Artículo publicado en Deia (26/01/2025)
Esta semana he participado en un encuentro sobre internacionalización y derecho histórico organizado por Iura Vasconiae, la Fundación para el estudio del Derecho Histórico y Autonómico de Vasconia. El Simposio recorría la evolución histórica de los tratados, la diplomacia y las relaciones internacionales, atendiendo al papel de los territorios vascos y a los efectos sobre su identidad e institucionalidad.
Quizá algunas de las reflexiones con las que me quedo puedan resultarles de algún interés. Por un lado, resultó interesante comprobar cómo el recorrido cronológico tiene significados más allá de los evidentes. Desde los tratados y la diplomacia del reino de Navarra durante la Edad Media o durante los años inmediatamente posteriores a la conquista, desde la conformación de la identidad del territorio de Gipuzkoa en la Edad Media y primera modernidad a través de su condición fronteriza, hasta las experiencia de diplomacia del gobierno Aguirre o las prácticas internacionales de las instituciones actuales, tanto en materias de hacienda como culturales, por poner dos campos, transcurren siglos que marcan continuidades y discontinuidades. La evolución no es lineal o meramente temporal, es un recorrido que combina también diversidad de instrumentos jurídicos, de formas organizativas institucionales y de experiencias diplomáticas diferentes, que se interrelacionan entre sí de formas insospechadas y que vistas en conjunto permiten una relectura más compleja y más rica de nuestra historia.
Serenar y enriquecer los debates políticos
Frente a las visiones simplistas e infructuosas que llenan hoy nuestros debates sociales y políticos, alimentados por lugares comunes que no resisten el contraste con el conocimiento de la verdadera historia, un encuentro de este nivel nos permite acercarnos al pasado sin dogmatismos, sin presentismos, sin temas tabú, sin miedo a la diversidad de percepciones, sin miedo a la ambigüedad y a la pluralidad de significados de cada texto y de cada experiencia. Creo que ese tipo de aprendizajes nos vendría muy bien para serenar y enriquecer los debates políticos.
La reacción de algunos en Madrid, por ejemplo, a la restitución de la sede de la avenida Marceau es un buen ejemplo, a mi juicio, de lo que no debería hacerse. Una devolución basada en la ley, en el acuerdo interinstitucional entre diferentes, en la memoria y en la justicia, se convierte, en boca de personas tan poco edificantes como el portavoz parlamentario del principal grupo de la oposición, más ducho en insultar que en argumentar, en ocasión de confundir, de crear inquinas y polémicas artificiales, de desplegar descalificaciones y sospechas gratuitas que no se sostienen en contraste con los hechos, se convierte, decía, en objeto de mentiras, de manifestaciones de ignorancia y en el triunfo de la política trumpista de la confrontación como fin en sí mismo y el rencor. Donde debería haber memoria para la convivencia, personajes como el citado portavoz introducen con calzador confusión para fomentar tontas antipatías y enfrentamientos interterritoriales. En lugar de aprovechar la ley y el conocimiento histórico para hacer memoria y justicia, se juega con suciedad para un doble objetivo a cual más innoble: hacia el pasado, para consolidar la injusticia impuesta por la Gestapo y, hacia el futuro, para fomentar odios.
El pasado está lleno de ricas experiencias que haríamos mal en ignorar o despreciar. En una aparente paradoja que no lo es, cuando mejor conocemos el pasado más pistas sumamos para comprender con mayor serenidad el presente e imaginar mejores futuros posibles. Cuanto mayor conocimiento de la historia, mayor libertad para vivir presentes y construir futuros de convivencia, de justicia y de libertad. Cuanto más escuchamos con respeto las voces del pasado más futuro tenemos. Suena a paradoja, pero tiene sentido: cuanto más pasado, más futuro.
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