Artículo publicado en El Correo (28/04/2023)
Me gusta la fiesta. En el caso de San Prudencio, desde niño he vivido su magia, esa que habitaba en el aroma de los perretxikos rotos antes de hacer el revuelto, en meter el dedo en la salsa de los caracoles, en la subida hasta las campas de Armentia, donde paseábamos por los puestos del ferial, asistíamos a la salida de autoridades de la misa de honor, comprábamos las rosquillas de anís, admirábamos la fuerza de los hermanos Acha levantando la piedra o hacíamos un corro para merendar. Ese mismo corro que años más tarde reunía a la ‘cuadrilla’ y nos emocionaba por la proximidad, felicidad adolescente, de aquella chica que nos gustaba.
La vida propició que repitiéramos los mismos rituales con nuestros hijos, y, años más tarde, que lleváramos a nuestros padres empujando su silla de ruedas hasta aquel lugar iniciático. He disfrutado escuchando los sones de la retreta, cenando con los/as miembros de mi cuadrilla de blusas y tocando en la tamborrada hasta bien entrada la madrugada. Una noche de música y alegría que ha propiciado momentos inolvidables. Aunque, durante años la imagen de San Prudencio se manifestaba a través de un atributo por el que el santo de Armentia era conocido: como ángel de la paz. Años de violencia y dolor para tantos conciudadanos me llevaban a pensar en la paradoja que suponía que esa ausencia de paz ocurriera, precisamente, en la tierra de su advocación.
La festividad ha perdurado, reconfigurada, pero manteniendo muchos de los elementos tradicionales de la misma. Así el carácter rural, de romería y verbena con Joselu Anaiak. Pero también es cierto que se han introducido elementos novedosos, performativos, como en las actuaciones musicales y de danza en la plaza de la Provincia o en los vídeos, ahora en formato MP4, que se difunden por todo el territorio histórico con el conocido ‘…suena el tun, tun y con el la trompeta…’ mezclado con ritmos de rock, jazz o merengue. No puedo obviar que en la actualidad el ocio tiene una importancia significativa en nuestras sociedades.
Ello favorece que el ‘puente de San Prudencio’ sea una incomparable ocasión para celebrar esta festividad realizando un viaje. Así, no es de extrañar que el sonar de los tambores, el gorro de cocinero de papel y la conocida melodía ‘…buenas tortillas de perretxikos, con huevos frescos y buen jamón, que son los útiles más convenientes para este día de animación…’ formen parte del paisaje de localidades como Noja, Laredo, Salou o Benidorm. En definitiva, como diría Ascensión Barañano, una nueva forma de reafirmación de un ‘nosotros’, de una identidad, que yo percibo inclusiva y abierta, la alavesa. Los tiempos cambian, pero la estructura del ritual y su objetivo de reconstructor de las costuras sociales se mantiene. Hablamos de un San Prudencio del Siglo XXI.
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