Resulta insoportable la espera en la sociedad actual, resumido en algo tan contundente como imposible: «Lo quiero para ayer»
Artículo publicado en El Correo (21/12/2025)

La impresionante rapidez en los desplazamientos tiene una breve historia. A nuestros antepasados no muy remotos les resultaría fascinante la velocidad y facilidad con la que nos desplazamos por tierra, mar y aire, así como la sustitución del cartero, a pie o con caballería, por el email. Nos parece lento el ordenador o el móvil cuando tardan un segundo más de lo esperado en realizar la operación que se le encargó.
Tommaso Marinetti destacaba en el Manifiesto futurista la llegada de la «belleza de la velocidad». Pero la belleza de la velocidad trae consigo la problemática impaciencia, la esclavitud al reloj y a la agenda, fuente del estrés diario.
Y con el estrés en pequeñas dosis, pero continuo y acumulativo, llega el cortejo de consecuencias negativas: la ira hacia otras personas y la ira hacia uno mismo. La impaciencia es a la vez hija y madre de la ira. Una de las características definitorias de la personalidad tipo A, o de riesgo coronario, es precisamente la impaciencia.
La paciencia no está de moda. Lo constataba hace pocos años Rafa Nadal al dirigirse a los graduados de la Rafa Nadal School, para exhortarles a la perseverancia: «Yo sé que ahora lo que está de moda es la inmediatez y que la paciencia no es una virtud que sea muy valorada».
En definitiva, la sociedad actual es rica en impaciencia y pobre en paciencia; resulta insoportable la espera, el aplazar la gratificación o la consecución del objetivo deseado. Lo resume una frase tan contundente como imposible de cumplir literalmente: «Lo quiero para ayer».
Pero el concepto de paciencia no se reduce a la intolerable espera, sino también y sobre todo, a la reacción adecuada y constructiva ante alguna frustración o contratiempo.
La profesora de Psicología y Neurociencia californiana Sarah A. Schnitker define la paciencia como «la tendencia de una persona a esperar con calma y serenidad frente a la frustración, adversidad o sufrimiento». De hecho, la palabra ‘paciencia’ tiene su raíz en la latina patientia, que a su vez deriva del verbo patior que significa sufrir, aguantar (de aquí también ‘padecer’ y ‘paciente’).
En consecuencia, las ocasiones para practicar la paciencia no faltan a lo largo de la vida, aunque no las llamemos. Desde esperar a que la señal luminosa de tráfico nos autorice a avanzar, hasta las que se derivan de las tensiones familiares o profesionales, o de contratiempos como las enfermedades.
Zygmunt Bauman, en su obra La educación en la modernidad líquida, habla de la omnipresencia del «síndrome de la impaciencia» en la sociedad actual. A pesar de todo, no se ha extinguido una rica corriente de valoración positiva y de práctica de la paciencia.
La sabiduría popular se condensa y conserva en el refranero: «La paciencia es la madre de la ciencia», «A cualquier dolencia es remedio la paciencia», son algunos ejemplos. No dejamos de admirar a las personas que la practican.
Le concede un puesto esencial la tradición religiosa y la filosofía estoica, cuyos pensadores son hoy citados con frecuencia. No ha perdido importancia en otras culturas. Incluso, al margen de la moda, puede ser considerada y valorada como una actitud o fortaleza que vale la pena cultivar, para encontrar equilibrio emocional, a la vez que un profundo y duradero bienestar personal. Nos hace sentirnos bien de verdad y crecer como personas.
Sin embargo, el destacar la riqueza y los efectos positivos de la paciencia de ningún modo se ha de entender como fomentar retrasos indebidos en la asistencia sanitaria o en los transportes públicos. Nadie está autorizado para poner a prueba la paciencia de los demás. La exhortación «tenga usted paciencia», pronunciada por el causante de la espera o frustración, coopera a la valoración negativa y al rechazo de la paciencia.
Todavía es posible –y muy necesario– practicar la paciencia. Un objetivo que padres y educadores no han de olvidar. Paciencia no equivale a lentitud ni a pasividad ni a abstenerse de reaccionar.
Cuando no es posible alcanzar lo deseado, siempre puedo cambiar mis deseos. Es lo que la Psicología llama «control secundario», no inferior al «control primario», y la sabiduría popular «hacer de la necesidad virtud».
Porque demorar la gratificación lleva a una gratificación ulterior más plena y duradera. El sano sentido del humor, que desdramatiza sin herir, o visualizar modelos de paciencia –incluyendo los que han tenido paciencia con nosotros… y recordando con frecuencia al santo Job–, constituyen el camino para conquistar o mantener la paciencia y con ella la saludable serenidad y la deseada paz interior.
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