Artículo publicado en El Correo (20/03/2023)
En el superventas titulado ‘Esta vez es diferente’ (This time is different), sus autores, Carmen Reinhardt y Kenneth Rogoff, constatan que la inmensa mayoría de las veces las crisis no son diferentes, sino que son debidas a razones similares: a la estulticia humana, a la mala gestión empresarial y a la deficiente conducta de las autoridades responsables del control. Aluden, igualmente, a la inefable desmemoria de los culpables para aprender de errores anteriores y tropezar una y otra vez en la misma piedra.
El premio Nobel John R. Hicks dijo en una ocasión que en el mundo de la gestión empresarial no había nada más importante que el balance general. Con la quiebra del Silicon Valley Bank (SVB) días atrás, esas palabras han resonado con vibrante actualidad. Ni los gestores del SVB ni los supervisores gubernamentales estaban prestando atención al balance del SVB, o si lo estaban, no lo entendían.
Las razones presentadas como causas del derrumbe de SVB comienzan por una gestión inadecuada de los riesgos de la entidad, donde las inversiones a largo plazo se venían financiando con recursos a corto plazo en una proporción desmesurada. La subida de tipos fue encareciendo la fuente de alimentación a corto plazo y al filtrarse la noticia de sustanciosas pérdidas latentes, estas produjeron una estampida meteórica de depósitos, vía ‘online’ (42.000 millones de dólares en un solo día). Para atender las salidas de esos depósitos, el SVB tuvo que vender deuda consolidando las pérdidas latentes. Con ellas, el valor patrimonial de la entidad se deterioró acercándose técnicamente a la insolvencia.
Está claro que los gestores del SVB no consideraron en su momento las duraciones de su balance, el riesgo de interés inherente a la renta fija, un riesgo tan real como el de la renta variable, que muchos más ignoran, pero que azota sin misericordia a sus titulares cuando los tipos de interés a largo suben. La laxitud supervisora ha hecho el resto: o las autoridades no habían visto lo que estaba sucediendo o no lo habían valorado en toda su dimensión.
Para prevenir el contagio o ‘riesgo sistémico’, la Reserva Federal de EE UU (Fed) y el FDIC (Fondo de Garantía de Depósitos) han procedido de forma fulminante a la intervención de la entidad creando un ‘banco puente’ que es el propietario de los activos, garantizando la devolución de todos los depósitos bancarios –incluso los superiores a los 250.000 dólares por persona física o jurídica que protege el FDIC– devolviendo la calma a los mercados. Hay que señalar que del total de depósitos bancarios de la entidad sólo estaban asegurados por ley, a cargo del FDIC, el 5,69%, dado que el resto superaba los 250.00 dólares citados. El resto de los pasivos serán liquidados y los accionistas y los tenedores de bonos asumirán sus pérdidas.
Parece evidente que la catástrofe podría haberse previsto de no haberse producido una relajación de la ley Dodd-Frank. En 2018, bajo el mandato presidencial de Donald Trump, se elevó el umbral desde 50.000 a 250.000 millones de dólares de cifra de balance para definir a los bancos que representaban una amenaza sistémica, suavizando las exigencias de supervisión para los situados por debajo de dicho umbral. Si no se hubiera elevado este límite, el SVB habría estado sujeto a pruebas de estrés obligatorias y a otras reglas más estrictas de control.
Las enseñanzas más trascendentes del fiasco del SVB son dos. La primera, que unas subidas descarnadas de los tipos de interés oficiales son deflacionistas y deprimen los activos financieros. Afloran inconsistencias bancarias que en otra circunstancia no hubiesen surgido. Los bancos centrales no han sabido valorar esta incidencia y ahora empiezan a darse por aludidos.
La segunda radica en el hecho de que a la altura de 2023 la economía financiera no puede entenderse sin el aval del Estado, que se constituye en su mutua aseguradora. Estado y mercado están condenados a unir esfuerzos. No siempre podemos fiarnos de la disciplina del mercado y tenemos que recurrir preventivamente a la disciplina regulatoria. En consecuencia, no hay que denostar al Estado y luego pedirle ‘sopitas’. Si la moviola funcionase en modo retroceso, Lehman Brothers no volvería a ser abandonado a su suerte. Resumiendo: olvídense del pretendido neoliberalismo manchesteriano. No está, no contesta.
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