El impacto sísmico que el ataque de Rusia a Ucrania envió a través del mundo entero ha abierto muchas incertidumbres sobre cuál será el nuevo orden mundial después de esta guerra, y sobre qué rumbo tomará la Unión Europea a medio y largo plazo. Sobre esta última, me gustaría señalar dos aspectos que me parecen muy relevantes.

En primer lugar, con la guerra a las puertas de la Unión Europea, el bloque de los 27 ha demostrado una unidad y determinación sin precedentes, adoptando contra Moscú las sanciones más duras de su historia y tomando otras medidas y decisiones de gran calado que, en circunstancias normales, habrían encontrado una fuertísima oposición. Medidas como el suministro de armas a Ucrania, la activación, por primera vez, de la Directiva de Protección Temporal del 2001, otorgando residencia temporal a los refugiados ucranianos, el decisivo impulso a la cooperación en defensa frente a nuevas percepciones de amenazas, e incluso el envío de señales de apertura a la pertenencia a la UE, representan un salto que era difícil de imaginar en las semanas previas al 24 de febrero, cuando el bloque de los 27 ni siquiera estaba de acuerdo sobre la amenaza que representaba Moscú. El futuro dirá si estamos ante los instrumentos y procedimientos que impulsarán a la UE hacia una política exterior más audaz que dure más allá de la respuesta inmediata a la terrible guerra en Ucrania. En cualquier caso, tal y como manifestó reiteradamente Josep Borrell, el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y de Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, la UE se está adaptando a nuevas realidades geopolíticas. No obstante, la UE también deberá abordar preguntas y dilemas complejos como el uso estratégico de sanciones a gran escala, el riesgo de enviar suministros de armamento ofensivo al campo de batalla, o los convenientes e inconvenientes de una mayor ampliación de la UE, cuestiones que ahora, ante la situación de máxima emergencia, se están dejado de lado.

En segundo lugar, mientras la UE está operando en modo de crisis, es preciso no apartar el foco de los valores sobre los cuales se ha articulado el proceso de integración europea. A la vez que enfrenta desafíos existenciales en su frontera del este, la UE no puede perder de vista que a algunos gobiernos como el de Hungría, con una marcada deriva autoritarita, les cuesta asumir y respetar los valores de la democracia y del Estado de derecho que se están defendiendo en Ucrania frente a un enemigo que no los comparte. La guerra en Ucrania representa también, en el propio seno de la UE, una colisión entre dos visiones alternativas e incompatibles de Europa, entre por un lado el orden liberal basado en las normas y, por otro, un creciente autoritarismo por parte de algunos actores, los cuales, apelando a categorías morales de dudosa ética, pretenden caminar hacia más lenguaje de poder y menos refuerzo del Estado de derecho y de las democracias.

Mari Luz Suárez.