No es fácil medir la fuerza de la calle, ni saber el alcance de su representación, ni interpretar bien sus mensajes. Todas las movilizaciones emiten ruidos complejos. Suele haber muchos ingredientes que van más allá del tema que originan las convocatorias. Pueden ser síntoma de cultura democrática, de ciudadanía concienciada y responsable que apoya una protesta. También puede ser un indicador de agotamiento y desconfianza hacia los canales de representación institucionalizados.
La interpretación también suele estar condicionada por los intereses electorales de los partidos y su capacidad de inyectar polarización artificial en el espacio público y por la cercanía o lejanía de nuestras propias creencias y posiciones. A veces, nos gusta la calle en movimiento cuando son los nuestros los movilizados y nos incomoda cuando la protesta va en contra de nuestra posición e intereses. Hay países dónde la calidad de la democracia es muy alta en los que se protesta mucho en la calle como Alemania o Islandia y hay países de democracia deficiente que son campeones en movilizaciones como Argentina.
En la última ola de la Encuesta Social Europea se presentan datos sobre qué tipo de democracia tienen los europeos en la cabeza. Y más allá de valorar la relevancia que tienen todavía los componentes tradicionales de la democracia liberal representativa, la ciudadanía europea coloca el ideal de democracia participativa en una posición destacada y muestra su deseo de participar más en la toma de decisiones e influenciar más en el proceso político.
Alguna vez, sucede de forma arrolladora una marea humana que lo cambia todo. Las movilizaciones del 8M han hecho de España uno de los países más avanzados en igualdad de género de la UE. A veces, las mareas son desatendidas y cada uno se vuelve a su casa con la frustración de clamar en el desierto como está ocurriendo en las principales ciudades europeas con la causa palestina. Otras veces, hacen sentir equivocadamente a los convocantes que representan a todo el pueblo como ocurrió con las movilizaciones por la independencia de Cataluña.
España es uno de los países donde más manifestaciones se convocan y Euskadi figura en cabeza dentro del estado español. En España, las últimas movilizaciones las está protagonizando la derecha contra la futura ley de amnistía. Están siendo muy numerosas y en algunos casos multitudinarias. En Euskadi, la defensa del euskera ha llevado este sábado a la calle en Bilbao a cerca de 70.000 personas y seguramente el próximo día 18 volverá a aparecer otra multitud en la calle mandando señales de construcción nacional.
La calle es un espacio legítimo para hacer política, pero no vale cualquier calle para sustituir la voz de las instituciones representativas. En los parlamentos tenemos cuantificado el peso de la calle. Y la ciudadanía con su voto es la que decide el reparto de poder en nuestras democracias. Los partidos que se toman en serio la profundización en la democracia participativa podrían innovar y poner en marcha canales de participación ciudadana para colocar y potenciar la voz de la ciudadanía en el proceso legislativo.
Por Braulio Gómez
Publicado en El Correo el 06/11/2023