Artículo publicado en El Correo (17/01/2023)
La realidad es que Vox no ha conseguido convertirse en un actor relevante de la política vasca. Son muy pocos los que conocen el nombre de su única diputada, son muy pocos los ciudadanos que le votan y son muchísimos los que dicen que no votarían nunca a este partido de extrema derecha. Es una formación que se queda sistemáticamente fuera de todos los acuerdos políticos grandes o pequeños que se realizan en Euskadi, que no tiene capacidad de vetar ninguna ley y que no se esfuerza en salir de la irrelevancia en las pocas ventanas que se le ofrecen, como la posibilidad de presentar enmiendas parciales a los presupuestos.
En cambio, ha condicionado la competición política en Euskadi desde su aparición en el tablero político estatal. En primer lugar, el miedo a la ultraderecha se convirtió en el comodín estrella de los principales partidos en las campañas del último ciclo electoral en territorio vasco para movilizar al electorado. Se ha normalizado también como un argumento reiterado, eficaz y poco pedagógico para justificar algunas decisiones tomadas por los principales partidos nacionalistas vascos para sostener el Gobierno minoritario de Pedro Sánchez. Ha permitido al PNV ocupar parte del espacio del centro y el centroderecha que dejó libre el Partido Popular para poder competir con Vox en los márgenes. Ha fabricado un bloque progresista que representa al 90% de la ciudadanía vasca, conformado por el PNV, EH Bildu, PSE y Elkarrekin Podemos, que vota de forma conjunta las principales leyes en el Parlamento español, incluidos los presupuestos del Gobierno de coalición de izquierdas. En Euskadi, el rechazo a Vox y a las ideas de ultraderecha ha provocado un atasco monumental inédito en el espacio a la izquierda del centro en el que todos los partidos compiten en ver quien propone la medida más progresista.
Vox ha influido en el giro hacia la izquierda de la política vasca y ha permitido que el PNV se haya acercado más esta legislatura al programa social de su socio de coalición sin que el PSE haya tenido que hacer ningún esfuerzo para acercarse a las posiciones del PNV relacionadas con el autogobierno. La dimensión territorial está desactivada en la estrategia del nacionalismo vasco porque el Partido Popular solo puede volver a gobernar en España con el apoyo de Vox y el nacionalismo que no sea español, ya sea moderado o radical, es incompatible con este partido de ultraderecha.
Por último, Vox ha ayudado a que la agenda pública española fagocite a la agenda pública vasca. Gracias a Vox y a la polarización que ha inyectado su presencia en el Parlamento español y que ha comprado el Partido Popular, cada semana hay un tema controvertido y polémico que produce la clase política española que llena los espacios de los medios de comunicación tradicionales, las redes sociales o las tertulias políticas que impiden que los temas del ámbito político vasco entren y cuajen en una agenda política vasca propia. Un problema para la atribución correcta de las responsabilidades políticas en este ámbito territorial.
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