Artículo publicado en El Correo (29/11/2022)
La lengua del Imperio, y no me refiero al chino mandarín, muestra en ocasiones más agilidad que muchas otras al introducir neologismos. ‘Monsteriz’ significa convertir algo o alguien en un monstruo. En castellano no hay un verbo similar. Lo cual sería útil para definir el proceso que la política del Gobierno español está tratando de camuflar.
El uso de ‘monstruo’ que seguramente nos resulta más habitual se refiere a animales prodigiosos o de gran tamaño o a personas de gran crueldad u observadas con horror por su deformidad física o moral. Esto se introduce ya como concepto en el siglo XVI. Desde entonces hasta hoy, la metáfora del monstruo en política la encontramos fácilmente en todo periodo. Muy nítidamente, en el mundo contemporáneo. Por lo que, aclaro, el monstruo problematiza antes que ningún otro campo el Derecho y la ley.
¿Es la política, se preguntan algunos, un medio proclive para que se desarrolle la monstruosidad? ¿Qué lo fomenta hoy?
El respeto a las personas puede ser quizás el principio más fundamental de toda ética. El respeto nos llama a todos y cada uno de nosotros a respetar la dignidad intrínseca de todas las demás personas. Es una propiedad del ser humano. La dignidad, su corolario. Demostrar integridad personal, cumplir las normas de conducta más estrictas para inspirar la confianza del público en el servicio público es crucial. Pues bien, sin apelar al argumentario que utilizan quienes no son miembros de los grupos políticos que sustentan al actual Gobierno, la imagen monstruosa va ligada a apelativos de denuncia cada vez más contundentemente. Sé que esto no gusta a quienes se dan por aludidos, pero esa es la realidad para numerosos votantes y para una ciudadanía atónita y también desmadejada ante tanta ciaboga.
Los israelitas convirtieron a los filisteos en el monstruo Goliath haciendo verdad la tendencia de tratar a los enemigos de guerra como inhumanos.
George Lakoff, un conocido lingüista, argumenta que las metáforas en el discurso político operan de manera inconsciente entre nosotros. Ayudan a que efectuemos conexiones simbólicas que colocan acontecimientos y personas en un determinado contexto, modelando nuestra comprensión del mundo social y político. Así sucede de continuo ante los sobresaltos que los objetivos de quienes gobiernan practican a fecha pactada.
Entre bestiarios contemporáneos y antiguos, la fascinación por los animales –antiquísima– se debe a que se identifica ‘lo distinto’, pero en lo contemporáneo tiene mucho que ver con otro concepto del ‘monstruo’. Tiene que ver con la bestia que es el ser humano o con los animales que el ser humano puede ser. La bestia ya no es ‘el otro’, sino que uno mismo puede convertirse en un ser monstruoso. Esto es muy claro en la literatura de terror.
Los monstruos pueblan el imaginario colectivo de nuestro tiempo, y en el siglo XXI nos ofrecen un conjunto de iconos que, sin duda, se encuentra entre los más conocidos de nuestra cultura popular. El triunfo del orden humano sobre el terror que deriva del caos natural y el poder del estatu quo del líder que nos protege frente a la anarquía y el caos, hoy, espanta. No hay más que mirar hacia Rusia.
Pero si miramos más cerca, la ‘monsterización’ de la política de partido se evidencia ante quienes observamos la apatía legal, cuando no la falta de respeto a lo que el ordenamiento jurídico constitucional ha establecido claramente. Luego está la modificación jurídica derivada de excentricidades sacadas de un ‘sombrero loco’, como en la novela de Lewis Carroll ‘Alicia en el Pais de las maravillas’.
Demasiadas alteraciones nos ha dejado el balance de la historia de las instituciones españolas desde la Constitución de Cádiz como para tomar a la ligera la soflama por el axioma innovador. Lo decisivo, inspirador y revolucionario en la estética del populismo se corresponde con síntomas que se describen en el ámbito de la neurosis individual como el retorno de lo reprimido. Los comportamientos extraños y desconcertantes se perciben como incomprensibles, irritantes o erráticos. A veces, dan miedo, porque cuestionan de forma inesperada e inconfundible los acuerdos culturales. ¡Qué mostruosidad!, estarán pensando muchos familiares de víctimas al ver como desaparecen las penas de algunos convictos por delitos sexuales.
La falta de medida en los acuerdos del Consejo de Ministros y, en este caso, respaldando la iniciativa de la ministra de cuyo nombre no quiero acordarme debería tener también efectos retroactivos. Y por si se le ha olvidado a quien manda desde la castiza calle de Alcalá, habría que recordar que la rectificación de errores es terapéutica.
Casi todas las criaturas de pesadilla de las que aparentemente hay que defenderse resultan ser quimeras, meras construccionessin conexión con el mundo ‘real’. Pero haberlas, haylas.
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