Reflexiones con motivo de la festividad de San Andrés.
Artículo publicado en Deia (29/11/2024)
Mañana se celebra la festividad de San Andrés, patrón de los trabajadores vascos solidarios. Sin duda, una particularidad que para la inmensa mayoría pasará actualmente desapercibida. Poco, por no decir nada, queda de aquellos solidarios. Otro tanto puede decirse del ideal comunitarista que los inspiraba, a partir del principio básico de libertad. Ambos postulados resultaban inherentes al espíritu del pueblo vasco, a su esencia. Sin embargo, a partir de la década de los sesenta del siglo pasado el socialismo se extendió de tal manera que acabó por asfixiar aquellos postulados. Así es como lo global acabó con lo local. Algunos dirán que era inevitable, que no vivíamos en un oasis.
Es cierto que el neoliberalismo triunfante en Occidente tras la crisis del petróleo de mediados de la década de los setenta del siglo pasado tampoco ha ayudado a defender aquellos postulados.
Así, socialismo y neoliberalismo se presentan, en apariencia, como dos polos opuestos, frente a los cuales, en principio, parece difícil mantener cualquier postura intermedia.
Ahora bien, tal vez habría que plantearse si el socialismo no se alimenta de las miserias del neoliberalismo.
Resuena entonces la pregunta realizada por Robles-Arangiz en el lejano 1976: ¿Socialismo o comunitarismo? Precisamente, bajo este título publicó el veterano líder solidario un interesante documento de cien páginas.
Sin embargo, para entonces ya había pasado a la historia la vía intermedia que triunfó y consiguió superar la cuestión social, con la creación del Derecho del trabajo o, en nuestro caso con el cooperativismo del padre Arizmendiarrieta, en ambos supuestos bajo el impulso de la Doctrina Social de la Iglesia, que encajó a la perfección con los viejos postulados vascos.
Una juventud radicalizada que bebía de movimientos internacionalistas, con frecuencia exóticos, para hacer frente a la dictadura, unos líderes lejos de su pueblo y con sus sueños europeístas truncados… crearon un contexto idóneo para alejar a la clase trabajadora de los viejos postulados.
Pero en ese contexto, lejos de triunfar las corrientes internacionalistas que debieran considerar a la clase trabajadora como un todo, por encima de fronteras, comenzaron a cobrar fuerza la renovada ELA y la recién creada LAB. Una nueva fuerza comenzó entonces a forjarse en Euskadi, proveniente del mundo del trabajo y que combinaba nacionalismo con socialismo. Con la instauración de la democracia y la celebración de las primeras elecciones sindicales, al contrario de lo que hiciera en política, durante mucho, demasiado, tiempo la izquierda abertzale, ambas centrales comenzaron a participar en el sistema. Así lo han hecho hasta conseguir, a 31 de enero de 2024, ELA una representación del 41,03% y LAB del 20,17%.
La pugna entre estos sindicatos ha frustrado su unidad de acción real, pues compiten entre sí, como si de dos empresas se tratara. Hubo un momento en que comenzaron a dar pasos juntos, pero la violencia de ETA frustró todo tipo de avance. Ahora, sin violencia, podría pensarse que todo es más fácil pero la realidad demuestra que cada cual defiende su feudo. Lo dicho, son competidores. No obstante, tienen en común que su lucha se traslada al desgaste de unas instituciones que consideran hostiles a sus intereses. Lejos de las mesas de diálogo social que consideran inútiles centran su acción en la lucha. Los datos de 2023 así lo demuestran: durante 2023 hubo 970 conflictos colectivos: por una parte, 325 huelgas, que afectaron a unos 58.300 trabajadores y supusieron 170.000 jornadas no trabajadas. Estas huelgas supusieron el 46% del total de las huelgas convocadas en todo el Estado. Por otra parte, 645 conflictos llegaron al Preco, vía mediación, conciliación o arbitraje, que afectaron, aproximadamente, a 143.000 trabajadores, habiéndose solucionado tan solo un 24,7%. ¿Cambiaría esto si llega al poder la izquierda abertzale?
Con esta lucha se consiguen derechos, tras largos periodos de impasse y bloqueos. Pero el coste parece demasiado elevado para un mundo que avanza a una velocidad trepidante.
