El catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto nos da las claves de la letra pequeña del título de Bilbao como ciudad más feliz.
Artículo publicado en Onda Vasca (11/09/2023) | Arantza Rodríguez.
Bilbao es lo más de lo más. Y no solo lo dicen muchos de sus habitantes, que también, sino diversos organismos que la han coronado a lo largo de este año como la ciudad más inteligente y la segunda más limpia del Estado, la cuarta más segura del mundo y la séptima del planeta en porcentaje de población con formación universitaria. Ahí es nada, compartiendo listados con megacities como París o Nueva York.
En honor a la verdad, la capital vizcaina también se acaba de subir al podio como la segunda urbe más cara del Estado para compartir una vivienda. Algo tenía que tener. Una mancha en su expediente que ha quedado eclipsada al alzarse como la ciudad más feliz del Estado y la 69ª del mundo en el ranking del Institute for Quality of Life y el Happy City Hub de Londres. De buen rollo, como no podía ser de otra manera, ponemos la lupa sobre la letra pequeña de este título con la ayuda de Jon Joseba Leonardo Aurtenetxe, catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto.
Los ‘peros’ del ‘ranking’
Lo subjetivo no se mide y es decisivo en la felicidad
Seguidor confeso de este tipo de rankings, “en los que se miden una serie de características y, en base a ellas, se atribuye un término a las ciudades”, Leonardo Aurtenetxe empieza por precisar que “la felicidad es un valor relacional, como tal no es nada. Se trata de un atributo que consideramos positivo o negativo en función de si una serie de aspectos de nuestra vida, como la familia, el trabajo o la salud, nos van bien”.
La aclaración es oportuna, dice, porque “lo que se está midiendo en este ranking son indicadores de opinión respecto a cinco dimensiones: la ciudadanía, el gobierno, la economía, el medio ambiente y la movilidad. Para nada se miden cuestiones relativas a los tipos de relaciones, a las formas de participación, en definitiva, al mundo subjetivo, que es determinante en el estado de felicidad de una persona”.
Otro de los peros que le pone al estudio es que combina “churras y merinas”. “No se pueden mezclar megaciudades tipo Nueva York, París o Londres, con ciudades intermedias, como Bilbao, Burdeos o Glasgow”. Sin ánimo de “menospreciar” a los autores de estos rankings, confiesa que “no quisiera vivir en muchas de las ciudades que ocupan los primeros puestos. Preferiría mucho más vivir en un sinfín de ciudades que ocupan los últimos lugares y que son aparentemente más caóticas, pero infinitamente más humanas”. Dicho esto, concluye que esto no quiere decir que “lo medido no sirva”, sino que “la felicidad, el bienestar o malestar ciudadano, es algo mucho más complejo y abarca atributos intangibles que son determinantes a la hora de valorar la calidad real de vida de un sitio”.
La gente se divierte y se relaciona
“Tiene una calidad de vida media alta”
Aunque admite no saber si Bilbao es una de las ciudades más felices del Estado, tal y como afirma el estudio, a este sociólogo no le cabe “ni la menor duda” de que “tiene una calidad de vida relativamente media alta” y “ocupa un lugar destacado desde el punto de vista de los atributos” que se han tenido en cuenta.
“No quisiera vivir en muchas de las ciudades que ocupan los primeros puestos, prefiero otras más caóticas, pero infinitamente más humanas”
“Lo más reseñable de Bilbao en este momento -explica- es que ha dejado de ser una ciudad industrial vinculada a la producción de siderurgia naval, como la hemos conocido toda la vida, y a partir de los años 90 se ha convertido en una ciudad vinculada al consumo, al ocio y a los servicios. En la medida en que tiene una función mucho más vinculada al consumo que a la producción, Bilbao tiene un atractivo que antes no tenía”, expone Leonardo Aurtenetxe, que dirigió el Observatorio urbano de los barrios de Bilbao desde 2009 hasta 2018. En dicho periodo, afirma, “la opinión de la población vasca respecto a Bilbao era terriblemente optimista, valorando altamente su calidad de vida”.
Desde entonces, repasa, “ha habido una pandemia, se han producido una serie de sucesos luctuosos que han dado pie a ciertos comentarios alarmistas sobre la seguridad en la calle…, pero, desde mi punto de vista, la opinión publicada respecto a la seguridad es sensiblemente más alarmista que lo que los comportamientos reales muestran”.
