Hay un progresismo en chancletas que se autoconvence por pura inercia de la propaganda que tacha al oponente de enemigo ‘per se’
Artículo publicado en El Correo (18/10/2023)
Uno de los temas recurrentes en la conversación de quienes han soportado un desperfecto o siniestro doméstico es la supeditación –por error u omisión– a la agenda de quienes vienen a resolver el entuerto. Quien lo niegue, no vive en este mundo. Al menos en el genérico de esta piel de toro. Y valga la metáfora, porque la circunstancia puede darse en Santander, Albacete o La Coruña.
La cadena de dependencia que genera simplemente una fuga de agua coloca en auténtica posición de poder a quien debe resolverlo; Dios mediante, con el visto bueno de la compañía de seguros. Que esa es otra.
Pues bien, ese gremio encargado de realizar instalaciones de agua potable, no potable y aguas residuales en viviendas, industrias y talleres –sin olvido de la limpieza de tuberías, bajantes, arquetas y sifones– se ha convertido en el paradigma de un déficit nacional a gran escala. La ausencia de técnicos cuya calidad y eficacia motiva la desazón se acentúa debido a citas inalcanzables, respuestas crípticas y complejos enigmas irresolubles. Lo peor, la solución adecuada tarda en llegar y deriva en disgustos patológicos.
Aseguro que no estoy contando mi vida. Apunto desde la voluta de la política vigente a los ribetes de un mal social compartido, a un déficit del sistema educativo, a un abuso marcado por la férula del marco sindical, y a una ausencia de inteligencia emocional que se manifiesta diariamente en nuestros días.
Propugno por ello la impartición de un curso de estrategia y diplomacia asociado a los estudios técnicos pertinentes, para que tales servicios resuelvan con consideración ante cualquier siniestro y eviten multiplicar consecuencias como el estrés del ciudadano. Pero especialmente clamo en pro de la necesaria reflexión para evitar entre afectados una sobredosis de cortisol y que nos dé un jamacuco.
Por eso aprovecho y quiero relacionar la fontanería clásica con la fontanería política, ya que esta gestiona apaños y manejos espurios para un hipotético buen término. Y porque esta une y reúne bastante bien a los actuales políticos situados en los entresijos del poder. Más en concreto, a aquellos que están realizando negociaciones de forma oculta, programadas para garantizar el fin de lo que se tenga por objetivo.
En la fontanería de oficio los hay de todo tipo y condición. Pero más allá de su cualificación, su dictadura se evidencia ante la escasez de personal disponible. En política, la disponibilidad de fontaneros tiene aparentemente más posibilidades, en tanto existen más agentes dispuestos a ejercerla… Sin embargo, esto no garantiza su eficacia. Y ahora que se ha trazado una línea de estrategia fontanera a la que me niego a calificar de ‘diplomacia secreta’, y se ha diseñado una tubería que llega a confines de la antigua Flandes, me pregunto si esa prepotencia que está siendo alentada por unos y criticada por otros tantos merece tanto análisis.
No obstante, el disgusto ante los desplantes de un fontanero con agenda propia y sin sensibilidad alguna ante los efectos colaterales de un siniestro parece tener mayor resonancia social que la que se expresó en Barcelona el domingo 8 de septiembre pasado.
Esto no impide recordar que el hartazgo ante la opacidad de un político que ansía sus objetivos convirtiendo en ‘sfumato’ el diagnóstico y dictamen de expertos constitucionalistas, de jueces del Supremo, de los ganadores de las pasadas elecciones, de las generaciones que vivimos la etapa más crucial hasta conseguir que el Estado español tuviera apariencia y contenido democrático, claro que pasará a la Historia. Pero a una historia con minúsculas. Nunca mejor para recordar a Luis Carandell y su ‘Celtiberia Show’, apuntando con el láser a una ciudadanía a la que solo empieza a preocupar lo prolongado del ‘veroño’.
A quienes hemos observado con mesura y contención los desaguisados de la legislación del Gobierno en funciones, la llave inglesa del fontanero y el desmontaje del sifón del lavabo empiezan a parecernos imprescindibles. Porque conviene asegurarse de que el desagüe funcione en condiciones.
Hay un progresismo en chancletas que se autoconvence por pura inercia de cierta propaganda que tacha al oponente de enemigo ‘per se’. Cosa que en pleno siglo XXI parece una antigualla. Quizás a quien lo predica, si se le estropea la ducha, tendrá que soportar el plantón sin contemplaciones del fontanero.
Y por supuesto, avanzar exige política útil, pero sobre todo exige más conocimiento con mayúsculas y de paso, una ley de educación adecuada. Especialmente para que la formación profesional permita otro tipo de profesionales –incluida la fontanería–. Las cosas, como la calidad democrática, se rompen… claro que se rompen. Pero a mí me interesa que el fontanero no me estropee aún más que lo que viene a arreglar.
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