José Manuel Sánchez Ron, uno de los principales historiadores contemporáneos de la ciencia a nivel estatal, argumenta que “…es absolutamente imprescindible que la ciencia se integre en la cultura general, la cultura de la gente de la calle, de la gente común. De no ser así, la ciencia continuará siendo una cultura extraña para la mayor parte de la sociedad. Algo que, en última instancia, dificultará la propia interdisciplinariedad dentro de las propias ciencias de la naturaleza o de la computación, o de estas de los mundos humanísticos”.
Con esta premisa, un conjunto de investigadores de la universidad volvimos a salir a la calle en el marco de la Zientzia Azoka para acercar la ciencia a la juventud. Esas futuras generaciones quienes, bajo mi punto de vista, están llamadas a liderar cambios estructurales y nuevas políticas basadas en la evidencia generada de manera rigurosa y objetiva. La dinámica que presentamos en la jornada pretendía recoger las voces e ideas de la juventud en relación con el cambio climático.
Para ello, diseñamos un conjunto de escenarios de futuros posibles y les planteamos preguntas relacionadas con las acciones individuales o colectivas que estarían dispuestos a realizar para evitar escenarios de colapso. Estos escenarios están marcados por un común donde economía no puede, o no debería, seguir creciendo en un mundo de recursos finitos (p.ej., agotamiento del combustibles fósiles y limitación del número de viajes a realizar por año, consumo de alimentos de cercanía limitándolos a un perímetro preestablecido, o racionamiento del uso y consumo de la energía eléctrica a lo largo del día).
No sabría determinar si la situación vivida durante los meses más duros de la pandemia se puede asemejar a un escenario de colapso, lo que sí tengo claro es que llevó el conocimiento científico a nuestra cotidianidad, se empezó a hablar de rigor y ciencia en la calle. Con el deseo de que no tengamos que vivir de nuevo situaciones límite para dar más importancia a la labor científica y sus resultados, creo que desde la academia deberíamos autoimponernos participar con más asiduidad en jornadas como las ferias de la ciencia, la semana de la ciencia, la noche de los investigadores o jornadas de divulgación científica. El derecho a la ciencia, del que nuestro colega Mikel Mancisidor es uno de sus principales impulsores, nos recuerda que no solo debemos participar en el desarrollo científico, sino que nos implica igualmente el deber de llevarla a la calle y fortalecer su conocimiento.
Diego Casado
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