Artículo publicado en El Correo (04/12/2022)
La memoria no se limita al recuerdo de los conocimientos académicos o informaciones objetivas. También, y hasta podríamos decir de modo especial, recordamos nuestras experiencias del pasado, que situamos respecto a estas dos coordenadas: agradable-desagradable (o placentera-dolorosa) y muy intensa-poco intensa. Es el ‘baúl de los recuerdos’, que contiene experiencias significativas de nuestro pasado, que se enlazan entre sí e influyen de forma importante, aunque a veces inadvertida, en nuestra afectividad y conducta actual.
Los recuerdos desagradables tratamos de alejarlos y de borrarlos de forma definitiva. La tarea no es fácil y con frecuencia estos recuerdos de experiencias negativas siguen vivos, provocando malestar. Es más, suele ocurrir que, al tratar de borrarlos, paradójicamente se afianzan y acuden más. Por eso, una forma de controlarlos es aceptarlos, aunque sin llamarlos. Así, pues, recuerdos agradables y recuerdos desagradables.
El filósofo inglés Jeremy Bentham, al establecer las bases de su sistema ético y legal –el utilitarismo–, incluía la memoria tanto entre los placeres fundamentales como entre los dolores fundamentales. Es decir, la memoria puede ser fuente de dolor o displacer, pero también de placer y satisfacción.
En igualdad de intensidad, recordamos mejor lo agradable. Esta tendencia constituye el llamado sesgo hedónico de la memoria. Pero, además, existe cierta sintonía entre el estado de ánimo, triste o alegre, y el tipo de experiencias del pasado, tristes o alegres, que más se recuerdan. Concretamente, cuando estamos tristes, todavía más si la tristeza entra ya o se acerca a la depresión, la memoria tiene preferencia por los recuerdos tristes de nuestra vida y se ‘olvida’ de las experiencias agradables del pasado. Esta preferencia lleva a que el estado de ánimo descienda más y se establezca una espiral descendente de nuestra sensación de bienestar. Advertir esta tendencia negativa facilitará sin duda su control.
Es que la memoria no es una reproducción neutra y exacta del pasado, sino una reconstrucción, o incluso una ‘construcción’ del pasado. El recuerdo del pasado no es una experiencia fría, como los días invernales, sino que lo podemos seleccionar, enmendar y reconstruir.
Los días previos a la Navidad son días de compras y de regalos. Adquirimos alimentos, ropa, aparatos electrónicos… con el objetivo de sentirnos mejor. Son días propicios también, en un clima de familia y amistad para recuperar experiencias sencillas de los años en que, con los ojos de niño, contemplábamos la vida de forma más amable e ingenua y tal vez más certera.
Dostoievski, al final de ‘Los hermanos Karamazov’, pone en boca de Alioscha estas palabras: «Sabed que no hay nada más fuerte, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo, sobre todo cuando es un recuerdo de la infancia, del hogar familiar. Se os habla mucho de vuestra instrucción. Pues bien, un recuerdo ejemplar, conservado desde la infancia, es lo que más instruye. El que hace una buena provisión de ellos para su futuro está salvado. E incluso si conservamos uno solo, este único recuerdo puede ser algún día nuestra salvación».
Buscando en ese ‘baúl de los recuerdos’ seguro que encontraremos algunos positivos. No tengamos miedo en saborear y recrearnos en esos buenos recuerdos. El concepto y la experiencia del saboreo (‘savoring’), estudiada por el profesor Fred Bryant, invita a degustar las experiencias de la vida -en lugar de engullirlas-, tanto la experiencia presente como la del pasado, e incluso la del futuro. Los recuerdos positivos, sin refugiarnos ni anclarnos en el pasado, pueden ser objeto de ese saboreo y ser reconfortantes, incluso el punto de apoyo o resorte para construir un futuro mejor. El buen conductor mira con frecuencia el retrovisor, pero sin dejar de atender al frente.
La mayoría de las veces las experiencias positivas del pasado resultan inseparables de personas cercanas y entrañables con las que hemos vivido. Algunas han fallecido ya, pero siguen vivas en el recuerdo, que aviva el corazón agradecido.
Y como estamos en tiempo de regalos, regalemos a las personas queridas, y también a cualquier persona, una experiencia -sonrisa, apoyo y ánimo…- que pueda generar en el futuro un recuerdo positivo. El recuerdo de experiencias positivas será sin duda una terapia eficaz para muchos de los problemas que nos inquietan, un importante factor de bienestar personal, además de un espléndido y duradero regalo.
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