Artículo publicado en El Correo (20/10/2025)

La Comisión Nacional del Mercado de Valores ha puesto punto final al interminable episodio de la opa de BBVA sobre Banco Sabadell. El desenlace no admite matices: solo un 25 % de los accionistas del banco catalán ha aceptado la oferta. Diecisiete meses de batalla empresarial y política que se cierran con un vencedor y un perdedor claros, pero también con una lección sobre el exceso de confianza, la ambición y los límites de la acción humana.
Carlos Torres, presidente del BBVA, reconoció el revés sin asumir culpa personal alguna. «No es motivo para dimitir», sentenció este viernes, insistiendo en que la operación no debía hacerse «a cualquier precio». El mercado ha sido clemente con él: la acción de BBVA subió un 6% tras conocerse la decisión, mientras que la de Banco Sabadell retrocedió en idéntica proporción. El banco vasco retoma ahora su programa de dividendos y recompras por valor de 1.800 millones de euros.
El Sabadell puede presumir de haber resistido, pero no sin atajar por vericuetos peligrosos. El ejemplo más sonado fue la venta al sprint de su filial británica TSB, una operación concebida para llenar la hucha de los imprevistos y engrasar la fidelidad de sus accionistas con dividendos extraordinarios. Un movimiento táctico que demuestra cómo la especulación ha desplazado a la estrategia. Como es habitual en estas grandes operaciones corporativas poco se ha cavilado sobre las sinergias y productividades del banco fusionado. En las guerras relámpago (‘Blitzkrieg’) priman el corto plazo, el regate improvisado y –sobre todo– la propia supervivencia.
En el fondo, esta historia ha sido una parábola, una fábula sobre la ambición y su réplica que firmaría el mismo Esopo. Desde los orígenes del comercio, el deseo de crecer ha sido motor del progreso, pero también la causa de males memorables. Los griegos lo llamaron ‘hybris’, la desmesura que precede a la ruina. Las opas hostiles parten de la convicción errónea de que la voluntad puede doblegar la realidad, de que todo es cuestión de precio y de voluntad. Pero el mercado, ese tribunal implacable, tiene memoria y suele castigar la arrogancia con el fracaso.
No es la primera vez que una gran operación progresa con rumbo incontrolado. La historia empresarial española está jalonada de fusiones que se fundamentaron en razones distintas de las meramente económicas. La unión de Bankia y CaixaBank en 2021, la de Martinsa y Fadesa, en 2007, o antes aún, en 1989, la ofensiva del Banco de Bilbao sobre Banesto dejaron constancia no escrita de que, de forma natural, las fusiones y, sobre todo, las absorciones son procesos cruentos e imprevisibles.
La opa fallida deja tras de sí una larga lista de daños colaterales: respetables sumas de dinero vanamente gastadas, desgaste de las plantillas, pérdida de tiempo y de energía, reputaciones tensadas y una sensación última de vacío moral. Las fusiones por absorción suelen ser ejercicios de poder, no de razón. Se visten de sinergias, pero detrás late el miedo y otras tribulaciones imprevistas. El fracaso del BBVA no es solo financiero: es también una advertencia a esa forma de orientar las decisiones confundiendo tamaño con solidez y éxito con victoria.
También es una lección política. El Gobierno intervino con una moratoria de tres años y una consulta pública que restaron alicientes a la fusión. Pedro Sánchez obtiene réditos de una batalla incierta: en Cataluña ni los gestos económicos son neutros. El episodio confirma hasta qué punto la economía se decide ya en el cruce entre los mercados y la política.
Las causas del fracaso también incluyen otras de orden técnico que han echado gasolina al fuego de un planteamiento unilateral y agresivo. Muchos accionistas del Sabadell obedecieron a su sentimiento de arraigo. Tampoco ayudó que su dividendo fuera muy superior al de BBVA o el hecho del coste fiscal que suponía aceptar la opa si la adhesión no alcanzaba el 50 %. Otros no acudieron al canje apostando por mayores ganancias en una opa posterior. Todas las razones sumadas acabaron disuadiendo al mercado.
El desenlace, en consecuencia, ha sido el resultado de la fidelidad de unos, de la especulación de otros y del mal cálculo del principal actor de la trama. Un juego de poder y de casino, que, a menudo, termina mal.
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