La profesora titular de la Universidad de Deusto ocupará la cátedra Bernardo Atxaga del Instituto Etxepare en Nueva York, donde participará en un programa académico sobre cineastas vascas
Entrevista publicada en Deia (08/10/2023) | Harri X. Fernández.
María Pilar Rodríguez, investigadora y profesora de la Universidad de Deusto RUBEN PLAZA
La profesora e investigadora del Departamento de Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto es experta en cine vasco y también en la historia y la aportación que las mujeres cineastas vascas han hecho al medio. Doctora por la Universidad de Harvard, ha publicado numerosos artículos sobre literatura, cine, cultura y estudios de género y, entre sus libros se encuentran, por ejemplo, Mundos en conflicto: aproximaciones al cine vasco de los noventa (2002) y Cine vasco: una historia política y cultural, escrito junto a Rob Stone. Recientemente se ha encargado de la coordinación y de la edición de Cineastas vascas/Emakume zinegileak, publicado por la Filmoteca Vasca, y también ha participado en el documental Arnasa Betean, de Bertha Gaztelumendi y Rosa Zufía, que lleva a la gran pantalla la historia, los modos y las dificultades de las mujeres vascas que han dirigido tras las cámaras. Entre el 23 y el 27 de octubre, Rodríguez viajará a Nueva York, ciudad que conoce bien, para ocupar la cátedra Bernardo Atxaga del Instituto Etxepare y participar en el curso que busca dar cuenta de la cinematografía vasca a partir de las obras realizadas por mujeres directoras en diversos géneros y formatos, y llevar a cabo una exploración académica y divulgativa de estos trabajos artísticos.
Comenzando por la actualidad. ¿Cómo valora la Concha de Oro de ‘O corno’?
Muy positivamente. Es una película que reivindica valores como el feminismo, la solidaridad entre las mujeres o el derecho al aborto que hoy en día, desgraciadamente, se ponen en cuestión cuando hay partidos y movimientos que se oponen a los avances de los derechos de las mujeres. Es una película hecha con mucha sensibilidad y con buenas interpretaciones, y me hace muy feliz este premio.
En la Sección Oficial competían dos cineastas donostiarras. ¿Es sintomático de algo?
Este mismo año se publicó el libro Cineastas vascas/Euskal emakume zinemagileak, editado por mí y publicado por Filmoteca Vasca, cuya portada, precisamente, fue creada por Isabel Herguera. Hay dos ideas fundamentales que subyacen a los capítulos del libro. Por una parte, que hay pioneras del cine vasco, como Helena Taberna o Ana Díez, cuyo trabajo ha sido definitivo y ha servido para impulsar la carrera de otras mujeres directoras.
¿Y la segunda?
Hay un número de cineastas vascas que llevan ya tiempo trabajando en producciones muy interesantes desde distintos ámbitos. Ahora es cuando empiezan a aflorar los éxitos y a concederles premios y galardones, pero no es un trabajo que surja de la nada. Isabel Herguera ha sido una de las grandes figuras de la animación desde un acercamiento vanguardista e innovador y ya tiene muchos trabajos anteriores, y Jaione Cambroda, además del largometraje Arima, de 2019, ha sido guionista y directora de cortos y otras piezas audiovisuales.
Ocupará la cátedra Bernardo Atxaga del Instituto Etxepare y participará en un programa académico sobre cineastas vascas. ¿Qué supone para usted?
Una alegría y una satisfacción. Quiero agradecer a Etxepare Euskal Institutua y a CUNY la confianza que me otorgan. Será una oportunidad única para dar a conocer el cine vasco dirigido por mujeres. Yo fui profesora en la Universidad de Columbia y viví siete años en Nueva York, pero hace ya 20 años de eso, así que será bonito pasar una semana de nuevo allí.
A su juicio, ¿de qué salud goza el cine rodado por mujeres vascas?
Basta con ver los éxitos cosechados por películas como Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azua, o 20.000 especies de abejas, de Estibaliz Urresola, para ver el gran momento del cine vasco hecho por mujeres. Hay que añadir, sin duda, la reciente Concha de Oro, y el Premio Irizar a Isabel Herguera por El sueño de la sultana. Vendrán más premios y más reconocimientos, porque el talento de estas y de otras mujeres es incontestable y poco a poco se van dando las condiciones para que puedan desarrollar y producir sus obras.
Una de las preguntas que sobrevuela últimamente a la cuestión que nos ocupa es si existe una mirada femenina en el cine.
En primer lugar, la presencia de las mujeres directoras en la cinematografía vasca fue muy tardía. Pensemos que el primer largometraje de ficción fue la película de Ana Díaz Ander eta Yul y es del año 1990. Si lo comparamos con otras cinematografías, como la española, en la que mujeres como Josefina Molina o Pilar Miró ya llevaban estrenando películas desde los 70, o la francesa, con figuras como Agnès Varda, hay un retraso evidente.
Son muchos años…
A ello hay que sumar el hecho de que desde los comienzos hasta muy recientemente, los largometrajes de ficción dirigidos por mujeres han sido muy escasos. Por ello, ha faltado una gran parte de la población vasca que contara sus historias y lo hiciera desde su punto de vista. Hay una mirada que aportan las mujeres directoras que es diferente en el respeto por la figura de las protagonistas y en el tratamiento del cuerpo y de la sexualidad, y que yo he analizado, por ejemplo, en Yoyes, de Helena Taberna.
De hecho, por elección o por necesidad, muchas cineastas vascas apostaron por dedicarse al documental. ¿Era su única manera de hacer cine?
