) o Elon Musk (Eficiencia Gubernamental), así como otras nominaciones como la de Linda McMahon (secretaria de Educación), no parecen especialmente alentadores.
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