Artículo publicado en El Correo (07/11/2022)
Los Presupuestos Generales del Estado (PGE) no solo son el núcleo de la actividad económica, sino el elemento último indivisible, el cuark, de la democracia. En los Presupuestos se trata de conformar y aprobar con la mayor de las solemnidades el monto de los impuestos que se arrancan con una violencia piadosa al sector privado, y cuánto y en qué manera se reasignan a las necesidades generales del sistema, con su triple carácter público, anticíclico y redistributivo. Es el instrumento último que conduce nuestro sistema hacia una economía del bienestar, aunque no sea el bienestar óptimo por todos deseado. Indirectamente, se constituye en la primera herramienta de política económica del Gobierno de la nación. Y, por lo tanto, en un mecanismo fundamental de control en el ámbito nacional en cuanto a su diseño y ejecución. De ahí que los PGE merezcan nuestro respeto, y alguna opinión fundada, al menos en cuanto a sus mensajes más relevantes. Ejemplifiquemos taquigráficamente algunas de ellas.
La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) avala el escenario macroeconómico central que acompaña a los PGE de 2023, con matices salvables. Prevé un crecimiento del PIB del 1,5% en 2023 frente al 2,1% del Gobierno. En el ámbito de los precios, el Ejecutivo estima un deflactor del PIB en 2023 del 3,8%. La AIReF, por su parte, lo sitúa en el 4,3%.
En cuanto a las cuentas, entre 2018 y 2023, tanto la recaudación (15%) como el gasto público han reflejado incrementos muy superiores al crecimiento del PIB (1%), mayores en el caso del gasto (18%). Como resultado, el peso del gasto público en el PIB aumentó en casi 6 puntos y la presión fiscal en más de 4 en cinco años, lo que nos acerca a la media europea.
Respecto de los ingresos fiscales (473.000 millones de euros, el 35,4% del PIB), debe subrayarse que en 2022 la desviación de lo ingresado respecto al presupuesto aprobado será del 1,7% del total, un impuesto en la sombra (windfall profits) por una suma de 26.000 millones de euros que, al no deflactarse en las próximas medidas tributarias, supone un expolio manifiesto al contribuyente. La desviación se prolongará hasta el 0,5% del presupuesto en 2023.
Dado que el gasto presupuestario para 2023 es el más expansivo de la democracia (39,1% del PIB, 506.000 millones de euros), el déficit público se situará según AIReF en el 3,3%, tres décimas por encima del límite del 3% del PIB fijado en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento europeo. El déficit sube al 4% en 2023 si no se consideran los ingresos y gastos de las ayudas europeas (NGEU).
La favorable evolución del denominador de la ratio de deuda a PIB permite proyectar su reducción en el corto plazo. La deuda soberana española caerá en 2023 en 7,2 puntos respecto a 2021, aunque a medio plazo la AIReF proyecta una estabilización en torno al 108,5% del PIB.
En términos absolutos, destacan el gasto en pensiones y la financiación autonómica. La primera partida ha crecido a un ritmo medio anual de cuatro décimas del PIB durante el último lustro, pese a que todavía no ha comenzado la jubilación de los ‘baby boomers’, y la segunda se lleva cada año dos décimas más del PIB en promedio. Ambas partidas registran crecimientos excepcionales en 2023, que se sitúan en torno a un punto del PIB. En términos relativos, la partida de gasto que más ha crecido en los últimos años ha sido la de dependencia.
Las cifras son agresivas y portan el germen de la insostenibilidad en el tiempo de nuestras cuentas públicas. El atenuante lo constituye el periodo tan adverso que hemos atravesado con la pandemia y la invasión rusa. En cualquier caso, la llamada a la prudencia en los años venideros resulta inexcusable.
Los puntos clave de incertidumbre residen en la disponibilidad y certera aplicación de los fondos europeos NGEU, en la revalorización de las pensiones y en las subidas salariales, aunque estas últimas atañen solo indirectamente al Presupuesto. La pandemia, la guerra de Ucrania y una inflación voraz nos han incautado media decena de puntos de renta disponible sobre el PIB. Se trata de una grave herida de campaña que tiene consecuencias decisivas para nuestra movilidad económica. Pero todos esquivamos impertérritos esta dura realidad.
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