Artículo publicado en El Correo (20/11/2022)
Facebook (Meta) ha anunciado que en los próximos días despedirá a 11.000 empleados, Amazon, a 10.000, Twitter, a más de 3.000, Siemens Gamesa a otros 3.000… Todo apunta a que vienen tiempos difíciles para mantener el empleo. ¿Es el principio del fin o el principio de una nueva y apasionante vida?
No seamos ilusos. El golpe inicial de cualquier despido siempre es duro. Supone un fuerte impacto en nuestra más sensible línea de flotación: la autoestima. Nuestro ego sufrirá un proceso de duelo, de eso no hay duda. Sin embargo, si lo analizamos en frío, quizás este hecho está lejos de suponer una desgracia. Puede ser el inicio hacia un nuevo y próspero camino en nuestras vidas.
Desde que la psiquiatra Elisabeth Klüber-Ross estructuró hace ya cincuenta años las etapas del duelo, pocos se han atrevido a cuestionarla. Y no hay duda de que cuando somos despedidos de una empresa entramos en ese ciclo. El ego, es decir, lo que yo creo que los demás piensan de mí, se ve dolorosamente afectado.
Al comienzo, nos posicionamos en una negación de los hechos. «Esto no me está pasando a mí», me repetiré para mis adentros. Este mecanismo instintivo nos evade de la realidad, lo que nos evita un dolor inicial –si se soluciona rápido, todo habrá quedado en un breve e insignificante mal sueño–. Sin embargo, me temo que la realidad de un despido será un proceso más largo de lo deseable, lo que nos transportará a una segunda etapa en caída libre: el miedo.
Miedo a que esto haya venido para quedarse. Miedo a que efectivamente no valga para nada. Miedo a que, por cuestiones del destino, crea que soy la persona más desafortunada del mundo. Surgirá la ira y el resentimiento. «¿Por qué a mi?», será la pregunta que venga a su mente una y otra vez. Algunos se quedarán ahí anclados por mucho tiempo, viscerales y deseosos de venganza.
Sin embargo, la mayoría, pasado un tiempo, avanzaremos hacia una tercera etapa: la del duelo profundo. Nuestros ánimos caídos nos harán sumirnos en un cuadro melancólico y de aislamiento. Paradójicamente, justo cuando más necesitamos la socialización –se trata de una reacción natural para buscar consuelo del prójimo sin pedirlo formalmente–. Desconectados del amor y el cariño, nos preguntaremos una y otra vez: ¿qué sentido tiene luchar?. Cuando vemos a una persona querida en este estado, nos da verdadera pena. Pero lamentablemente este sufrimiento forma parte del proceso. No se puede evitar y hay que lograr no resistirse a ese dolor. Sí, está usted despedido/a y sin trabajo. De eso no hay duda.
Pasado un tiempo prudencial de preocupación, ojalá reaccione, pase a la ocupación y regrese al pasado solo para aprender de él. No, no es cierto que no valga. No, no es cierto que solo le pasa a usted. No, no es cierto que ya no contratan a nadie de su edad. No, no es cierto que este sea un mal momento para encontrar trabajo. Quizás es precisamente el gran momento para preguntarse: ¿a qué me está invitando la vida?
La clave de este proceso no es tanto el no pasar por estas etapas, lo que es prácticamente imposible. Más bien lo que debemos lograr es pasarlas rápidamente. Y así liberar a nuestro neocórtex (cerebro racional) de las garras de la amígdala (cerebro emocional). Una buena vía para lograrlo es la de incorporar la autocompasión a nuestras vidas. Entender que como seres humanos somos frágiles e imperfectos. Aplicamos con generosidad y objetividad la compasión sobre los demás, pero raramente lo hacemos sobre nosotros mismos. ¿Por qué las cariñosas y esperanzadoras palabras que dedicamos a nuestros amigos no valen para nosotros, acaso es usted un marciano?
Permítame darle algunas sugerencias para salir de ese valle –antes de nada, recordarle que ha recibido una indemnización, es decir, un colchón de tiempo para seguir viviendo de manera razonable–. La primera de ellas: pasado un tiempo razonable de duelo, salga de casa y socialice. Aunque no le apetezca. Empezará a salir de ese bucle mental negativo y a darse cuenta de que la vida es algo más grande que el trabajo. La segunda: dedique un tiempo de calidad al autoconocimiento. Hoy usted tiene muchas más fortalezas de las que tenía cuando empezó a trabajar. Identifíquelas, también sus debilidades. Y tercero: dése el lujo de soñar. De visualizarse en una nueva realidad. Aquella que siempre quiso y nunca se atrevió a llevar a cabo. Pero no termine ahí su trabajo. Lamentablemente, los sueños no se cumplen. Solo los propósitos. Y para transformar un sueño en propósito hay que desarrollar un plan y ponerse a la acción.
Sí, sé que todo esto le suena a ‘muy bonito, pero poco real’. Pero déjeme preguntarle una cosa: ¿No conoce a más de uno que le dijo «despedirme de aquel trabajo fue lo mejor que me podría haber pasado en mi vida?». A usted también le puede ocurrir.
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