Artículo publicado en El Obrero (08/11/2023)
La cuestión de qué y cómo enseñar la historia de un pasado conflictivo no se puede esclarecer si no definimos antes para qué enseñar esa historia. La educación histórica, sobre todo cuando se refiere a pasados violentos, debe asumir entre otras una función ética y social centrada en desnormalizar la violencia. Es decir, en ayudar a entenderla como un problema que necesita ser explicado y como una construcción social que puede ser transformada.
Esta tarea supone deshacer intencionadamente la normalización de la violencia. Una normalización aún presente en las formas tradicionales de enseñar historia y en los imaginarios sociales. Estos últimos se reproducen intergeneracionalmente y están basados en ideas como que la violencia es natural e inevitable.
Para satisfacer esta función social resulta imprescindible transformar a las y los estudiantes en sujetos con conciencia histórica. Ello implica hacer que memoria e historia dialoguen. Ambas comparten el mismo objeto, el pasado. Y surgen de una misma preocupación, aproximarse a él y representarlo en el presente.
Sin embargo, tradicionalmente historia y memoria se han percibido como acercamientos antagónicos. Es cierto que, como dice Paul Ricoeur, historia y memoria son formas de representación del pasado gobernadas por regímenes diferentes. Entender sus peculiaridades resulta fundamental para comprender cómo pueden ponerse en diálogo en un proyecto educativo.
Diálogo memoria–historia
Con frecuencia, las memorias relacionadas con pasados conflictivos y violentos se construyen a partir del esfuerzo de determinados grupos por evitar que se nieguen, se olviden o se repitan las violencias que han padecido y, por ello, otorgan una importancia significativa al testimonio de las víctimas.
La memoria personal y colectiva es emotiva, se siente profundamente; también es parcial porque lo que busca es afirmar lazos comunitarios e identidades de grupo, define amigos y enemigos y reconoce vínculos con proyectos ideológicos y políticos.
En contraste, la historia es analítica e intelectual. Es una disciplina que busca la imparcialidad, construir un conocimiento cierto, aunque siempre provisional, del pasado. Lo hace mediante el análisis crítico de evidencias y la contextualización de los hechos en escenarios y procesos sociales más amplios. En consecuencia, reclama autonomía respecto de proyectos ideológicos y políticos.
Memorializar la historia, historizar la memoria
El abordaje pedagógico del pasado violento se empobrece si prescinde de uno de estos dos registros. Ricoeur plantea que entre memoria e historia se establece una relación dialéctica mutuamente cuestionadora y enriquecedora.
En un proyecto educativo, el diálogo entre memoria e historia debe desarrollarse de acuerdo a una doble estrategia. Implica:
- memorializar la historia, es decir, encarnarla en la experiencia del sufrimiento injusto de las víctimas;
- historizar la memoria, es decir, someter las distintas memorias individuales y colectivas sobre los pasados conflictivos y sus manifestaciones violentas a la crítica de la historia.
Memorializar la historia destaca la dimensión ética del conocimiento histórico, colocando a las víctimas como referentes principales. Así se posibilita el cultivo en la juventud de sentimientos morales como la indignación, la compasión y la empatía desde los cuales se puede comprender mejor la dimensión de inhumanidad del pasado violento y proyectar estos aprendizajes en la manera de enfrentarse a otras formas de victimación en el presente.
Historizar la memoria implica desmitificar las lecturas sociales que se hacen del pasado, reconocer las controversias que existen entre distintas memorias sobre los mismos hechos históricos y la complejidad de estos fenómenos frente a los afanes de simplificación, de olvido y de manipulación política e ideológica. Todo ello puede contribuir a una lectura autocrítica de la propia memoria.
Mecanismos narrativos
La convergencia entre memorialización de la historia e historización de la memoria puede utilizar pedagógicamente diez mecanismos narrativos para desnormalizar y deslegitimar la violencia:
- La diferenciación entre conflicto y violencia;
- El enmarque de los hechos en procesos históricos más amplios que iluminan las consecuencias negativas o destructivas de la violencia;
- La apuesta por la coordinación plural de distintos relatos basados en la verdad y en la justicia;
- La defensa de la centralidad de las víctimas y de su asimetría moral respecto de los victimarios;
- La visibilización de las opciones no violentas;
- La explicitación de la agencia de los responsables de las distintas formas de violencia;
- La visibilización de estructuras y actores sociales que impulsan y sostienen la violencia;
- La representación de los costos y de los efectos destructivos de la violencia a corto y a largo plazo;
- La representación de las ganancias que algunos sectores obtienen de la violencia;
- La conexión entre la violencia experimentada en el pasado, sus consecuencias en el presente y su impacto en las posibilidades de futuro.
Nuestra experiencia
Estas consideraciones se han madurado durante el desarrollo de una Comunidad de Aprendizaje con personas jóvenes que trataba de explorar con ellas la historia y la memoria sobre el conflicto vasco y la violencia de los últimos 50 años. No obstante, muestran cuestiones clave para su aplicación en la enseñanza de cualquier otro pasado conflictivo y violento .
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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