Artículo publicado en El Correo (06/03/2023)
‘En busca del tiempo perdido’ es el título de una maratoniana novela de Marcel Proust. Título que tomamos a préstamo para referirnos al rescate de dos grandes agregados económicos de nuestro país que, habiendo lucido una trayectoria decorosa hasta diciembre de 2019, vieron truncada su carrera por la crisis del covid, y que, a día de hoy, han sido incapaces de recuperar los niveles de aquella fecha. Nos referimos a dos variables centrales como son el nivel de empleo y el Producto Interior Bruto (PIB).
Comenzando por la última, nuestro país ostenta el penoso honor de ser uno de los dos estados miembros de la Unión Europea, junto a la República Checa, que no ha logrado recuperarse en su totalidad del golpe económico que sufrió en 2020. En concreto, España registró a diciembre de 2022, con datos ajustados de estacionalidad, un índice medio del PIB de 109,2, un 1,37% por debajo del índice medio alcanzado a finales de 2019, de 110,7. Un 99,6% sobre base 100, a día de hoy.
La Fundación de las Cajas De Ahorro (Funcas) prevé unos crecimientos del PIB del 1% en 2023 y del 1,8% en 2024, con los cuales España lograría alcanzar en el último de estos años, 2024, el nivel de actividad previo a la pandemia. Esta previsión coincide con las realizadas por el Banco de España, la AIReF y el FMI. El Gobierno de España disiente de esta predicción y sitúa la recuperación ya en 2023.
Las razones –aparte de la que se citará al final de estas líneas– son obvias, aunque no puedan medirse con precisión matemática. La española fue –como primer argumento– la economía que sufrió la caída más intensa de entre las desarrolladas, un desplome del 22,3% en el primer semestre de 2020, un golpe que apareja un mayor trecho y dificultad hasta su recuperación. En segundo lugar, hay que citar la alta concentración en el PIB de nuestro sector servicios, en especial el que atiende al turismo internacional, que registró una pronunciada merma diferencial con respecto a otros países. El tercer factor viene definido por las restricciones sanitarias, más radicales y dilatadas que las del resto de países comunitarios, que retrasó el arranque de la recuperación con repetidos cierres y aperturas de la actividad, con los consiguientes efectos disuasorios para los turistas extranjeros, frente a la mayor laxitud sanitaria de otros países competidores. Finalmente hay que citar el infortunio de una crisis inflacionaria que se recrudecería con la invasión rusa de Ucrania, cuando nuestra recuperación estaba en su fase inicial de despegue, y la demanda ahogada durante el confinamiento prometía una escalada del PIB en forma de ‘V’. La subida de los tipos de interés ha contribuido últimamente a ralentizar nuestro crecimiento, dada la política restrictiva del Banco Central Europeo.
Lo ocurrido al empleo es distinto. El ajuste del mercado de trabajo se ha realizado a través del número de horas trabajadas por ocupado, en lugar del número de trabajadores activos, como ha solido ocurrir en crisis anteriores. Las restricciones sanitarias y los ERTE causaron desde marzo de 2020 el desplome repentino de las horas trabajadas. Estos hechos dan como resultado un descenso del 5,3% en la jornada laboral media, pasando de 33,8 horas semanales en el cuarto trimestre de 2019 a las 32 horas actuales, según la EPA, sin contabilizar a los fijos discontinuos. Las expectativas son halagüeñas. Funcas prevé la creación de 100.000 empleos durante el presente ejercicio y de 250.000 adicionales en 2024, reduciéndose la tasa de paro a niveles aproximados del 11,5%.
Todo lo anterior resultaría incompleto si no hiciéramos una referencia al principal lastre estructural de la economía española, consistente en la anémica evolución de nuestra productividad.
Se omiten aquí los factores que determinan ese pulso anémico, que han sido recogidos en columnas anteriores en este mismo diario con machacona periodicidad. La creación de un instituto u observatorio de la productividad, solicitada desde hace años por la UE y vigente en buen número de países desarrollados, tal vez ayudaría a impulsar el crecimiento de producción y empleo, dos de nuestras variables económicas más relevantes.
Resumiendo: dos años después de la pandemia, España crea empleo a buen ritmo con menos horas trabajadas, pero seguimos siendo ligeramente más pobres que en 2019.
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