Artículo publicado en El Diario Vasco (13/11/2022)
Comienza noviembre y comienza el mes del euskaraldia. Es el mes en el que la mayoría nos convertiremos en ahobizi o belarriprest y con ello se prolongará una reflexión de más largo alcance sobre las actitudes que debemos tener sobre nuestra lengua, sobre nuestras lenguas. Aunque resulte paradójico escribir en castellano sobre este fenómeno, me gustaría promover el debate sobre dichas actitudes y sobre el euskara en particular como fuente de riqueza y diversidad en esta sociedad. Permítanme comenzar con una parte de experiencia personal. Fui educado en un hogar, como muchos en este país, en el que uno de los cónyuges, en este caso mi padre, sabía euskara y la otra, mi madre, no. Su decisión fue, seguramente, no tan habitual. Decidieron que, aunque entre ellos hablaran en castellano, mi padre con nosotros (con mi hermana y conmigo) siempre hablaría en euskara y mi madre en castellano. Siempre agradeceré este gesto de generosidad de ambos, por lo que dice y por lo que transmite. También porque gracias a él siempre he considerado ambas lenguas como propias y me ha ayudado a vivirlas como una riqueza. De igual forma.
Esta manera de vivir las lenguas me ha llevado a vivir con cierta extrañeza algunos debates que resurgen periódicamente en nuestra sociedad, alguno de forma muy apasionada. El primero de ellos tiene que ver con los perfiles lingüísticos exigidos para formar parte de la administración pública, incluso con la obligatoriedad de tener que conocer ambas lenguas oficiales para poder hacerlo. El segundo, menos extendido por fortuna, suele tener que ver con la función social del euskara, tanto en el ámbito educativo, como en el espacio de los medios de comunicación. Percibir al euskara como riqueza debería llevar a tener una posición clara en estos debates.
En lo que se refiere a la obligatoriedad y los perfiles para el acceso a la administración pública no parece muy descabellado que en una sociedad que posee dos lenguas oficiales, el conocimiento de ambas sea un requisito fundamental para el acceso a la función pública. Es más, también parece de sentido común que esto se haya hecho de forma progresiva durante los últimos cuarenta años según el conocimiento del euskara ha ido aumentando en nuestro entorno. Hoy en día, y con el nivel de conocimiento que existe, no hay ninguna razón que lleve a explicar que esto no pueda ser así en la Comunidad Autónoma de Euskadi. Incluso que pudiera ser así en Navarra (lingua vasconum, lingua Navarrorum) aunque para eso haga falta un cambio legislativo que aumente los consensos actualmente existentes. En lo que se refiere a su función social y educativa, las preguntas también están muy presentes y generan discusiones acaloradas: ¿debería el euskara ser lengua vehicular en la enseñanza? ¿debería serlo en los medios públicos? ¿Cuál debería ser la apuesta, por ejemplo, en las plataformas de contenidos audiovisuales en streaming? ¿doblaje? ¿subtitulado? ¿Creación de contenidos propios? Cualquiera de estas preguntas debe enfrentarse a una cruda realidad: el reto de la utilización. Porque tal y como dicen todos los datos, un mayor conocimiento no implica obligatoriamente una mayor utilización. En un amplio sector de las personas jóvenes, el euskara se vincula de forma muy directa al ámbito educativo. Esto resta al idioma posibilidades en muchos otros ámbitos de especial relevancia, sobre todo en lo afectivo y relacional: el familiar, el ocio, las cuadrillas, el informativo.
Hacer frente a esta realidad necesitará pensar de forma combinada alguna de las repuestas a las preguntas anteriormente formuladas junto a la constatación de una realidad: la presencia social del castellano hace que su conocimiento y su uso se extiendan a mucha mayor velocidad que el euskara. Desde la perspectiva de que el conocimiento (y el dominio) de ambas es una riqueza, ¿qué estrategias se pueden llevar a cabo para equilibrar esta realidad? ¿Que los medios de comunicación públicos emitan sólo en euskara? Puede ser. ¿Que se invierta más en generar contenido propio? También puede ser. Hay personas expertas que saben mucho más que yo en esta materia.
Pero hay un tema mucho más importante. Tenemos que querer al idioma, hay que pasar del discurso racional al campo afectivo y emocional. Hay que pulsar la tecla que haga que el euskara sea para las personas vehículo de vivencias, de experiencias, de chistes y sonrisas y también de lágrimas. Es lo que a veces nos ha faltado a todos. A quienes lo están aprendiendo, porque sólo lo unen a lo profesional. A quienes los escuchamos, porque pensamos que respondiendo en castellano les facilitamos la conversación, cuando muchas veces sucede lo contrario. Es el paso que nos falta dar. Acoger desde lo emocional. Es lo emocional lo que me transmitieron mi aita y mi amama, es lo que queda y nos une. Este es el gran acierto del euskaraldia. Hablemos y escuchemos, pero sobre todo abramos los brazos, acojamos y vivamos el euskara. Ausartu eta bizi dezagun euskara. Gure altxorra da. Denon altxorra da. Batzen gaituena.
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