Hay un autor al que me suele gustar leer que se llama Juan Antonio Marina, que dice que en la vida “hay naipes mejores y naipes peores, y es mejor tenerlos buenos. Pero no suele ganar el que tiene la mejor baza, sino el que sabe jugar mejor». Unido a ello, cuando entramos en la vida y con las cartas que nos han tocado, aparecemos en un determinado escenario, cada uno el suyo, con sus compañeros de escenario, su guion más o menos escrito, un cierto desenlace, al menos pensado o soñado y, por supuesto, una trama en la que no faltan ni los momentos de comedia, ni los de drama. Ya lo dijo el clásico Shakespeare: “todo el mundo es un escenario, y todos, hombres y mujeres, son meros actores. Todos tienen sus entradas y salidas, y cada uno en su vida representa muchos papeles”.
Desde este principio y con cierto recorrido en mil escenarios decidí, aunque lo llevaba pensando varios años, empezar en la escuela de teatro de la Universidad de Deusto, en el grupo de debutantes, en concreto. No puedo negar los nervios del principio desde que hablé con Inhar. Pero esos nervios subieron de nivel cuando nos dijeron cuándo sería la primera sesión, en concreto el 19 de octubre de 2021, a las 15,00 h. Ni la noche anterior dormí bien, ni comí de fundamento ese día… Al entrar, la juventud insultante de los que allí estaban suponía un importante impacto para una persona, de cierta edad, como yo. Las presentaciones habituales sonaron en mi cabeza como una letanía inconexa y de rápido olvido… No fue la mejor sesión del mundo, pero tampoco la peor: un nuevo escenario con nuevos actores. Había que salir adelante, al fin y al cabo, aquellas personas eran parecidas a los estudiantes que esa misma mañana había tenido en clase: de un escenario a otro.
Conforme avanzaban las sesiones, aumentaba la confianza, la sensación de grupo, el apoyo mutuo… Desde mi experiencia, un momento especial fue presentación de nuestro monólogo: por una parte, por enfrentarnos al primer reto individual en un nuevo escenario y, por otra parte, la sensación de que los que quedábamos seríamos el grupo de los elegidos en un casting natural y especialmente selectivo. La vuelta de vacaciones, la lectura de los textos, el reparto de papeles, los exigentes ensayos (nunca suficientes) y con ellos la depuración, la personalización de los personajes que empezaban a tener nuestros nombres, nuestras caras, nuestras experiencias, nuestras esencias. No sabía muy bien si el Señor Tepán me había dominado o Jesús había abducido al personaje de Arrabal… El escucharnos mutuamente, el apoyarnos, los nuevos escenarios creados en nuestras cabezas y corazones destruyeron las barreras entre nosotros: ya no era el posible profesor de aquellos jóvenes, sino un actor más en el escenario que compartíamos.
La tarde del primer y único ensayo general coincidía con el estreno, que suponía el verdadero test de estrés de la obra y del grupo… Es curioso porque, aunque los actores repetimos la misma obra bajo la dirección profesional de Raquel, el escenario era nuevo, diferente, ya que el públic o se convertía en un actor más que aportaba los matices y colores diferenciales. El subidón del escenario no nos hizo actores, porque ya lo éramos desde aquel 19 de octubre, donde tomamos papeles nuevos o quizás no tan nuevos, en todo caso, unidos en el sueño de una obra que debajo de la comedia, dibuja un mundo con urgencia de sueños.
Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
(Calderón de la Barca)
Jesús Marauri
Docente en el Grado de Educación Primaria
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