La decisión de comenzar o no una guerra debería ser tomada por las personas que la van a sufrir
Artículo publicado en El Correo (29/12/2024)
Recuerdo un objeto de casa de mis padres, presente también en otras casas del pueblo: la vaina o casquillo de un obús, utilizado durante la Guerra Civil. Destinado a provocar destrucción y muerte, pasó a convertirse en florero o jarrón. Las flores en lugar de la pólvora y de la metralla. No me interesa el bando que lo lanzó ni su nombre y características precisas. Lo novedoso y relevante es la acción de reciclar un objeto bélico y destinarlo a la decoración de la casa y al agrado de las personas.
Acción que recuerda el gesto de los soldados portugueses en la Revolución de los Claveles en abril de 1974, con un clavel en el cañón de su fusil. Es la expresión del sano sentido común del pueblo llano, que da un uso apropiado y noble a las armas, que no debieron existir. «De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas» (Isaías, capítulo 2).
A la frase del político francés Georges Clemenceau «la guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares» habría que añadir: y de los gobernantes, políticos y de todos los que se lucran con el conflicto. Por supuesto, lejos del campo de batalla. La decisión sobre iniciar o no una guerra debería ser tomada por quienes la van a sufrir y por todas las personas que trabajan de verdad por la paz.
El aforismo «Si quieres la paz, prepara la guerra» («Si vis pacem, para bellum») ha tenido buena aceptación entre políticos y militares. Pero resulta más acertada y deseable esta versión: «Si quieres la paz, prepárate para la paz». Una paz que tenga como base la justicia, el reconocimiento en la práctica de los derechos humanos, la extinción del deseo de dominar al otro, la solución pacífica de conflictos. Si queremos la paz, hemos de prepararnos para la paz.
La Psicología, que investiga los determinantes de la paz y la forma de promoverla, destaca algunos rasgos de la personalidad pacífica, es decir, de la persona que vive en paz y promueve la paz.
En primer lugar, goza de paz interior, fuente eficaz y necesaria para irradiarla en su entorno familiar, laboral, recreacional… Otro rasgo esencial de la personalidad pacífica es la empatía y la compasión, es decir, se pone en el lugar de otras personas, sobre todo de las que sufren. Tiene una autoestima sana, lejos de un destructivo narcisismo. Además, está convencida de que la venganza no es la solución, pues aunque es la respuesta espontánea a la ofensa y busca su reparación, en la práctica provoca una grave e irreversible escalada del conflicto. Practicar el perdón (perdonar y pedir perdón) y el diálogo sincero resulta más sano y eficaz, pues constituyen un vigoroso antídoto contra el odio y el resentimiento.
Otra característica de la persona pacífica es su mentalidad abierta y la capacidad para aceptar la diversidad de personas e ideas. Evita el pensamiento dicotómico o polarizador, esa actitud de dividir entre los míos o los otros, la izquierda o la derecha… Un tipo de pensamiento, que ignora los matices, padre de la división y del conflicto.
El 15 de julio de 1944 una muchacha judía de 15 años, Anna Frank, refugiada con su familia en Ámsterdam, unos meses antes de ser deportada al campo de exterminio nazi de Auschwitz y a poco menos de un año de su muerte en el de Bergen-Belsen, nos ofrecía en su diario esta sencilla y, a la vez, magnífica lección: «Me es absolutamente imposible construir cualquier cosa sobre la base de la muerte, la desgracia y la confusión. Veo cómo el mundo se va convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo cada vez más fuerte el trueno que se avecina y que nos matará, comparto el dolor de millones de personas, y sin embargo, cuando me pongo a mirar el cielo, pienso que todo cambiará para bien, que esta crueldad también acabará, que la paz y la tranquilidad volverán a reinar en el orden mundial».
La personalidad pacífica prosigue su trabajo por la paz a pesar de las noticias poco alentadoras que llegan. Sin profesar un optimismo ingenuo, prefiere mantener firme su esperanza activa y dirigir su mirada a las muchas personas e instituciones realmente comprometidas con la paz. Unas bien conocidas, como Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Teresa de Calcuta y, sobre todo, Jesús de Nazareth. Y la mayoría anónimas o poco conocidas, que con su sencilla vida familiar, profesional y relacional pusieron su piedra, grande o pequeña, para construir la anhelada paz. El ser humano no está hecho para contener la pólvora o la metralla del odio, sino, como la recordada bala de obús reciclada, las flores de la paz, el amor y la amistad. ¡Paz en la Tierra!
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