No descubro nada a nadie si digo que el objeto que llamamos «teléfono móvil» es el medio digital del momento. Viendo todas las posibilidades que hoy ofrecen estos aparatos, resulta pertinente preguntarnos cuándo dejaremos de llamarles «teléfonos». Cuesta creer que el primer smarthphone ―el Ericsson R380, que combinaba rudimentariamente teléfono, servicios de los PDA y conexión a internet― saliera al mercado el año 2000. Tan vertiginoso ha sido el desarrollo del teléfono, que se hace difícil tomar el pulso a sus consecuencias sociales.
El imaginario que rodeaba a internet en los años ochenta y noventa vislumbraba un futuro dominado por las computadoras. El ordenador personal iba a ser, se pensaba, el objeto central de la vida moderna. Sin embargo, ese futuro protagonizado por computadoras ha resultado ser más breve de lo que pensábamos. Aun admitiendo que las distinciones entre diferentes tipos de terminales están perdiendo sentido, el desarrollo que ha vivido lo que originalmente era el teléfono ―y no el ordenador―, lo han convertido en el aparato digital que domina ya nuestro presente y, según todas las previsiones, caracterizará a la sociedad en el futuro próximo.
Tanto es así, que no solo está desplazando a las computadoras, sino que está eclipsando también a la televisión como medio preferente para consumir contenidos audiovisuales, un lenguaje, el audiovisual, que a primera vista parecería más apropiado para otros dispositivos. Es la conclusión a la que apuntan los datos del último informe ―diciembre de 2016― del Global Video Index que publica Ooyala, una corporación dedicada al mundo del vídeo en internet. El teléfono móvil está compitiendo con la televisión en su propio terreno: ¿qué está cambiando en nuestra sociedad para que sea así?
Móvil vs TV
Veamos algunos datos del informe. En los últimos cuatro años, a nivel mundial, hemos incrementado en cuatro horas a la semana el tiempo que pasamos viendo vídeos en nuestros móviles, mientras que hemos reducido en una hora y media el tiempo que pasamos delante del televisor. En Alemania, la previsión es que en 2017 los adultos pasen más tiempo consumiendo contenido digital online que frente al televisor, y más de la mitad de ese consumo se realizará con teléfonos móviles.
Incluso los contenidos creados expresamente para la televisión ya no se ven necesariamente en el televisor. Los millennials ―personas nacidas a partir de la década de los ochenta― ven a nivel mundial 2,9 horas de televisión a demanda por semana a través de internet, y 1,1 horas de eventos en streaming directo. Gran parte de ese consumo se hace a través de móviles. De hecho, en 2016, por primera vez, se ven más vídeos en móviles que en ordenadores.
El informe, centrado en subrayar las potencialidades comerciales del vídeo en internet y carente de cualquier reflexión de mayor calibre, deja hacia el final la siguiente afirmación: «mientras que la generación del Baby Boom fue criada viendo la televisión en un entorno compartido, los millennials han adoptado sin dificultad una perspectiva “sobre la marcha” (on-the-go) que es perfecta para los teléfonos móviles».
Temo que esa constatación lleve a algunos a reivindicar una época en la que la familia compartía su tiempo de ocio en el salón de casa ante el televisor, contraponiendo ese hábito familiar al uso más individualizado de los móviles. No caeré yo en semejante idealización. Creo que la adicción e incomunicación que ha propiciado el televisor en las sociedades modernas en la segunda mitad del siglo XX merece una crítica severa ―sin negar las consecuencias positivas que también ha acarreado―. Pero, en cualquier caso, es importante que seamos conscientes de que el éxito del teléfono móvil tiene mucho que ver con una mentalidad «on-the-go» que se ajusta a la perfección a las demandas del nuevo capitalismo desregulado e individualista.
El móvil en la vida cotidiana
El informe señala que el aparato que más valoran los jóvenes en el hogar es el teléfono móvil. Se trata, sin duda, de un medio con posibilidades comunicativas enormes, y es comprensible que nos sintamos extrañamente aislados y angustiados cuando no lo llevamos encima. Pero no está mal recordar que nuestra dependencia de él retroalimenta las exigencias de flexibilidad, movilidad y disponibilidad de un mercado que ha canibalizado nuestras vidas ―como productores y consumidores― eliminando barreras que delimitaban el ámbito de lo personal y familiar.
Más que nunca, necesitamos ciudadanos que se adapten a ese mundo, hecho a la medida del móvil, de manera consciente y reflexiva: aprovechándose de sus muchos beneficios, renunciando a aquello que nos empobrece, y resistiéndose individual y colectivamente a sus rasgos más deshumanizadores.