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Durante el periodo de entreguerras, la recientemente inaugurada sociedad de masas vivía aterrorizada. El temor a una posible guerra, el fortalecimiento del nazismo y las consecuencias del crack del 29 eran ingredientes más que suficientes para que las clases medias mostraran una vulnerabilidad enfermiza.
Algunos autores (como J. Ortega y Gasset, en La rebelión de las masas) califican a esta generación de alienada, con escaso rigor intelectual y fácilmente manipulable. Son décadas en las que surge una sociedad nueva, agrupada en torno a las ciudades, con un proletariado creciente y homogeneizada alrededor del consumo y de los medios de comunicación.
El miedo se extiende. Y no es casualidad, porque la población se encuentra inmersa en una espiral de terror y tragedias continuadas. Son los años del incendio del dirigible Hindenburg o del éxito de la radionovela “La guerra de los mundos”, de Orson Welles.
Los periódicos, pero sobre todo la radio, interrumpen frecuentemente la emisión para narrar acontecimientos terribles que la audiencia escucha, masca y le hacen incrementar su angustia.
El nacimiento de la opinión pública
La “opinión pública” como idea tiene su origen en la política clásica de Grecia y Roma, se renueva en la Ilustración, y se conforma como hoy la entendemos a partir del liberalismo del XIX. Pero hay un paréntesis terrible que interrumpe esta evolución: las décadas de los años veinte y treinta del siglo XX.
En ese periodo se cuestionan la racionalidad de sus comportamientos y la validez de su hipotética capacidad legitimadora del sistema político. Autores como el periodista Walter Lippmann (1922, Public Opinion) ponen en entredicho la teoría liberal de la opinión pública y destacan de ésta su actuación impulsiva y siempre en respuesta a los estímulos que le provocan los acontecimientos que le rodean.
En su obra, W. Lippmann habla de “rebaño desconcertado” para referirse a una opinión pública que carece de personalidad y que sólo se guía por aquellos líderes que lanzan las soflamas más emocionantes o conmovedoras. Es un tiempo en el que las teorías instintivistas (S. Freud, G. Le Bon, G. Tarde…) de la psicología social recurren al factor emocional para explicar la reacción de la sociedad en escenarios tan críticos.
La teoría de la aguja hipodérmica
En aquellos años, década de los 20 y 30, el dominio de los medios de comunicación de masas es absoluto. La teoría de la aguja hipodérmica de Lasswell (1927, Propaganda Techniques in the World War) explica este fenómeno. Sobre todo la enorme influencia que los mensajes, acrecentados por la propaganda política, provocan en la opinión pública.
La teoría de la aguja hipodérmica, o de la bala mágica, concluye que en esta situación de enajenación de las masas la manipulación es relativamente sencilla a través de los medios de comunicación. Su mensaje cala en la opinión pública sin ninguna otra intermediación. Hoy se nos antoja una teoría demasiado simplista para entender el conjunto de la realidad, pero hay algunas semejanzas, que con ciertas distancias, se pueden equiparar con la actualidad.
Paralelismos con el momento actual
El miedo es sin duda un instrumento de control del poder. La actual situación de crisis sanitaria, política, económica e institucional recuerda mucho al período de entreguerras. No por sus causas o por los acontecimientos que la protagonizaron, sino por su similitud con el clima de inestabilidad e incertidumbre que caracteriza a los dos momentos.
Y en ambos casos, el eslabón más débil es una opinión pública que se presenta vulnerable, con un alto nivel de estrés sociológico y con los sentimientos a flor de piel.
Dispersión de las fuentes de información
En los últimos años, se han puesto en cuestión la fiabilidad de las fuentes, la veracidad de sus mensajes y la supremacía de las opiniones. Las redes sociales, que han sustituido a los medios de comunicación como fuente prioritaria para una gran parte de la ciudadanía, difunden y reproducen, a velocidad de vértigo, datos e interpretaciones de los hechos que han modificado el panorama de la información.
Y en medio, se encuentra la opinión pública, rodeada de instrumentos y canales desde los que componer su cosmovisión del mundo, más desprovista que nunca, pero con la imperiosa necesidad de generar adhesiones y armar certezas. Un caldo de cultivo idóneo para la reproducción de las actitudes más irracionales y los impulsos más viscerales.
El escenario ideal para la desinformación
Cuidado con esta atmósfera de desasosiego intelectual y zozobra del pensamiento. Es el ecosistema ideal para la proliferación de la mentira y el espectáculo. Nos encontramos en un instante de la historia propicio para la manipulación masiva, y las confianzas emocionales e inquebrantables hacia lo tóxico.
Vivimos sometidos a una cascada de desinformación que incide en nuestra agitación afectiva y se aprovecha de nuestra indefensión. Hoy la propaganda no sólo es política, pero cala con intensidad y empapa nuestros poros descubiertos, sin que midamos su capacidad de influencia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.