Artículo publicado en El Correo (19/10/2022)
Nos conviene como sociedad hablar bien de la RGI. Han sido demasiados años de debates enrarecidos y malintencionados que nos han hecho olvidar que nos podemos sentir tan orgullosos de la RGI como del Guggenheim. Dos referentes que han copiado otras sociedades por su carácter innovador y su demostrado potencial transformador.
Un país que no tiene ni día oficial, ni lengua ni himno compartidos, en cambio sí que tiene unos valores que atraviesan a toda la ciudadanía vasca, a todas las generaciones, a todos los géneros, a todos los territorios históricos, como son todos los relacionados con la justicia social. En todas las encuestas que indagan en los ingredientes que construyen la identidad vasca, al que da más importancia más gente es al de la justicia social. No es extraño que la ciudadanía vasca se sitúe más a la izquierda que la media española y europea y tampoco que casi todos los partidos, el 90% de los parlamentarios vascos, pertenezcan a partidos cuyos votantes medios se sitúan en el lado izquierdo del centro.
Por eso es importante la recuperación del orgullo de la RGI impulsado por la vicelehendakari socialista, Idoia Mendia, que se aleja de señalar y proponer un conjunto de innovaciones contra un fraude insignificante y residual y que concentra sus esfuerzos en ampliar su cobertura, en reducir los requisitos para la población más vulnerable y que reacciona a nuevas situaciones que ha traído tanto la existencia de trabajadoras pobres como el empobrecimiento de los más jóvenes. El colectivo que más poder adquisitivo ha perdido en la última década, el que va vivir peor que sus padres y del que depende nuestro futuro. También amplía la puerta de acceso a las mujeres víctimas de violencia de género o de trata. El orgullo de una política pública pionera que se adapta a nuestro tiempo y a las nuevas vulnerabilidades.
Esperamos que no vuelvan más los tiempos en los que las reformas tenían carácter regresivo o en los que desde espacios institucionales se vinculaba con muy mala intención la RGI con la inmigración y la delincuencia. No es casualidad que los dos momentos en los que fue más debilitada la identidad social vasca de la RGI coincidió con la capacidad del PP de influir en la política institucional. Tanto en 2009, a través de su pacto con el gobierno del PSE, como por medio de su entonces alcalde en Vitoria, Javier Maroto.
Estamos ante una nueva oportunidad no solo de mejorar la vida de los más necesitados sino de recuperar el orgullo compartido como sociedad de una herramienta que mejora la cohesión social y que refuerza nuestra identidad. Para ello es muy importante que todos los representantes del Parlamento que apuestan por este modelo expansivo y enfocado a proteger y dar oportunidades a los más vulnerables, apoyen esta reforma histórica para que no se aproveche del ruido la minoría que sigue en posiciones regresivas.
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