Ir a una cuesta abajo deslizante de insultos, mentiras y odios destruye democracias.
Artículo publicado en El Correo (17/11/2024)
Si las encuestas están en lo cierto hay grandes probabilidades de que a usted la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos le parezca una mala noticia. Ya somos dos. Por ese motivo me tienta escribir un artículo denunciando las mil y una miserias del próximo presidente: sus mentiras, sus delitos y los peligros de sus inconsistentes políticas. Material no faltaría y podría resultar una lectura divertida si el que escribe manejara suficiente ingenio. Podríamos, además, caricaturizar a los más de 75 millones de norteamericanos que han votado a un candidato tan despreocupado por el rigor, tan incapacitado para la responsabilidad y tan desinteresado por el bien del planeta. Pero quizá semejante artículo solo reflejaría mi frustración y mi incapacidad para comprender. Como decía Eric Hobsbawn, todos tendemos a juzgar, lo que resulta difícil es comprender.
La regla de oro de quien quiere acercarse a un mundo mental ajeno es abordarlo en el contexto de ideas, emociones y preocupaciones que le dan sentido. No se trata de aplicar un relativismo simplón ni de concluir que todas las opciones son igualmente justificables, sino de comprender para actuar mejor. Terminar mirando por encima del hombro, con superioridad moral o intelectual, a los millones de votantes de Trump resultaría un tonto consuelo. Ignoraríamos, además, el hecho de que muchos de ellos son tan racionales y buena gente como usted y yo aspiramos a ser.
Quizá deberíamos atrevernos a considerar la consistencia, si quiera imperfecta y parcial, de algunos de los planteamientos que están detrás de esos resultados y que desafían las fronteras del consenso de nuestro buen gusto y de lo que consideramos aceptable como políticamente correcto. Adela Cortina insiste en su último libro en el temor creciente a discutir preocupaciones legítimas que desafían esas convenciones por el riesgo de quedarnos excluidos de la comunidad, en lo que denuncia como una espiral de silencio. Cabe pensar que la ausencia de cauces serenos para dialogar sobre asuntos difíciles facilite que estos personajes los recojan del rincón de lo prohibido, los exploten con ventajismo y terminen presentándose, con la actitud de quien desafía los viejos convencionalismos, como abanderados de lo que no son en absoluto: del sentido común, de la igualdad, de las clases populares y de la libertad.
Hegel explicó que en la historia lo que sucede dos veces supera la condición de evento casual para convertirse en real. Ahora que tenemos a Trump elegido por segunda vez no podemos insistir en considerarlo una insólita singularidad. Bien al contrario, muestra elementos que quizá resulten definitorios de nuestro tiempo, tales como los desafíos de la información y la post-veracidad, el descrédito institucional en las democracias, la incertidumbre ante la complejidad de los enormes cambios sociales, tecnológicos y culturales, y la consecuente añoranza de pasados imaginados como más sencillos de habitar.
La presidencia de Trump supone un debilitamiento del multilateralismo y de la ONU. Trump no solo no cree en la cooperación con la Unión Europea, sino que interviene activamente para debilitarla y para fomentar los modelos iliberales en su seno. Quizá esto obligue a Europa a reaccionar, porque lo cierto es que una Europa centrada en liderar solo en normas y en buenas intenciones no conseguirá garantizar un futuro de paz, libertad y bienestar para nuestros hijos. Conviene no olvidar que Trump fue el presidente que sacó a su país de los consensos contra el cambio climático, que cree que una ocurrencia suya tiene más validez que el consenso científico y que tiene serios problemas para diferenciar los hechos de sus deseos y prejuicios.
La tentación de romantizar alianzas internacionales que se presentan como alternativa a las democracias liberales es comprensible. Pero pensar que esas coaliciones, formadas por estados que lideran los rankings de desigualdad socioeconómica, uniformización y ausencia de las libertades más básicas, pueden presentar una propuesta de fomentar la igualdad, la diversidad y la libertad en el exterior no resulta muy creíble.
En nuestro país nos toca cuidar los espacios de la institucionalidad democrática y del diálogo entre diferentes para evitar esa cuesta abajo deslizante de insultos, mentiras y odios que destruye democracias. Hasta los menores detalles pueden tener significado. Pueden parecer herramientas insuficientes, como si quisiéramos combatir al dragón lanzando florecitas. Pero si resultara que el dragón al que nos enfrentamos no lanza fuego, sino mentiras y emociones socialmente destructivas, entonces el respeto por la persona y por la veracidad, y el cuidado por el valor de las cosas y sus palabras quizá pudieran constituir esas lanzas que el arcángel San Miguel necesita hoy para vencerlo.
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