Artículo publicado en El Correo (19/02/2023)
La Humanidad es una familia unida e indivisible, y yo no puedo desligarme del alma más cruel», decía Gandhi. Sin embargo, si fuésemos coherentes y honestos con nosotros mismos, reconoceríamos que en la práctica nos importa más la vida de un compatriota que la de un turco. De hecho, ni nos hemos enterado de que 2.500 personas se quedaron sin hogar en Maputo (Mozambique) por una inundación el día 7.
La realidad es que no todas las vidas humanas nos importan lo mismo. Quizás lo sean a ojos de Dios, pero no a los nuestros. Es duro verbalizarlo, pero unas muertes nos importan más que otras. Si le hablo del terremoto de Sichuán, del de Cachemira, del ciclón ‘Nargis’ o del huracán ‘Katrina’, todos ellos de hace poco más de diez años, seguro que solo recuerda uno de ellos: el ‘Katrina’. Déjeme darle un dato revelador: en el ‘Katrina’ murieron 1.800 personas, en los otros hablamos de casi 100.000 muertes en cada uno de ellos. Una diferencia brutal. Ahora bien, el ‘Katrina’ ocurrió en un país desarrollado (Estados Unidos), mientras que los otros fueron en países en desarrollo: China, India y Birmania.
No pretendo que nos sintamos culpables por ello, pero sí que desarrollemos un punto de conciencia y coherencia entre lo que decimos y hacemos. Ya que de poco sirve lamentarse del reciente trágico terremoto de Turquía y Siria para que acto seguido pase a engrosar la lista del primer grupo de catástrofes naturales que he citado. Sí, en su defensa me dirá que bastante dura es la vida diaria como para estar activos en otros problemas que ocurren en el mundo. Y no le quito la razón. Pero seguro que un mínimo podemos hacer. ¿Por qué reaccionamos de este modo una y otra vez aparentando que nos importa, pero no haciendo nada al respecto? Entre los motivos principales hay tres que destacan.
Por un lado, como seres humanos, hemos evolucionado para sufrir los mínimos daños psicológicos posibles, no en vano el famoso ciclo del duelo de la psiquiatra Elizabeth Klüber-Ross comienza con la negación. Y funciona. En muchos casos, no pasamos a otras etapas (miedo, depresión…). De hecho, una sencilla forma de lograrlo es obviando la noticia. «Yo no abro el periódico porque todo son noticias malas», habrá escuchado. Y un poco de razón tiene la frase, pero de no querer detenerse a ni siquiera querer saber las cosas que están pasando en el planeta hay todo un mundo de desarrollo personal. «Prefiero ser ignorante y feliz que conocer la realidad y sufrir», escuchará con orgullo. Así nos va a la sociedad actual.
Por otro lado, somos animales sociales pero eminentemente tribales, pertenecemos a diversas tribus y con límites de pertenencia generalmente no muy marcados. La pertenencia a una tribu nos da identidad. Yo pertenezco a la tribu de los de mi ciudad –la mejor del mundo–, de mi comunidad autónoma, de mi país…; o de los que tienen las mismas aficiones: músicos, motoristas…, o situación socioeconómica similar, o religión, o raza… Y obviamente me alineo más con su forma de ver la vida. Es más, nos protegemos entre nosotros. Probablemente usted no se sienta miembro de la tribu de un indio, una birmana o un turco.Y no hará mucho por protegerlos en la adversidad, «que se encargue el Gobierno, que para eso pago impuestos», podrá decir para evitar psicológicamente entrar en esa incoherencia y duelo como comentaba en el primer punto.
El tercer aspecto es quizás el más polémico y el que más nos cuesta reconocer. Todos tenemos intereses y velamos por nuestra propia supervivencia. Y para ello, me arrimo al árbol que más sombra me da, al más poderoso, no vaya a ser que en una de esas caiga de rebote algún fruto. No lo niegue, tiende a sonreír más cuando llega a su lado el director general que cuando llega un compañero de otra área. Y qué casualidad, que el ‘Katrina’, a pesar de ocurrir en el país con más recursos del planeta y ser la catástrofe donde menos gente murió de todas las que le cité, es la que más recuerda. ¿Habremos puesto más atención –nosotros, los medios y el Gobierno– a esta tragedia que a las otras? Sí, usted y yo, aunque no queramos reconocerlo, también nos movemos por interés.
No tengo fórmulas para cambiar esto, ni siquiera tengo claro si hay que cambiarlo. Sí creo que merece la pena dedicarle un momento de reflexión a la coherencia entre lo que digo y lo que hago en mi vida. ¿Se imagina a todos los españoles diciendo «yo sí haría algo mínimo por el terremoto de Turquía»? Yo sí. ¿Se imagina donando todos unos euros? Yo no. «Fue una buena persona», nos gustaría que dijera nuestro epitafio. Lo que no tengo tan claro es la definición de ‘buena persona’. Quizás ser coherente con tus principios removiendo las bases de otros es la mejor forma de serlo. Incomodar no siempre es malo, puede mejorar a otros.
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