Los datos demuestran que nuestra moto económica no está gripada, pero tampoco consigue ganar campeonato
Artículo publicado en El Correo (10/07/2023)
El ‘Instituto Internacional para el desarrollo de la gestión’ (IMD), una acreditada institución docente de raíces suizas y alcance global fundada hace 75 años es bien conocido por la elaboración del llamado ‘Índice de Competitividad Mundial’, un referente anual para los gobiernos, las organizaciones empresariales, las universidades y otros centros intelectuales de referencia. A dicho índice dedicaremos las líneas que siguen.
El seguimiento de la competitividad despierta un enorme interés en las instancias sensibles al progreso económico de una sociedad. En un entorno globalizado, entender los conceptos y variables básicas que influyen en la competitividad –para actuar consiguientemente sobre ellos– se vuelve fundamental para al-
canzar el éxito económico. La competitividad se refiere a la capacidad de un individuo, empresa o país para mantener y mejorar su posición relativa en el mercado. Implica la capacidad de generar valor de manera eficiente y sostenible, y de adaptarse a los cambios en el entorno. La competitividad se basa –según los textos docentes al uso– en la productividad, la calidad, la innovación, el tipo de cambio, la solidez institucional y otros factores internos y externos que determinan la capacidad productiva relativa de personas o países.
Con frecuencia la competitividad suele reducirse a la capacidad de las economías para rivalizar en el comercio exterior, la llamada ‘competitividad-precio’ pero su problemática es de mucho mayor alcance. El informe de IMD adopta una metodología significativamente más envolvente.
Pues bien, ¿cómo se sitúa la economía española en la carrera por la competitividad de los 64 países analizados en el informe? La respuesta es que nos hallamos en la zona tibia, medianamente. Para comparar los datos que siguen con nuestra capacidad productiva, debemos recordar que España es la 15a economía más grande del mundo, en términos de PIB.
España se mantiene en 2022 en la posición 36 del ranking global –igual que en 2021– entre las 64 economías estudiadas y en el lugar 18 entre los 30 países europeos contenidos en el informe, con una puntuación de 67,2. En el segmento superior de la tabla –entre paréntesis las puntuaciones de 0 a 100– figuran Dinamarca (100), Irlanda (99,7), Suiza (99,1), con EE UU (91,1) y EAU (90,5) cerrando la clasificación
de los primeros diez. La media mundial se instala en 70,2. A destacar que los lugares de cabeza están ocupados por tres economías pequeñas en las que sobresalen la fortaleza y la eficiencia de sus instituciones.
Para IMD, cuatro son las columnas básicas de la competitividad: el desempeño económico, la eficiencia del gobierno, la eficiencia empresarial y las infraestructuras. El primer lugar en cada una de ellas está ocupado por Irlanda, Suiza, Dinamarca y Suiza, respectivamente. Suiza repite liderazgo.
La situación de España se pondera en función de distintos factores. Así, algunas de las posiciones desagregadas, siempre sobre el total de 64, son las siguientes: solidez de las economías domés-
ticas (31), comercio internacional (13), inversión internacional (11), empleo (55), finanzas públicas (58), deuda pública (55), financiación de las pensiones (58), nivel de gasto público (54), fiscalidad (57), marco institucional (43), legislación sobre empresas (51), cotizaciones sociales (55), economía sumergida (50), regulación laboral (57), empleo (52), precios (30), resiliencia de la economía (53), desempleo juvenil (59), legislación de desempleo (60), mercado laboral (43), productividad y eficiencia (30), valores (48), infraestructuras básicas (25), infraestructura científica (25), salud y medio ambiente (21) y educación (23). Los peores resultados se obtienen en finanzas públicas, fiscalidad, empleo y legislación empresarial. A subrayar la negativa percepción del informe sobre la eficiencia gubernamental situándola en el lugar 51 de las 64 economías estudiadas, con retroceso de 11 puestos sobre 2018, así como la capacidad de atracción de talento (52), la formación a los empleados (50), el gasto público en educación (41), o la motivación laboral (48).
Por el contrario, destaca positivamente la buena posición de nuestra inversión y comercio internacional (11 y 13), infraestructuras generales –vías de comunicación y redes informáticas– (23), la infraestructura sanitaria (10) y la producción de polución atmosférica (13).
En un reciente documento, la CEOE reclama la creación de un entorno que promueva la competitividad económica, apelando a drásticas reformas estructurales. Por ejemplo, reinventando el modelo turístico, con medidas que garanticen su sostenibilidad social, económica y medioambiental. Pero el ejemplo propuesto constituye solamente una gota de agua en un ánfora de notables dimensiones. Como ha quedado visualizado por los datos, nuestra moto económica no está gripada, pero tampoco gana campeonatos.
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