Artículo publicado en El Correo (02/01/2023)
Causa desánimo contemplar el desamor a la verdad o la extremada ignorancia que a menudo se percibe en las manifestaciones de los distintos medios de comunicación con relación al progreso de la pobreza en el mundo. Plumas que en lo literario gozan de un merecido prestigio nos sorprenden con soflamas torcidas propagando que si no cede la pobreza la economía de mercado es una farsa.
Nosotros repetiremos el anuncio de Naciones Unidas para descartar decididamente la pésima información reinante en relación con este tema. Dice así: «La tasa de pobreza en el mundo se ha reducido a más de la mitad desde el año 2000». Este es el axioma indiscutible de la máxima autoridad mundial en la lucha contra la precariedad. En algo más de veinte años la pobreza en el planeta ha caído un 50%. Y ello, sin duda, debido a la expansión global de la economía de mercado. Allí donde ha llegado el libre mercado ha surgido el progreso económico.
La producción mundial se estima que permaneció estacionaria desde los tiempos del imperio romano hasta los albores de la revolución industrial de mediados del siglo XVIII. Solo a partir de la irrupción del pensamiento liberal con Adam Smith y sus coetáneos en 1776, el PIB comenzó a crecer de forma vigorosa hasta nuestros días.
Paralelamente, la socialdemocracia, que irrumpe con fuerza después de la segunda guerra mundial ha convivido con el liberalismo porque, por las consecuencias de las crisis, los gobiernos asumieron progresivamente que no hay economía veraz sin una base moral. Así, con independencia de la adscripción a unas determinadas siglas políticas, la gran mayoría de los países del planeta, incluso los más adeptos al liberalismo, han acabado derivando hacia un determinado ideario socialdemócrata dedicando ingentes partidas presupuestarias a la financiación del Estado del Bienestar de sus ciudadanos.
En nuestro propio país, dejando de lado actitudes dialécticas y viscerales, es pequeña la diferencia programática económica entre PSOE y Partido Popular. La lucha fratricida a la que asistimos en el circo político nacional no es sino el esfuerzo hercúleo de unos y de otros por perpetuarse en el poder a cualquier precio. Y para ello se miente y se desmienten unos y otros hasta la extenuación. Pero poco difieren los programas económicos respectivos. Repásenlos.
Un breve examen de la política fiscal del Gobierno de Sánchez a lo largo de 2022 nos confronta a una gran pregunta: ¿se hallan en España en declive los exitosos postulados liberales del pasado y caminamos hacia una economía social ultradirigista? Un repaso a las decisiones adoptadas en los últimos doce meses nos invita a pensar que nuestro ideario está herido a fuerza de tanta intervención, pudiendo discutirse su grado de afectación y gravedad. Solamente las últimas medidas del nuevo plan anticrisis revelan que la irrupción del Gobierno en las reglas del mercado no es menor ni superficial.
Desde el punto de vista de la ortodoxia las políticas difieren: no son lo mismo unas de subvenciones circunstanciales que otras medidas de carácter claramente obstructivas como el límite a los contratos de alquiler. Topar precios es reducir oferta. La subida de las pensiones ajustada al IPC promedio es electoralista y un lastre para ejercicios venideros. Por otro lado, se echan una y otra vez en falta más reformas estructurales y un ejercicio de análisis coste-beneficio de las medidas ya adoptadas y no revisadas. Entre otras, destaca además una distorsión notable: la acumulación de un superávit fiscal de 33.000 millones de euros de origen inflacionista, una clara confiscación a los contribuyentes.
John Maynard Keynes, el gran ideólogo de la socialdemocracia que abrió en 1936 las puertas a la acción masiva y beligerante del Estado, recordó que en modo alguno pretendía quebrar las reglas del mercado sino paliarlas en circunstancias de grave necesidad. La libre iniciativa no puede magullarse indefinidamente a golpe de Boletín del Estado. Vivimos momentos excepcionales que requieren medidas excepcionales, porque es cierto que no estalla una guerra cada semana.
Librecambio y socialdemocracia están llamadas a trabajar juntas, pero no amontonadas. Y a la brevedad posible habrá que devolver al mercado lo que le pertenece –la libertad y la eficiencia– que ha sido una fuente indiscutible de riqueza universal y de reducción de la pobreza.
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