Sí, eso es. Un documental nunca tiene los gastos enormes de un largometraje de ficción, y entre las películas estrenadas por cineastas vascas predominan los documentales de creadoras como Helena Taberna, Maider Oleaga y, más recientemente, Iratxe Fresneda o Izaskun Arandia. Son obras de gran calidad y demuestran el buen hacer de sus directoras, que además reivindican en todos los casos valores como la solidaridad, el apoyo a las personas migrantes y refugiadas, y la justicia social.
Cita a Taberna y Díez, dos pioneras que, además, trataron un tema complejo, el de la violencia de ETA, incluso desde un punto de vista novedoso para la época.
La valentía de Ana Díez y de Helena Taberna me resulta difícil de entender. Los años en los que estrenaron Ander eta Yul (1990) y Yoyes (2000) eran convulsos y la representación de ETA en la pantalla era siempre arriesgada. Hicieron obras pioneras y de gran valor a nivel cinematográfico y social. Su carrera ha ido evolucionando en diversos sentidos. Yo conozco más de cerca la trayectoria completa de Taberna, cuyo compromiso feminista y social nunca ha dejado de estar presente en su obra. Ambas tienen un mérito incuestionable, y solo en estos últimos años están empezando a recibir los premios y reconocimientos que sin duda se les deben otorgar.
De la misma manera que crece la presencia de la mujer en el plano de la realización, ¿se podría decir que también aumenta el corpus académico al respecto?
Hasta ahora han sido muy escasos los trabajos académicos que han analizado esta producción de las mujeres cineastas vascas, y se cuentan con los dedos los trabajos publicados. Sin embargo, estoy segura de que las películas que mencionaba anteriormente y otras van a dar lugar a artículos relevantes, ya que tocan temas como las maternidades o las identidades sexuales que despiertan interés académico, tanto aquí como en otros países. Recomiendo mucho a todo el público el documental Arnasa Betean, que da cuenta de la obra de las cineastas vascas en conjunto.
Una de las maneras de introducirse en el sector del cine vasco era a través de Kimuak. No obstante, en 23 años que lleva en activo este programa, sólo un 19,3% de los cortometrajes seleccionados fueron dirigidos por mujeres.
Cierto, y hubo muchas ediciones en las que no había ni una sola mujer, lo que reflejaba el estado de la cuestión, pero el panorama está cambiando radicalmente, y en la última edición, en la de 2022, de los siete cortometrajes seleccionados para el catálogo de Kimuak, solo uno era de un hombre, Aitzol Saratxaga. El resto fueron mujeres: Irati Gorostidi, Estibaliz Urresola, Maider Fernández, Enara García y Ainhoa Olaso, Lur Olaizola y Maider Oleaga. Creo que en el futuro el catálogo Kimuak estará más equilibrado.
Los datos estadísticos siguen señalando una realidad que existe un gap: en muchos casos, tras dirigir una primera obra de formato largo, desaparecen como cineastas y pasan a otros trabajos en el sector.
Dirigir y estrenar una película no es una cosa sencilla. Hace falta talento, financiación, muchísimo trabajo, disciplina y una gran flexibilidad y capacidad de adaptación en muchos sentidos. No es sencillo sacar un largometraje adelante y nada garantiza que, tras el estreno de la primera película, la producción de la segunda esté asegurada.
¿Cómo se puede arreglar?
Soy una gran defensora de las cuotas y de las ayudas para las cineastas vascas, porque es necesario corregir el panorama actual y porque en muchos casos ellas no disponen de la red de contactos y apoyos necesarios que algunos de los directores obtienen con mayor facilidad en ocasiones. En la mesa redonda del Observatorio de Igualdad de RTVE en este Zinemaldia, en el que yo participé, Arantxa Ethevarría admitía que ha podido seguir dirigiendo gracias a las ayudas, y ella ya había ganado el Goya en 2018 por Carmen y Lola.
Incluso aunque se logre rodar una primera obra, siempre les cuesta más tiempo que a un hombre.
Helena Taberna me ha contado que el hecho de haber estrenado varios largometrajes de ficción y documentales con éxito de público no ha supuesto grandes facilidades cada vez que ha tenido que emprender una nueva aventura cinematográfica, y eso es algo común. Las directoras, como la propia Taberna y otras, están creando sus propias productoras y en otras ocasiones se asocian con otras directoras para tener más facilidades, pero siempre es un camino arduo.
En ese sentido, el panorama parece que está cambiando con la apuesta de productoras como María Zamora, a nivel del Estado, o de Leire Apellaniz y Marian Fernández a nivel de Euskal Herria.
Las productoras juegan un papel definitivo para hacer posible que las películas lleguen a realizarse y a estrenarse y las mujeres que están a cargo de la producción son fundamentales en el desarrollo de todo el proceso. Hay que prestar atención y apoyar el trabajo de estas mujeres, cuyo apoyo a las directoras es definitivo en ocasiones.
También existe una línea de ayudas públicas y de residencias como Noka o Aukera, que parece que favorecen el cine dirigido por mujeres.
Todas las ayudas públicas, todos los programas y todas las asociaciones, como la de las cineastas vascas, (H)emen, son necesarias y todas ayudan. Cada una a su modo, a impulsar el talento y la creatividad de las mujeres y, sobre todo, proporcionan esas redes de conocimiento y de apoyo que resultan fundamentales para el desarrollo de sus capacidades en el presente y en el futuro.
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