En el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, es tarea de todos hacer posible que nadie sienta que sobra
Artículo publicado en El Correo (10/09/2023)
La celebración hoy del Día Mundial para la Prevención del Suicidio provoca la publicación de las alarmantes estadísticas de los que directa y voluntariamente buscan terminar su vida. Son la punta del iceberg de muchas conductas que incluyen de forma indirecta poner en juego la propia vida (consumo de drogas, conductas de riesgo…). Pero estas cifras nos pueden distraer de prestar atención empática al sufrimiento extremo que incluye cada caso, tanto en el protagonista como en sus personas queridas.
¿Por qué algunas personas buscan quitarse la vida? La Organización Mundial de la Salud responde: «El suicidio es un problema complejo, en el que intervienen factores psicológicos, sociales, biológicos, culturales y ambientales». Intervienen, pues, varios tipos de factores –predisponentes, reforzadores, desencadenantes– que interactúan de forma compleja. Una persona no pone fin a su vida únicamente por un fracaso académico o profesional, un desengaño amoroso o un revés económico.
Detrás de las circunstancias más visibles e inmediatas actúan otros factores muy importantes, aunque menos aparentes. Por ejemplo: la acumulación de experiencias negativas, la escala de valores de la persona, el grado de autocontrol y de saber posponer la gratificación inmediata, la capacidad para reaccionar de forma adaptativa al sufrimiento y a las frustraciones, contar con una red firme de apoyo social… Asimilar, en definitiva, que las limitaciones y el sufrimiento son intrínsecos a la existencia humana.
El escritor francés Albert Camus, que en ‘El mito de Sísifo’ afirmó que el suicidio era el único «problema filosófico verdaderamente serio», en ‘La muerte feliz’ pone en boca de Marthe estas palabras: «A veces, se necesita más valor para vivir que para matarse». Sería incorrecto e injusto calificar al suicida de cobarde, pero sí es cierto que, en ocasiones, seguir viviendo sin tirar la toalla requiere auténtico coraje.
Por eso la prevención ha de plantearse en varios frentes. En primer lugar, la atención integral a las personas en riesgo. No solo se necesitan barreras físicas o químicas contra el suicidio, sino razones para vivir. La educación, por supuesto, desempeña un papel esencial.
Los medios de comunicación y las redes sociales de internet tienen una gran responsabilidad al tratar estos casos. Se ha denominado efecto Werther al aumento del número de suicidios asociado a la difusión de un caso concreto, como ocurrió tras la publicación de la obra de Goethe. No se trata de ocultar estos hechos, pero sí de sustituir el sensacionalismo por orientaciones adecuadas y por testimonios de quienes han optado por acciones alternativas saludables.
La alternativa al efecto Werther es el efecto Papageno. Este personaje, al final de ‘La flauta mágica’, de Mozart, decide suicidarse. Pero tres muchachos le ofrecen razones brevemente para no hacerlo. Algo parecido le ocurre al protagonista de la película de Frank Capra ‘Qué bello es vivir’. Aunque los razonamientos, sobre todo en los casos extremos, resultan de limitado alcance, la cercanía a la persona y la comunicación de experiencias propias parecidas, con buen final, resulta más eficaz.
El conocido psiquiatra estadounidense Karl Menninger afirmaba que la esperanza, además de ser necesaria para la vida normal, constituía «la principal arma contra el impulso de suicidio». Por eso, en una conferencia a los miembros de la Sociedad Americana de Psiquiatría insistía en que el objetivo principal del profesional de la salud mental es inyectar esperanza al paciente. Objetivo, por supuesto, generalizable a todas las personas.
Esperanza no equivale a optimismo ingenuo, sino a llegar a la convicción de que, de un modo u otro, siempre será posible hacer algo, sin hundirse en la amargura de la desesperanza. No es negar la existencia del túnel; es buscar alguna pequeña luz que señala su salida. Una esperanza que no se guía por las probabilidades del resultado deseado, sino que crece y se fortalece precisamente en la adversidad.
Es una invitación a poner un grano de arena para construir una sociedad más humana que, además de reconocer teóricamente el valor de la persona, haga posible que nadie sienta que sobra, sino que puede desarrollar el gusto por una vida en plenitud. Porque la prevención del suicidio no es una tarea reservada a los profesionales de la salud mental o a los educadores. Todos podemos hacer algo para que llegue un día en que nadie pronuncie o piense aquella frase de Groucho Marx: «Detengan el mundo, que yo me apeo».
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