En este sentido, sostiene que “lo que los datos muestran es que la gente de Bilbao vive en la calle, que pasea, se divierte, celebra y se relaciona constantemente dando a la ciudad un grado de densidad moral muy elevado. Idénticamente, por lo que afecta a las infraestructuras y servicios, la nota que la población bilbaina ha otorgado a los transportes públicos, así como a las infraestructuras y equipamientos culturales, es muy elevada, por encima de 7 en una escala de 0 a 10”, detalla.
La seguridad, lo que más influye
“Pese a las diferencias, se ha evitado la guetización”
A la hora de que los habitantes de una ciudad se sientan felices, lo que más influye, según apunta el sociólogo, es “la confianza respecto a la legitimidad y eficiencia de las instituciones, la capacidad para insuflarles un horizonte de esperanza a través de la planificación y gestión de la ciudad y la capacidad para proporcionar seguridad, impulsando políticas integradoras que eviten rupturas, segregaciones y una guetización creciente. No es un problema de control, aunque este sea necesario en ciertas dosis, es un problema de integración”, recalca. De hecho, afirma, “el gran activo de la sociedad bilbaina que ha estado detrás de la calidad de vida que hoy disfrutamos es el hecho de que, al ser una sociedad industrial, ha mantenido a raya, a pesar de las diferencias sociales, la desigualdad, que ha evitado la guetización de los barrios”.
Foráneos y sectores marginales
“Un sector social goza de un alto bienestar”
En Bilbao, como en el resto de urbes, conviven “realidades antagónicas”. “Hay un sector muy importante de la sociedad que consume, tiene estabilidad y seguridad y goza de un alto bienestar, pero al lado de él coexisten otros mundos mucho más precarios”, constata Leonardo Aurtenetxe, quien divide a la sociedad bilbaina “en tres grupos: uno que lidera, goza de prosperidad y está vinculado con el desarrollo de las nuevas tecnologías y la innovación; otro vinculado a la administración, que tiene una estabilidad de empleo y, como gran colectivo, goza de grandes ventajas; y un tercero, vinculado a sectores mucho más desprotegidos: hostelería, comercio, servicios domésticos y similares, que viven en una situación de precariado permanente. Esto se manifestó claramente en la pandemia: mientras los dos primeros sectores estaban al margen del riesgo, los que realmente apechugaron y pagaron el precio de la desprotección y el precariado fueron los del tercer grupo”. Con todo, asegura que “claro que en Bilbao un amplio sector vivimos muy bien. El problema es que está sustentado por el tercer sector, en el que tienen una presencia notable poblaciones foráneas y sectores marginales”.
Degradación del Casco Viejo
“En accesibilidad a la vivienda, Bilbao a la cola”
Para que a nadie se le suba el título de feliciano a la cabeza, el sociólogo señala que “si, en vez de las dimensiones que aparecen en el ranking, se hubieran medido otras, el optimismo podría trastocarse en pesimismo. Por ejemplo, si medimos la accesibilidad a la vivienda, uno de los principales atributos para medir la calidad de vida, estaríamos a la cola. Si la gente no encuentra posibilidades reales para emprender un proyecto de vida, no tiene futuro. Sabemos el problema estructural de Bilbao en materia de suelo, pero se necesitan medidas más agresivas en este área”, plantea.
“La opinión publicada respecto a la seguridad es mucho más alarmista que lo que los comportamientos reales muestran”
Respecto a la actividad económica, reconoce que “el Bilbao actual es más bonito que el del siglo pasado, pero aquel tenía mucha más capacidad de atracción de inversiones y de actividad. Hoy, más de 30 años después de realizarse su transformación urbana, todavía algunos edificios presentan una enorme debilidad para atraer a empresas punteras. Lo que en su día fue Abando, el distrito financiero de Bilbao, hoy en el mejor de los casos no llega a distrito comercial o de ocio. El cambio de paisaje es total y, con él, la pérdida de centralidad”, argumenta.
Por otra parte, señala, “la inserción de Bilbao en la estrategia de turismo global desde la óptica del consumo tiene muchas ventajas: actividad económica, hotelera…, pero también inconvenientes. Hasta hace unas décadas Bilbao era para los residentes, ¿para quién es hoy?”, insta a reflexionar, aludiendo a “la problemática de los pisos turísticos y su impacto sobre el mercado de alquileres.”
Puestos a mejorar la ciudad, la intervención en el Casco Viejo se le antoja “urgente”. “Ha perdido su función comercial y el resultado es un abandono y una degradación galopante. Hay que actuar con imaginación, vía de urgencia. De lo contrario, asistiremos a un gueto degradado sin capacidad de recuperación”, advierte.
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