Por su parte, la política está plenamente condicionada por los intereses y las fluctuaciones globales, en manos, con demasiada frecuencia, de países antidemocráticos y que, en consecuencia, no respetan ningún derecho humano. Dependencia energética, dependencia alimentaria, dependencia de distintas materias primas… Esto hace que muchos países occidentales a pesar de ser oficialmente independientes no sean soberanos. Ciertamente, sus deudas públicas los maniatan y ahogan. Entonces cabe preguntarse si es posible ser soberano sin ser independiente. Tal vez habría que preguntarse también qué es lo que haría falta para eso.
En este contexto, en la vieja Europa hemos comenzado a transitar desde un estado de bienestar hacia un estado del malestar. La vieja política se resiente, pierde apego. Por el contrario, los populismos y los extremos crecen.
Todo hace indicar que nos encontramos ante una nueva cuestión social. Occidente y, en especial Europa, se encuentran en una encrucijada. Obviamente, Euskadi tampoco ahora es un oasis. Las desigualdades aumentan a nivel planetario. Cada vez son más las personas migrantes. Surgen nuevas enfermedades. Europa envejece, las guerras se recrudecen… Avanzamos hacia el colapso.
Y pese a todo ello, todavía somos unos privilegiados pese a que no nos demos cuenta o, pese a que, simplemente, no nos ponemos a pensarlo. ¿Pero hasta cuándo seguiremos siendo privilegiados?
No avanzaremos por el buen camino si negamos la realidad, y cada cual sigue en lo suyo, en las trincheras del yo y de lo mío, sin percatarse de que el ritmo frenético del mundo acabará por llevarnos por delante como si se tratara de un tsunami. Pequeños logros de unos y otros, vendidos como grandes logros ante una sociedad que carece de capacidad de acción contemplativa, son, en realidad, posturas cortoplacistas. Lógicas, por otra parte, ante una sociedad individualista, dependiente, pasiva y que, eso sí, exige inmediatez para todo.
Pensar en una sociedad libre es un ensoñamiento si no partimos de que lo primero es conseguir que las personas sean verdaderamente libres. Dicho con otras palabras, sin personas libres no hay sociedad libre. Precisamente, para eso es esencial recuperar el espíritu liberal comunitarista. ¿Algo imposible?
Con motivo de la apertura del curso 2024/2025 de la Academia Vasca de Derecho-Zuzenbidearen Euskal Akademia, recientemente he tenido la oportunidad de disfrutar de la brillante lección inaugural del gran y admirado notario Don José María Arriola Arana. Pues bien, me llamaron la atención los numerosos ejemplos que tan magistralmente expuso sobre la affectio societatis que hasta hace unas pocas décadas han caracterizado a la sociedad vasca. Una affectio societatis, entendida como voluntad de unión y como voluntad de poner en común, que, por encima de ideologías y sentimientos, no solo sirvió para crear autóctonamente, sino que también para atraer inversiones extranjeras, hasta el punto de haber conseguido que Bizkaia fuera por metro cuadrado el territorio con mayor inversión extrajera del mundo.
Recapacitando sobre esa affectio societatis, descubro nuevamente la necesidad de contar con ciudadanos libres para que sean capaces de ilusionarse, de tener iniciativa, de emprender.
La formación y el trabajo digno se convierten en factores clave para conseguir esa libertad. En definitiva, es esa libertad de cada persona y sus condicionantes los que deben garantizarse para que, a continuación, sea posible el comunitarismo, del cual la affectio societatis no es más que una de sus manifestaciones.
Por desgracia, las actuales políticas laborales y de protección social no avanzan por esa vía, pues fomentan la precarización y la asistencialización, creando personas dependientes. Se preocupan más por proteger el desempleo, que por apostar por fórmulas de empleo garantizado. Se preocupan más por alargar la vida laboral que por hacer posible la jubilación. Se preocupan más por maquillar las estadísticas con empleos precarios (contratos fijos discontinuos, contratos por circunstancias de la producción, descentralizaciones productivas ineficaces para los trabajadores…) que por fomentar la estabilidad en el empleo. Por su parte, las políticas fiscales no debieran preocuparse solo por la progresividad de hacer pagar más al que más tiene, sino que también debieran preocuparse por premiar a quien haga libre a las personas, creando empleo de calidad, con salarios dignos, y castigar al que no lo hace.
Leave a Reply