Artículo publicado en El Correo (18/11/2024)
Existe consenso incluso entre los analistas políticos, los venerados politólogos, que la exaltación del voto republicano se ha manifestado en las recientes elecciones estadounidenses en clave económica. O dicho de otra manera, ha sido la economía, y en particular la aversión generalizada a la inflación arrastrada durante el mandato de Joe Biden, el factor determinante que ha decidido el triunfo del neoyorquino.
Lo paradójico del caso es que algunas de las medidas contenidas en ‘trumponomics’, el programa económico trazado por el presidente electo, son a su vez inflacionistas. Con lo que llegaríamos a la molesta conclusión de que el voto otorgado a Trump puede alimentar justamente aquello que se pretendía combatir. Con una alta probabilidad, y siempre que Trump no rebaje la radicalidad de sus propuestas, sus seguidores han votado en contra de las razones de su voto.
Veamos algunos ejemplos de planes contaminados con gérmenes inflacionistas.
Comenzando por el probable crecimiento del ya mastodóntico déficit fiscal de Estados Unidos, un 6,4% de su PIB a octubre pasado, solo sustentado en el monopolio del dólar como moneda de reserva mundial. Una vez superada la fantasía de que las generalizadas rebajas fiscales se financien con recortes de otros gastos presupuestarios o con la implantación vigorosa y universal de murallas aduaneras, el Tesoro tirará de deuda pública. En una economía recalentada, los déficits son inveteradamente inflacionarios.
Hemos citado los aranceles. Doctores tendrá el ‘establishment’ americano –tal vez el galáctico Elon Musk– obligados a informar a Trump de una vez por todas que los aranceles no los pagan los extranjeros. Un arancel es un impuesto a las ventas, como el IVA, que incrementa los precios y, en su caso, es inflacionista. Al comprar productos nacionales protegidos o adquirir los extranjeros penalizados, el comprador nacional sufraga el arancel incorporado en el precio del producto como un impuesto silencioso e inadvertido.
Examinemos a continuación la deportación de millares de inmigrantes ilegales o indocumentados, un colectivo que trabaja predominantemente en la agricultura o en la construcción y que supone una fuerza de trabajo mal pagada que deambula en la semiclandestinidad, atendiendo las labores que desprecian los estadounidenses. Sustituirlos por otros trabajadores, nacionales o inmigrantes regularizados incrementará ineludiblemente el coste de la recogida de productos del campo o el precio de las nuevas viviendas. La medida le estallará a Trump en sus propias manos en forma de una notoria subida de precios.
Queda además en el aire la independencia de la Fed, la Reserva Federal, para actuar anticíclicamente contra nuevas repuntes de la inflación, básicamente mediante la política de tipos de interés. Trump detesta los tipos de interés altos como el olor a pescado, ya que –según dice– perjudican a los inversionistas. «En mi caso –ha proclamado Trump– he ganado mucho dinero, he tenido mucho éxito y creo que tengo un instinto mejor que la gente que está en la Reserva Federal o que el presidente». Distintos economistas han advertido que las políticas de Trump acarrean la doble amenaza de una mayor inflación y mayores déficits presupuestarios, lo que podría disuadir a la Reserva Federal de recortar los tipos de interés tan agresivamente como algunos esperan. El pulso estaría servido. La autonomía de la Fed no es constitucional y Donald Trump puede, en un arrebato, borrarla modificando las normas. Pero además del escándalo, ello abriría las puertas a una senda inflacionista. Otra más.
De hecho, la victoria de Trump ha avivado el temor a un repunte de la inflación, según la última encuesta de gestores de fondos de Bank of América. Tras su elección son más los gestores que esperan un repunte de la inflación y menos los que confían en el recorte de los tipos de interés. De hecho, la posible aceleración de la inflación vuelve a ser el principal riesgo para los gestores de fondos, seguida por los conflictos geopolíticos.
Para concluir cabe citar una reciente encuesta de la consultora Gallup cuya conclusión revela que el mayor valor compartido en Estados Unidos hoy en día, más que la economía, más que la familia, más que la religión y más que la comunidad, es el dinero. Ninguna mención al bien común u otros valores existenciales. Así que, tal vez, Donald Trump sea el presidente perfecto para su país en estos momentos.
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