Artículo publicado en El Correo (13/09/2022)
En los últimos tiempos las familias están sufriendo el impacto de sendas perturbaciones –el covid y la guerra– que están afectando de lleno al comportamiento del consumo agregado. Tras las extraordinarias medidas de apoyo adoptadas para enfrentar la crisis sanitaria, el deterioro de las cuentas del sector público tuvo su contraparte en la posición financiera de los hogares. Si se comparan las cifras del bienio 2018-19 previo a la pandemia con el 2020-21 se puede apreciar que, a pesar de lo extraordinario del último periodo, en España la renta bruta disponible únicamente disminuye un 1,5%. En cambio, el consumo sufre una caída del 8,2% debido fundamentalmente al confinamiento y las medidas restrictivas que se adoptan posteriormente en los momentos en los que se producen repuntes de la pandemia y que afectan fundamentalmente al sector de servicios. Lo anterior provoca un incremento del ahorro de los hogares del 86,5% en el bienio 2020-21 frente al previo, siendo una parte importante de éste ‘no deseado’ o, dicho de otra manera, forzado por las medidas adoptadas.
Muchos economistas pensábamos que, a partir de mediados de 2021, cuando desaparecieron las restricciones, esa bolsa de ahorro comenzaría a materializarse en un incremento del consumo que se convertiría en uno de los motores del crecimiento. Sin embargo, la inflación ha truncado estas expectativas. En este sentido caben destacar dos periodos.
El fenómeno comenzó a aparecer a mediados del pasado año asociado a los problemas de las cadenas de suministro originados por la afección de la variante delta en Asia que impedía el reequilibrio del consumo hacia los servicios, y a las políticas económicas expansivas adoptadas para hacer frente a la crisis sanitaria. En España, pasamos de una tasa de crecimiento anual de los precios del 2,6% el segundo trimestre de 2021 al 5,8% a finales de año, cuando a los problemas mencionados se añadió el incremento de los precios de la energía. Pero es a partir del estallido de la guerra entre Ucrania y Rusia cuando la problemática energética se cronifica y lleva los precios a tasas de crecimiento del 9,1% en el caso de España el segundo trimestre del año en curso.
En este entorno, las tasas anuales de aumento del consumo en términos reales han sido del 4,9% y del 3,2% el primer y segundo trimestre de 2022, abriéndose, debido a la inflación, una elevada brecha con las magnitudes en términos monetarios que son del 11,1% y 11,5% respectivamente. Y si en términos corrientes el consumo en junio supera en un 2,5% el dato previo a la pandemia de diciembre de 2019, en términos reales es todavía inferior en un 5,3%.
Dado que, por ejemplo, el último dato de aumento salarial pactado en convenios registrados se cifra en un 2,6%, muy lejos de la tasa a la que crecen los precios, las expectativas de que el consumo se convierta en motor de crecimiento se desvanecen, ya que la pérdida de poder adquisitivo es una realidad.
Para completar el panorama, el BCE ha realizado sendos movimientos agresivos de 50 y 75 puntos básicos en sus dos últimas reuniones, en su empeño por acotar a inflación, lo que también afectará a las familias endeudadas limitando su capacidad de compra de bienes. Con estos mimbres es fácil entender que la confianza de los consumidores se encuentra cerca de los mínimos de la serie de 2009 y 2012 y las expectativas de crecimiento del consumo en el conjunto del Estado para 2022 hayan pasado del 5,4%, esperado en enero, al 1,9% de agosto según Consensus Forecasts.
Lógicamente, esta caída explica también una parte de la corrección a la baja de la expectativa de crecimiento de la economía española, que pasa del 5,6% de comienzos de año al 4,3% actual según la fuente señalada previamente. En un entorno tan incierto solo cabe indicar que la mejor medida de política posible sería negociar un final a la guerra, algo que se antoja muy complicado a tenor de la dialéctica de las partes implicadas.
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