Digitalización y construcción de una ciudadanía global
Autores: Miguel Ramón Viguri Axpe y Jonatan Caro Rey

Qué duda cabe de que una de las cosmovisiones -o quizá ensoñaciones- que marcan nuestro horizonte cultural es la del progreso ilimitado, entendiendo progreso de una forma coloquial, como mejora en las condiciones de vida personales y grupales, o bienestar. Esta mejora ha sido siempre de naturaleza social. Los grandes cambios de época han venido de la mano de cambios de paradigma en el modo de hacer ciencia, de reflexionar filosóficamente y de organizar la sociedad.

De hecho, cuando los patrones de conectividad y relación social mejoran, es cuando se producen esos saltos cualitativos en la calidad de vida. Pues bien, si hay un símbolo de ese sueño de superación de límites, físicos, sociales y culturales, que ha multiplicado exponencialmente nuestra capacidad de interacción y ha modificado nuestro modo de relacionarnos y de ser, ese es Internet.

Internet y las TIC generan nuevos espacios comunes digitales que nos permiten relacionarnos de múltiples modos, a través de redes sociales temáticas, blogs, sitios colaborativos, videollamadas en tiempo real, que suponen un cambio en nuestro modo de gestionar nuestra identidad personal y colectiva. Estamos en pleno proceso de construcción de una ciudadanía global digital. Hay 5.190 millones de usuarios únicos en dispositivos móviles, o sea el 67% de la población. Además, hay más de 7.950 millones de números de teléfono, dando un promedio de 1,53 números de teléfono por usuario.

El escenario de la sociedad global digital se refleja perfectamente en la conjetura de los seis grados de separación, que enuncia que cualquier persona puede estar conectada a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Esta conjetura, que no ha alcanzado aún una demostración matemática, sí ha sido comprobada parcialmente de forma empírica precisamente por Facebook. En 2011, esta empresa realizó un estudio que mostró que más del 99% de usuarios estaban conectados por 5 grados de separación.

Internet, ha hecho realidad la interconexión global, la sociedad global digital, posibilitando la construcción intercultural de una ciudadanía también global, dentro de la diversidad. Ahora bien, ello no se producirá de forma automática, porque hay cuestiones éticas derivadas de la globalización tecnológica que es preciso abordar.

Nuevo espacio social digital y reflexiones éticas

Citaremos tan solo tres grandes cuestiones que es preciso analizar éticamente para pensar en una ciudadanía global digital verdaderamente inclusiva: la apropiación por parte de empresas de servicios tecnológicos de bienes comunes digitales, el impacto ecológico debido a la huella de carbono que genera el uso de las TIC, y la volatilidad e incertidumbre financiera radical provocada por la velocidad (5G) de la transmisión de datos, prácticamente instantánea.

Internet nace como una red democratizadora, horizontalizadora y autoconstruible en función del uso voluntario y libre que hagan de ella sus nuevos pobladores. Sin embargo, pronto se dio un proceso de concentración de poder empresarial en la gestión de Internet a través de determinados protocolos, como el World Wide Web, que centralizaron prácticamente nuestras relaciones e identidades digitales a través de ciertos sitios, productos y apps.

Ello ha generado, no sólo la merma democrática de la gestión de Internet, sino la apropiación de nuevos bienes comunes digitales surgidos en la Red. Ejemplo de ello son las búsquedas y la interacción en redes sociales. Las grandes compañías han acabado prácticamente por monopolizar estos bienes. Por ejemplo, a hacer una búsqueda se le llama coloquialmente googlear. Análogamente, comunicarse instantáneamente mediante mensajes de chat es whatsapear.

Otro reverso de ese espacio global de Internet, es su enorme demanda energética. La generalización de las TIC es uno de los graves problemas para el deterioro medioambiental en la actualidad. Se estima que las emisiones de CO2 provocadas por las TIC se sitúan en tercer lugar, sólo por detrás de EE.UU y China.

Por último, pensemos que, en gran parte, las tormentas financieras y la volatilidad de los mercados (y la incertidumbre que supera todos los modelos económicos) se debe precisamente al carácter instantáneo de las transacciones por Internet. Las previsiones de los “sismólogos de la economía” ya no funcionan porque no transcurre tiempo entre el epicentro y la ola de propagación. Estamos en un terremoto económico global cuyo epicentro es todos y cada uno de los puntos de acceso a la red.

Un diálogo para redefinir el significado de las TIC

Estas tres cuestiones son problemas, pero también son oportunidades de diálogo ético y racionalización. Podemos utilizar las TIC de forma diferente, introduciendo un factor de consciencia y responsabilidad en nuestro consumo de información. Si para ganar ese espacio de libertad de decisión ciudadana nos encontramos con que pueden establecerse límites a nuestra capacidad de navegar y encontrar más rápido, más simultáneamente, más ampliamente… quizá sea un buen límite. De la misma manera que se limita la velocidad dentro de una ciudad para favorecer la seguridad vial y para disuadir del uso generalizado del automóvil, promoviendo el transporte público y favoreciendo la disminución de la contaminación ambiental, por ejemplo.

Lo realmente decisivo es que el impacto digital nos motive a exigir y provocar una reflexión ética y social que supere el ámbito local. Está en cuestión la racionalidad del modelo de uso de nuestras tecnologías y nuestras apps, por sus consecuencias ecosistémicas y políticas. Está en cuestión el carácter democrático y democratizador de Internet y, por tanto, de la sociedad global digital.

No podemos seguir avanzando sin pensar hacia dónde queremos ir e ignorando las consecuencias de ese no-pensar. Los riesgos de ese avance irreflexivo para las libertades personales, el ecosistema y el modelo económico y laboral son demasiado graves y evidentes. No se trata de frenar el bienestar ni la globalización digital, sino de redefinirlos e impulsarlos en términos de socialización y humanización, conforme a la naturaleza y los bienes propios de Internet y de las TIC. Podemos soñar con una ciudadanía global digital, sí, pero libre, consciente, responsable, democrática e inclusiva.