Artículo publicado en El Correo (16/04/2023)
He pensado en ello a raíz de la polémica suscitada por la página web del Ayuntamiento de Galdakao (y también de otras localidades), en la que se mezclan víctimas de «distintos sufrimientos» y, recuperado de la náusea, he pensado en cómo se puede tergiversar el relato de lo ocurrido sin que parezca que se hace. No es nuevo, ya un superviviente de Auschwitz como Primo Levi nos advertía sobre ello en ‘Los hundidos y los salvados’ (1986): «Hay quien ante la culpa ajena o la propia se vuelve de espaldas para no verla y no sentirse afectado. Con la ilusión de que no ver fuese igual que no saber, y que no saber le aliviase de su cuota de complicidad o connivencia». Y en todo este asunto, me resulta especialmente estremecedor que una asociación reconocida por su gran trabajo científico se preste a esta trampa moral. Por supuesto que toda persona que ha sufrido una violencia injusta es una víctima, ahí todo demócrata debe estar de acuerdo, pero no puede ocultarse que en algún caso podemos encontrarnos con la doble figura de victimario-víctima y que en esos casos su significación no puede ser igual y mucho menos se ha de minimizar u omitir su terrible condición, sea éste Melitón Manzanas o Jon Bienzobas.
Eso que denominamos «relato», aquí en tierra vasca, es un concepto que no surge a partir de 2011, con el cese del terrorismo, sino que comenzó mucho antes, con similar pureza de sangre, suelo patrio y enemigo a batir con los que un loco escribió su ‘Mein Kampf’. Una narrativa que, como afirmaba el profesor Martín Alonso Zarza, resulta «un producto que se manufactura a distintas escalas, un producto de alta connotación mística y escasa definición, que se alimenta de la cromática mitológica (pueblo elegido, destino robado, raza autóctona, lengua adánica) y se resume en una suerte de religión que algún estudioso ha denominado ‘gudarismo’». Fruto de ese cobijo teórico, el secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez llegó a afirmar que «los militantes de ETA no son meros delincuentes o terroristas… que no se puede escribir la historia sobre la base de que aquí hubo buenos y malos, justos e injustos, vencedores y vencidos… será la sociedad vasca la que tendrá que determinar si ‘Josu Ternera’ fue malo o no».
Con estos supuestos mimbres éticos, alentados durante décadas por los artesanos de la equidistancia, es totalmente factible que se pueda introducir en el cesto de la supuesta reparación memorial a una víctima como el policía municipal Eloy García Cambra y al asesino de Miguel Ángel Blanco, Xabier García Gaztelu, ‘Txapote’. Bajo esas terribles premisas, si Primo Levi viviera podría sobrecogerse de nuevo con la posibilidad de verse reflejado como víctima junto al doctor Mengele.
Repito que es terrible, pero esa lógica inhumana e incivil ya se ha dado antes y para que pueda desarrollarse y colonizar muchas mentes es imprescindible manipular el lenguaje y fomentar la idea de que aquí todos sufrimos, todos fuimos víctimas del «conflicto». Ésa es la mejor forma de arrebatar a las víctimas su significación como tales, la que evidencia la injusticia cometida por el asesino, y, al mismo tiempo, de resignificar (incluso con barniz exculpatorio) al victimario. Y esa es una excelente estrategia para que las responsabilidades queden diluidas, paso necesario para que posteriormente queden omitidas. Así muchos olvidarán que fueron el Caín de sus vecinos, así, liberados de pecado, el paraíso podrá ser suyo.
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