Artículo publicado en El Correo (10/04/2023)
La renta nacional es la suma de lo que ciudadanos y empresas de un país cobran por su contribución al proceso productivo corriente. En sentido más estricto la renta se distribuye entre cuatro componentes principales: la remuneración de los asalariados, las rentas mixtas, los excedentes brutos de explotación y el consumo de capital fijo. Debe señalarse que los límites entre ellos son confusos y que en aras de una simplicidad pedagógica hablaremos solo de salarios y rentas del capital.
La renta nacional, al igual que el producto nacional, crece en el tiempo. Circunstancialmente, en épocas de crisis, puede incluso disminuir. Pero en ciclos de media y larga duración siempre aumenta. No es un juego de suma cero, lo que implica que la subida de un factor no tiene por qué ser a costa del otro.
La pregunta que nos ocupa hoy es de índole comparativa: ¿Qué crecen más: los salarios o los beneficios empresariales? La realidad es que en España se ha observado una disminución paulatina del peso de la remuneración de los asalariados en el PIB. La cifra más alta se alcanzó en 1977, con un 56,5%. El Instituto Nacional de Estadística sitúa la cifra de los salarios en 2022 en los 622.805 millones de euros, el 46,8% del PIB.
La referida disminución relativa puede tener relación con el menor nivel salarial que perciben los trabajadores de nueva incorporación en países que se recuperan de las sucesivas crisis como es el caso de España. Pero no parece ser prueba suficiente.
Hay que buscar en otro lugar las razones de la caída secular del peso de los salarios. Una tesis verosímil apunta a que los salarios crecen a un ritmo más lento que la productividad. La productividad total de los factores en España promedió 93,27 puntos desde 1995 hasta 2022, alcanzando un máximo histórico de 107,55 puntos en el segundo trimestre de 2020 y un mínimo histórico de 85,02 puntos en el segundo trimestre de 1999. En cuanto al salario medio anual que en 2023 es de 25.165 euros ha representado un crecimiento del 10,8 % desde los 22.700 euros de 2010. En esos trece años ha cotizado por encima de la productividad.
Paralelamente la mengua de la proporción salarial ha sido mayor en países con una mayor eficiencia de su equipo capital, por ejemplo, en Estados Unidos o en Alemania, mientras que fue menor en los países dependientes de servicios como el turismo y las finanzas, o de exportaciones de productos básicos. Una mayor caída en el precio relativo de los bienes de inversión provee a las empresas de incentivos más convincentes para reemplazar mano de obra por máquinas. De igual manera, gran parte de la caída de la participación de los salarios en la renta nacional puede atribuirse a una combinación del rápido progreso en las tecnologías de la información y las telecomunicaciones y una alta proporción de empleos fácilmente automatizables.
Otro factor de incidencia en la representación decreciente de los salarios lo ha constituido la integración mundial y el reparto o ‘arbitraje’ de las cadenas de valor a lo largo del planeta. Este movimiento globalizador ha ido subcontratando en el extranjero los productos más intensivos de mano de obra, reduciendo el valor salarial de la producción doméstica en dichos sectores. Así los países emergentes han ganado más con la globalización que las clases medias occidentales, en las que la suma de los salarios totales puede haber decrecido. Los avances tecnológicos, la integración económica y la globalización han sido motores fundamentales de la prosperidad mundial como un todo. Pero no para todos por igual.
Queda por tocar la problemática de la equidad en la distribución de la renta y el papel de las políticas públicas. Los Estados pueden reaccionar con sistemas tributarios progresivos, subsidios de desempleo y otras políticas pasivas. Pero solo un vigoroso rediseño de la inversión en conocimiento y cultura en sus más amplios términos puede preparar a nuestra sociedad para afrontar los cambios tecnológicos, que seguirán produciéndose vertiginosamente en el futuro y que corren el peligro de empobrecer a amplios segmentos de trabajadores. En Hong Kong o en Suiza los salarios son mucho más altos que en España porque también es más alta la cualificación y productividad de sus trabajadores.
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