Parece preferible centrar el esfuerzo en nivelar al alza la desigualdad en la duración de la existencia y en humanizar el final.
Artículo publicado en El Correo (01/11/2025)

Hace unas semanas fue noticia la conversación a micrófono abierto entre el mandatario ruso Vladímir Putin y su colega chino Xi Jinping sobre los límites de la longevidad. Comentaban la posibilidad de que la duración de la vida humana sobrepase pronto los 150 años, incluso llegar a la inmortalidad.
El deseo y los intentos de prolongar la vida, incluso de conseguir la inmortalidad, es tan antiguo como el ser humano. En la epopeya de Gilgamesh, la obra literaria más antigua del mundo, aparece como tema central la búsqueda de la inmortalidad. La historia ofrece abundantes muestras de los denuedos de la Humanidad para conseguir la inmortalidad o la eterna juventud. Determinadas aguas (la fuente de la eterna juventud), transfusiones de sangre de niños, dietas estrictas, el oro de los alquimistas, macrobiótica, inyecciones y trasplantes hormonales, el gerovital H3… o, en la actualidad, reprogramar células adultas en células madre pluripotentes.
¡Una carrera de fondo por encontrar el elixir de la vida! Mucho se ha conseguido en el aumento de la esperanza de vida —en los países desarrollados— pero todavía estamos lejos, según la mayoría de los especialistas, de alcanzar esos 150 años y mucho más de “la muerte de la muerte”, de una “muerte opcional”. Sin contar con la amenaza de que estos avances se vengan abajo, total o parcialmente: el covid-19 nos dio al respecto una lección de realismo y de humildad.
La diosa Eos (Aurora) se enamoró apasionadamente de Titono, hijo del rey de Troya. Al no ser inmortal como ella, pidió a Zeus la inmortalidad para él y le fue concedida. Pero, con el paso de los años, Titono comenzó a mostrar los cambios físicos y achaques de la vejez. Las arrugas y los dolores reemplazaron su anterior deslumbrante belleza. Y con ello la desesperación y la petición desesperada de la mortalidad. La solución, según una de las versiones del mito, fue su metamorfosis en una cigarra. Es el lado oscuro de la inmortalidad sin reversión o detención del proceso de envejecimiento.
¿Buscar la inmortalidad o aceptar la mortalidad? Surge la cuestión de la justicia distributiva ante la desigualdad, que se acentuaría todavía más entre el primer mundo —donde se promueven y aplicarán estas investigaciones—, con una esperanza de vida en torno a los 80 años, y el África Subsahariana, con una esperanza de vida por debajo de los 40. Sería dar más al que tiene más y no al que tiene menos.
Aunque pueda sonar a “hacer virtud de la necesidad”, los límites razonables en su longitud ayudan a valorar y afrontar la vida con mayor plenitud. Como indica el antropólogo cultural Ernest Becker (La negación de la muerte), la conciencia de la mortalidad ha impulsado muchas y significativas instituciones y manifestaciones culturales, pero sobre todo intensifica la necesidad de pertenencia y de priorizar las relaciones interpersonales significativas. Y todavía queda en el aire la pregunta: ¿para qué una longevidad extraordinaria?
Sin negar valor ni rechazar el objetivo de alejar la muerte de forma razonable, parece preferible centrar los esfuerzos en nivelar al alza, en cada nación y a nivel mundial, las desigualdades en la esperanza de vida y en la compresión de la morbilidad (tiempo de dependencia y sufrimiento), así como en humanizar el final de la vida con unos cuidados paliativos completos.
Leonard Hayflick, reconocido biogerontólogo estadounidense, fallecido en 2024 a los 96 años, demostró el error de la hipótesis de la inmortalidad de las células somáticas del corazón de un embrión de pollo propuesta por el médico francés y premio Nobel de Medicina Alexis Carrel. Hayflick estableció la limitación de la longitud de la vida humana debida al acortamiento de los telómeros (extremos de los cromosomas, cuya función es crucial) con cada reproducción. Se traduciría en unos 130 años: el llamado “límite de Hayflick”. Un límite superable en la actualidad en el laboratorio, pero cuya aplicación generalizada no es para mañana ni para pasado mañana.
Mientras tanto, Hayflick sugiere adoptar una dieta estricta como una forma accesible de alargar la vida y sustituye la frase “somos lo que comemos” por “somos lo que no comemos”. Además, con su ingenio y fino humor propone disminuir o suprimir las horas innecesarias de sueño y de estar en la cama. Así se conseguirán unos años más de vida. Tal vez no muchos; pero su generalización constituye una invitación a preferir “dar más vida a los años”, sin despreciar el “dar más años a la vida”. Un caso más en el que la calidad es preferible a la cantidad.
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