Artículo publicado en El Diario Vasco (29/11/2022)
Como empieza a ser costumbre, el domingo 20/11 leí con gran interés la tribuna del director general de la empresa Premo, Ezequiel Navarro, en El Español. Esta vez su entrada tomaba como punto de partida una reciente presentación de nuestro compañero Guillermo Dorronsoro. El texto relata sobre el declive de la industria en Occidente.
Hubo un punto en el relato que captó sobremanera mi atención y me teletransportó al pasado. Es donde alude a cuando Dorronsoro acaba su carrera universitaria, que por entonces mucha gente había sido impregnado con la idea de que las economías avanzadas iban camino hacia la terciarización, y que nosotros [en Occidente, Europa o España] tendríamos los cerebros, el I+D y los trabajos de más valor añadido, mientras que la fabricación estaría en países de bajo coste.
Este momento o periodo se sitúa a finales de los ’80 / principios de ’90, y es cuando el abajo firmante empezó sus estudios universitarios en los Países Bajos.
Aunque no fui a una politécnica (como la de Delft, Eindhoven o Enschede), sí tuve un claro interés en cuestiones de industria o economía fabril durante mi carrera. Lo debo a mi padre, ingeniero mecánico, que trabajó en algunas de las empresas tractoras de mi zona natal, que es Twente en la parte oriental de los Países Bajos. Pasó por la Philips Machinefabriek (Fábrica de mecanización y máquinas Philips) en Almelo, y por Hollandse Signaal Apparaten (desarrollador y fabricante de radares para uso militar y civil – ahora Thales) en Hengelo. Entre mis amigos también era normal que sus padres o madres trabajaran para empresas como Philips, Texas Instruments, Stork, Nijverdal Ten Cate o Urenco: multinacionales industriales y tecnológicas presentes en nuestro directo alrededor.
Mis estudios me llevaron, entre otros, a la Universidad de Tilburgo, en el corazón de Brabante Septentrional (tierra natal de mi padre), provincia que -por delante de Twente- era y es el mayor bastión industrial de los Países Bajos. Estaba inscrito como estudiante de ciencias de organización, que caía bajo la Facultad de Ciencias Sociales, pero con plenas posibilidades de seguir cursos en la Facultad de Ciencias Económicas, cosa que hice de forma recurrente. Gracias a esa fórmula abierta rellené mi curriculum con varias asignaturas sobre organización industrial, gestión logística, sistemas de producción, diseño de plantas manufactureras, gestión de productividad y calidad, etc.
De estos años, me acuerdo de dos asignaturas en particular: “Organización tecn(olog)ica del negocio I y II” del Profesor Ted Kumpe. Nos habló de temas como plant layout, zero defect production techniques y todo tipo de métodos japoneses que Occidente empezó a descubrir en los ‘80 (JiT, Lean, SMED, …). También dejó muy claro que la industria actúa como pivote para el resto de la economía y que el diseño y la fabricación de productos de alta precisión forman habilitadores para llevar la industria a un nivel superior. Sus cursos iban destinados a estudiantes de ultimo año de grado, y porque a estas alturas mucha gente elige una especialización u otra; sus cursos no eran obligatorios para cada una de estas especializaciones (pensemos en Marketing o Contabilidad). Sin embargo, sus clases siempre estaban petadas: llenaron siempre las aulas más grandes del campus, siempre faltaban asientos y siempre había gente sentada en las escaleras.
A mi parecer esto se debía a una mezcla de tener un profesor que cautivaba con un público procedente de un entorno donde (todavía) se palpaba la industria, con cultura de concebir y fabricar producto y gente que siente que esto tiene futuro. En estos entornos, aunque no estudias una carrera de ingeniería, el interés por temas manufactureros sigue vivo, lo cual luego retroalimenta a la propia industria. También hace que cuando una empresa productiva ficha a profesionales administrativos encuentra gente que tiene una base industrial y el distanciamiento cognitivo entre directivos y plantas es menor que cuando entran diplomados de MBAs que ven a la empresa como un conjunto de activos.
Hoy en día, Brabante Septentrional (con Eindhoven-Veldhoven y Philips más ASML a la cabeza) sigue siendo el pulmón industrial de los Países Bajos, y Twente sigue su estela. En Twente, la empresa Hollandse Signaal Apparaten florece como en sus mejores tiempos y la Philips Machinefabriek forma ahora parte de VDL, un conglomerado industrial procedente de Eindhoven que ha transformado muchas antiguas sedes de Philips. Eindhoven y su alrededor se han transformado considerablemente en el último cuarto de siglo y han bajado su dependencia de Philips. A mi modo de ver, esa transformación contiene una lección alternativa sobre el ideario de la innovación abierta. Uno de los credos de la innovación abierta es que “no todos los grandes cerebros o personas más competentes pueden estar en tu plantilla, y por lo tanto es mejor cooperar con terceros donde estos se encuentren”. Philips, entre otros vía su NatLab (centro tecnológico propio), sí disponía de todo el talento que podía desear. Lo que pasa es que la empresa descubrió que ese talento se hace aún más válido si no solamente trabaja para “clientes internos”. El desmantelamiento de su NatLab catalizó una proliferación de iniciativas empresariales alrededor de Philips y Eindhoven, y produjo una regeneración del territorio hacia el Brainport como se conoce ahora.
La transformación de Eindhoven y Brabante Septentrional ha dado lugar, probablemente, a una industria más tecnológica e informática que la que vemos en el País Vasco, pero ambos son ejemplos de territorios que no han seguido los cantos de sirena de la terciarización, ni se subieron al carro del auge de la construcción o el boom turístico. Han intentado, a veces yendo contracorriente, mantenerse fiel a sus legados económicos del siglo XX y así han cultivado una identidad (industrial) propia. De esta manera se han alejado de discursos mainstream que prometen recetas que valen para todos, pero que les meten en un océano rojo donde pescan todo, o -peor- en un agujero negro.
La industria tiene futuro, pero para mantenerla viva también hay que mantenerla presente en las aulas. Y no solamente en las aulas de los centros de formación técnica y en carreras (poli)técnicas (estudios beta), sino también en las de ciencias sociales (estudios alpha y gamma).
En memoria de mi querido padre, Gerard Kamp; fallecido el 24 de noviembre de 2022.
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