Artículo publicado en El Diario Vasco (19/03/2023)
El primer día de clase siempre digo a mi grupo de alumnas y alumnos de Trabajo Social que todo es política. Y lo repito casi cada día durante todo el semestre. Estoy convencido de ello. Consciente o inconscientemente, todos ejercemos la política en nuestra vida diaria, desde que nos levantamos hasta que nos volvemos a acostar, todo está condicionado por decisiones políticas. Como bien dice el filósofo Slavok Zizek, dormimos sobre política e incluso cuando vamos al baño, nos sentamos encima de ella.
Y sin embargo, a pesar de estar tan presente en nuestra vida diaria, la desconexión entre la ciudadanía y lo que comúnmente se conoce como política, es decir, la política representativa o institucional es cada vez mayor. La mayoría de encuestas publicadas últimamente reconocen que las personas que ejercen la política son vistas como problema, más que como solución. Casi en paralelo, la pertenencia a un partido político es vista con suspicacia por amplios sectores de la sociedad, lo que hace muy difícil que puedan darse siquiera aproximaciones o compromisos que nos vinculen con ellos de alguna forma. El miedo a las etiquetas está más presente que nunca en una sociedad en la asociarse a algo o a alguien es visto como falta absoluta de independencia y criterio, cuando debería ser todo lo contrario: es desde una posición comprometida desde la que se puede hacer una lectura crítica y con rigor de todo lo que la rodea.
Y es en este contexto en el que va a dar comienzo un largo ciclo electoral que culminará aproximadamente dentro de un año. Lo que comenzará con las elecciones forales y municipales, continuará con las generales y finalizará, probablemente, con las europeas y autonómicas. Un largo año electoral de intensa campaña en el que será difícil observar actitudes constructivas, miradas a largo plazo y posiciones que hagan recuperar la confianza en la política. Y, sin embargo, estas son más necesarias que nunca.
Vivimos en una realidad en la que abundan los titulares fáciles, las respuestas sencillas a los problemas complejos, y el rechazo a un ‘ellos’ que algunos se empeñan en dibujar como una amenaza a nuestro bienestar y seguridad. Este tipo de estrategias son aquellas que podríamos llamar populistas. Y aunque no con tanta estridencia como en otras latitudes, en Euskadi no somos ajenos a esta realidad. También aquí se pueden observar ejemplos de rechazo a personas de origen inmigrante o de estigmatización de ciertos programas de ayudas sociales. Y si la opción de extrema derecha de la que tanto se habla estos días por cierta moción de censura de incierto recorrido no tiene éxito en estas tierras no será tanto por la no presencia social de estos temas y discursos, sino por el rechazo que genera su envoltura en la bandera y en la unidad de la patria como elemento indivisible del discurso político. Dicho de otra manera: es posible que también en nuestra propia realidad podamos encontrar de forma transversal a todas las sensibilidades políticas elementos que tienen que ver con estos mensajes, que no se encuentran muy alejados de ellos.
Por eso, ante situaciones como la desconfianza o el auge del populismo es más necesario que nunca hacer una reivindicación de la política. De la política con mayúsculas, en su concepción más amplia. De la política que llevan a cabo las iniciativas ciudadanas en uno u otro ámbito, las manifestaciones reivindicativas, las personas que se movilizan en pro de un objetivo común. De la política que llevan a cabo las asociaciones más pequeñas y el tercer sector articulado, transformando lógicas de relación y dinámicas de trabajo desde lo más pequeño a lo más fundamental. Y, por supuesto, de la política que llevan a cabo a través de los partidos políticos muchas mujeres y hombres en la dinámica institucional en muchos pueblos y en sus ayuntamientos, en las Juntas Generales y en las Diputaciones Forales y en los distintos parlamentos y gobiernos. Este país y esta organización necesita de la política institucional, exactamente igual que la política institucional necesita del resto de actores para su buen funcionamiento.
Este ciclo electoral que ya está abierto tiene que servir para poner en valor el trabajo de cada uno de los niveles pero, sobre todo, el valor de los espacios de colaboración. La observación de la dinámica política de la última década nos deja muy buenos ejemplos de lo que la colaboración entre diferentes puede aportar como remedio a los males de nuestro sistema político. Lo hemos visto en la colaboración que ha surgido a nivel local en las políticas de convivencia, en la construcción de espacios para ello. Lo hemos visto en las redes que surgieron en la época del confinamiento, en las respuestas que se articularon. Y lo estamos viendo en los ecosistemas que se están creando en torno a los cuidados de las personas mayores, con colaboraciones entre actores y partidos inimaginables hasta el momento. Estoy convencido que este es el camino y que en Gipuzkoa tenemos muy buenos mimbres para seguir transitándolo.
Frente a los que quieren que nada cambie para que todo siga igual, la colaboración y el entendimiento, los proyectos posibles como camino para la reivindicación de la acción pública, de la acción política. Es posible hacer frente a la desafección, al populismo y a los discursos que la ponen en duda, desde este mismo momento.
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