Artículo publicado en El Correo (26/12/2022)
El avance de la gigaeconomía abre las puertas a una nueva era industrial. Un tiempo que nace y viene determinado por una de las variables esenciales de la economía libre de mercado: la productividad. El tema que traemos hoy a esta columna concierne al mantenimiento de los estándares de servicio a la clientela y al cumplimiento de los objetivos generales de la empresa bajo una nueva restricción: un salto en los actuales niveles de productividad.
Por si alguien no recuerda el concepto de productividad de un factor, se trata del cociente entre el PIB y el valor acumulado del factor, sea del trabajo, sea del capital, sea del conjunto de ambos. Si el sistema –empezando por la unidad de producción, empresa o sector– mantiene lo producido con menores horas de trabajo, y sin mengua salarial, la productividad laboral habrá aumentado, como viene siendo el caso durante los últimos cien años. Obviamente, el progreso de la productividad varía según países. Un informe de la OCDE muestra cómo el conjunto de los españoles, fijos, interinos y otros, trabajan de media 32,7 horas a la semana y, pese a ello, el valor de su productividad –58,1 dólares por hora– es muy inferior al de otras economías europeas que trabajan menos, como la alemana, que produce 74,2 dólares; o la Noruega, cuyo registro por hora alcanza los 93,2.
A comienzos del siglo XX, las jornadas laborales de 14 horas eran normales. El proceso hacia la reducción de la jornada laboral no fue un camino fácil. En España, no se produjo hasta 1919 cuando, tras una huelga general, se aprobó la jornada de 8 horas que hoy es estándar.
Cuando hablamos de reducir la jornada sin quebranto salarial excluimos el modelo belga o el de la empresa textil japonesa Uniqlo, que, simplemente, comprimen las 40 horas habituales en cuatro días, manteniendo el caudal horario. Sí se refiere, por el contrario, a Microsoft en Japón, al modelo islandés (2015-2019) o al caso neozelandés.
A nivel general, las opiniones acerca de la bondad de la semana laboral de cuatro días son contradictorias: por ejemplo, el expresidente de Alibaba Jack Ma apoya jornadas aún más reducidas, incluso de 12 horas a la semana, invocando la explosión de la inteligencia artificial. Otros, como el dueño de Tesla, Elon Musk, creen que los empleados deben dedicar al menos 80 horas semanales para crear un auténtico impacto económico.
Naturalmente, la productividad no aumenta por arte de ‘birlibirloque’, ni acudiendo a la ciencia infusa: la OCDE ha recomendado una serie de reformas para mejorarla, aunque sus consejos no revistan el carácter de exclusividad. Incluyen la reducción de las barreras a la inversión extranjera directa, el recorte del tipo del impuesto corporativo, la mejora en todo el arco de la formación en el empleo y la oferta educativa, la expansión de las opciones de financiación de infraestructuras, incluida la oferta apropiada de viviendas, la revisión del régimen de insolvencia y las disposiciones para corregir los excesos del libre mercado y el aumento del apoyo a la innovación empresarial. Hay otros elementos de estructura productiva, legislación laboral y tamaño mínimo adecuado de las unidades de producción.
Esencialmente, un negocio que cambia de una semana laboral de 40 horas a otra de 32 le está proporcionando a su personal un aumento salarial.
Pero, en lugar de hacerlo monetariamente, usa la vía del ocio, del tiempo libre, algo que todo el mundo valora. Pero, para equilibrar sus balances, las empresas necesitan algo a cambio: mayor productividad. En España constituye una de nuestras necesidades imperiosas.
La nueva orden ministerial reguladora aparece en el BOE del pasado 16 de diciembre. ¿A cuántas empresas aspira a afectar el programa? ¿A un centenar? Supongo que asistimos a un turno de cortesía parlamentaria con la mediación del Boletín Oficial del Estado para lubricar las relaciones PSOE-Más Madrid y punto. Un programa de diez millones en ayudas totales y hasta 150.000 euros por pyme.
La semana de cuatro días laborables acabará llegando, pero antes tiene que rebosar largamente el agua en los embalses españoles y habrá que descubrir la piedra filosofal que genere eficiencia en este país imaginativo, devoto incondicional del ocio, pero poco productivo.
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