Artículo publicado en El Correo (08/05/2023)
‘España fallida’ –en afirmativo y sin signos de interrogación–, es el título del libro que acaba de publicar John de Zulueta (Cambridge, Massachussets, 1947). Subrayo lo de ‘sin signos de interrogación’ porque mi columna sí los lleva. Conviene concederse en todo caso el beneficio de la duda.
Se trata de un apasionado alegato pronunciado a vuelapluma por un norteamericano que, habiendo tenido una relevante presencia en altos cargos de la gestión española desde su llegada a España en 1980, observa con impaciencia los despechos de unos políticos poco proclives al empresariado, lo que incide, como suele ser habitual, en una mediocre trayectoria económica. Resulta recomendable su lectura para sacudir el conformismo de quienes callan y se instalan en el triste confort del anonimato, repitiendo el detestable mantra hispánico: ¡Da igual! Pero nada da igual. Ya Ortega aclaró que «estar en forma es que no te de lo mismo una cosa que otra».
Zulueta empieza por informar que la mayoría de los colegas españoles de profesión que conoce califican al actual Gobierno de «peronismo ‘light’», «el peor de la democracia» y látigo de los empresarios, que, a la postre, son considerados una banda de sanguijuelas que fuma puros mientras repasa los extractos de sus cuentas corrientes a la hora del desayuno.
Pero pasemos a lo concreto. Comparto con tristeza el diagnóstico de Zulueta sobre la irrelevante representación económica del país. Figuramos en la zona apática de las clasificaciones económicas mundiales más significativas, en los puestos 25 o inferiores, con algunas excepciones. Varias y conocidas son las razones que nos empujan hacia los lugares grises de los rankings. Citemos tres muy relevantes.
Para empezar, el sistema educativo español no es lo suficientemente atractivo para evitar que un alto número de estudiantes abandone las aulas y, sobre todo, no se ajusta a las necesidades de la producción. No existe una suficiente oferta de programas de formación profesional como antesala del trabajo. Como ha dicho Francisco Belill, «la oferta y la demanda, cuando cuadran es por casualidad».
En segundo lugar está nuestra famélica productividad. Parte del problema reside en que, en un país con gran peso en los servicios de escaso valor añadido, carecemos de suficientes corporaciones multinacionales. El 94,6% de las empresas españolas tiene de media dos empleados y el 60% no alcanza los 5 años de vida. El tamaño es importante. Las grandes empresas generan economías de escala, producen más a un menor coste, invierten más fondos en I+D y en formación, obtienen mejores condiciones de financiación que las pequeñas y están en ventaja sobre estas para atraer el talento laboral.
En tercer lugar, topamos con la España de las subvenciones. Las ayudas masivas de Sánchez se han distribuido mal porque no han sido selectivas, pero han auxiliado al país a contener las dos graves crisis surgidas desde 2019. Pero las subvenciones son un poderoso anestésico que, a la larga, impiden acometer las necesarias reformas estructurales. Nuestro déficit hoy es del 4,8% del PIB y la deuda pública está en un 113% del PIB. Desde 2019 cuando el déficit estaba en el 2,9%, el gasto se ha disparado en un 5,5%, la gran mayoría en destinos sociales. Ahora Bruselas nos conmina a recortarlo y Sánchez promete hacerlo en un año. ¿Es esto creíble? Hay un matiz adicional: nuestro mayor gasto en rúbricas como pensiones, desempleo, dependencia y otras, junto a uno más exiguo en epígrafes como la educación o la inversión pública es menos productivo. Existe un consenso de que menores dotaciones a inversión y educación se asocian, a medio plazo, con tasas inferiores de crecimiento potencial de la economía. Del cierre en falso de las pensiones no vamos a hablar. Estamos, como ha notado el profesor Maldonado, «ante un episodio de superación del Estado por la política» constitutiva de una clara injusticia intergeneracional.
¿España fallida? No necesariamente. Como señala Jesús Cacho, ahí está el ejemplo de Irlanda, un país sin recursos naturales, cuya renta per cápita ha alcanzado los 98.260 euros en 2022, frente a los 27.870 de los españoles, menos de la tercera parte, aunque registraron niveles similares de renta en los años noventa. Ningún milagro. Simplemente buena gestión.
Resumiendo: España fallida es una bofetada a la conciencia colectiva. Que sea para bien.
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