Los postulados radicales del neoliberalismo y el furor consumista han dado paso a una búsqueda de valores morales
Artículo publicado en El Correo (25/09/2023)
Hace aproximadamente cuarenta años, el presidente Ronald Reagan definió en una sola frase al enemigo número uno del capitalismo: «soy el Gobierno y estoy aquí para ayudar».
Desde entonces, las cosas han cambiado sustancialmente. El libro más reciente de Martin Wolf —La crisis del capitalismo democrático (2023)- discrepa del maximalismo de Reagan, pero alerta de los complicados vericuetos seguidos por la vida económica en todos estos años y confirma que, aunque los mercados no siempre son eficientes, en la hora actual también podemos caer en manos de gobiernos autoritarios. Desde las páginas de Financial Times, Martin Wolf( 1946) es uno de los comentaristas económicos más influyentes del planeta.
Los postulados radicales del neoliberalismo y del furor consumista han dado paso auna relativa búsqueda de valores morales —solo relativa— pero también han abierto las puertas a movimientos populistas distribuidos aleatoriamente entre las extremas izquierdas y las extremas derechas.
“La crisis del capitalismo democrático” tiene cuatro partes. La primera analiza la relación entre capitalismo de mercado y democracia liberal. Wolf muestra cómo el capitalismo de mercado ayudó a crear la democracia representativa y por qué vale la pena cuidar y proteger el delicado equilibrio entre ambos, lo que él llama un «par simbiótico». Después de todo, ese equilibrio ha creado riqueza, libertades individuales y espacio para un florecimiento humano sin precedentes. En una exégesis de la obra ante el periodista Jorge Benítez destaca que el capitalismo democrático es un logro tan extraordinario que ha permitido, por ejemplo, que la sociedad británica haya dimitido a Boris Johnson y a su sucesora Liz Truss por medios pacíficos derivados de meras decisiones parlamentarias. «Piénsese que estos cambios hace no tanto tiempo acababan en guerras civiles», recuerda Wolf. Y para validar la vigencia del sistema, recuerda gráficamente que el lugar de refugio soñado por asilados y emigrantes no es Rusia, China, Corea del Norte o Venezuela, sino los Estados Unidos y Europa. Por algo será.
La segunda parte se refiere a cómo ha mutado la credibilidad del sistema capitalista en las últimas décadas, debido a las crecientes desigualdades de la población tanto en niveles de renta como de riqueza. La mala gestión de la globalización y la torpe llevanza de la inmigración y el escaso éxito en el enfoque de la lucha contra la pandemia son algunos factores más. Pero la clave reside quizá en el fraudulento comportamiento de las plutocracias que cambiaron las reglas del mercado por un “capitalismo rentista” o de influencias para obtener privilegios y posiciones dominantes de mercado ajenos al sistema capitalista democrático que han despertado una peligrosa desconfianza popular hacia las instituciones.
La larga tercera parte ofrece un amplio abanico de medidas para solucionar los problemas presentes del sistema. Wolf habla en todo caso de reforma y no de revolución, una réplica del “New Deal” lanzado por el presidente Roosevelt tras la Gran Depresión de 1928. Un amplio repertorio de innovaciones cuyo común denominador es acabar conlos privilegios de las elites que distorsionan las reglas del mercado. Crítica es la imperativa inversión masiva en educación, particularmente en la educación infantil para equilibrar el ascensor social. De lo contrario, la sociedad se dividirá en una subclase hereditaria y otra superelase hereditaria, extremo que hay que impedir: Los objetivos y funciones de los sindicatos también deben ser ampliados.
El libro concluye con la narración de los desafíos a los que se enfrentan las democracias liberales hoy en día. Wolf cita sin remilgos los pseudocapitalismos autoritarios encabezados por China y seguidos por la Rusia de Vladimir Putin, la Turquía de Erdogan, la Polonia de Kaczynski, la Hungría de Orban ola India de Modi. En cierta manera Wolf se muestra optimista al tratar de China y otros regímenes autoritarios en cuanto al alcance de su perversidad democrática. En otros puntos, sin embargo, se muestra pesimista sobre la capacidad de las democracias para recuperar el equilibrio necesario para revitalizarse.
Por cierto, Martin Wolfad advierte que constituiría una irresponsabilidad pensar que nuestras democracias puedan durar indefinidamente. Juan Luis Cebrián ha puesto un ejemplo aplicable a nuestro propio país: «la deslealtad ala Constitución que supone el olvido de los delitos del separatismo puede marcar el principio del fin de nuestra democracia».
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