En este cambio, Elon Musk ha jugado un papel fundamental
Artículo publicado en Empresa XXI (15/01/2025)
Desde que abrí mi cuenta en 2009 en lo que exo»: se llamaba Twitter, esta plataforma se convirtió para mí en un espacio más de conversación y aprendizaje. Durante quince años he compartido ideas, debatido proyectos, aprendido de otros y, sobre todo, conectado con una comunidad interesada en reflexionar sobre tecnología, innovación, liderazgo humanista y los grandes cambios de nuestro tiempo. Sin embargo, lo que en aquel momento me pareció un foro abierto, diverso y estimulante, ahora parece haberse transformado en un terreno de confrontación y polarización.
En este cambio, Elon Musk ha jugado un papel fundamental. Su llegada a la dirección de Twitter supuso un punto de inflexión, y su protagonismo en la nueva “era Trump” otro adicional. Desde su declaración como “absolutista de la libertad de expresión”, las políticas de la plataforma comenzaron a cambiar de manera notable. La reinstauración de cuentas previamente suspendidas, el relajamiento de las normas de moderación y los ajustes en el algoritmo han provocado una dinámica donde el contenido más extremo o controvertido parece ser el más visible. Las consecuencias de estas decisiones son palpables: un aumento en la desinformación, un ambiente más hostil y una sensación creciente de que el diálogo constructivo ha sido reemplazado por gritos y confrontaciones.
Para quienes hemos utilizado esta red social como una herramienta profesional y de intercambio de ideas, esta nueva realidad plantea un dilema profundo. Por un lado, he utilizado mi espacio en XX ha para difundir reflexiones, proyectos e iniciativas que me apasionan. Ha sido una vía para acceder a noticias de actualidad, identificar tendencias y dialogar con personas de todo el mundo. Pero, por otro lado, no puedo evitar preguntarme si al permanecer en la plataforma estoy contribuyendo, aunque sea de manera indirecta, a legitimar el modelo de negocio que Musk ha impuesto. Un modelo que parece priorizar el engagement a través del conflicto, a costa de la calidad del debate público.
Conversando con otras personas he comprobado que este dilema es compartido, y muchas personas empezamos a cuestionar el impacto de nuestra presencia en las redes sociales. Cada usuario forma parte del ecosistema digital que la plataforma explota, no solo para atraer anunciantes, sino también para validar sus prácticas. Si bien abandonar la plataforma puede parecer una solución coherente, hacerlo también implica renunciar a un espacio donde, a pesar de las dificultades, aún es posible interactuar y expresar tus puntos de vista.
Me recuerda la decisión que enfrenta Winston Smith, el protagonista de 1984 de George Orwell. En la distopía que Orwell relata, Winston lucha con la decisión de permanecer dentro del sistema opresivo, tratando de preservar su sentido de identidad y resistencia, o huir, sabiendo que hacerlo implica un alto coste personal y un aislamiento casi total. Aunque la magnitud de los contextos no es comparable, la esencia del conflicto sí lo es: ¿es mejor permanecer dentro de una estructura que parece estar en contra de tus valores, intentando cambiarla desde dentro, o es más coherente abandonarla y construir algo nuevo fuera de ella En ambos casos, las consecuencias no son claras, pero la decisión define al individuo.
Además, el contexto actual invita a explorar alternativas. Redes como Mastodon, Bluesky o incluso Threads, aunque aún en desarrollo, están planteándose como opciones para quienes buscan un entorno más ético y constructivo. Sin embargo, ninguna de ellas ha alcanzado la escala y el impacto de XX, lo que hace más difícil la transición para quienes hemos invertido tiempo y esfuerzo en construir una comunidad en esta plataforma.
La decisión de quedarme o irme de XX sigue siendo una pregunta abierta. Quizá, más que una respuesta definitiva, lo importante es reconocer el poder que tienen nuestras decisiones individuales en el ámbito digital. No se trata solo de si seguimos utilizando una plataforma o no, sino de cómo participamos en la construcción de espacios en línea que promuevan el entendimiento, la pluralidad y el respeto.
Os cuento esta historia porque no tengo claro cuál es la estrategia más eficaz para enfrentar este desafío y construir un universo digital y real más saludable y responsable. Tal vez no haya una respuesta única, pero quizá el debate en sí ya es un paso hacia adelante, ¿o debería mojarme más?
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