Artículo publicado en El Correo (20/11/2023)
El pasado viernes fui con mis alumnos de primero de Ciencia Política al
Parlamento vasco. Es una visita que hacemos cada año para que puedan ver en la práctica cómo funciona una democracia parlamentaria. Siempre intentamos coincidir con una sesión de control en la que la Cámara ejerce una de sus principales funciones relacionada con la rendición de cuentas del Gobierno, en la que el Ejecutivo se somete a las preguntas y a las interpelaciones que les realizan todos los grupos parlamentarios y los representantes de los distintos partidos políticos.
Esta visita coincidía en la misma semana de la sesión de investidura en el Congreso de los Diputados de España, que también hemos analizado en clase como uno de los momentos clave de la liturgia de la democracia parlamentaria, en la que la mayoría de los representantes elegidos en las eleccio
nes generales han construido el Ejecutivo que presidirá Pedro Sánchez.
En Euskadi habrá elecciones en los próximos meses, con lo que sería esperable que la intensidad, la sobreactuación y la polarización de la puesta en escena fuera mayor que en un Parlamento recién formado, como el español, sin elecciones a la vista ni a corto ni a medio plazo.
La realidad es que la cultura política estructural de la clase política vasca pesa más que el contexto o la coyuntura electoral. La educación, el respeto, el tono, las buenas maneras y la renuncia al insulto es algo de lo que se pueden sentir orgullosos todos los representantes políticos vascos, tanto los parlamentarios como los miembros del Ejecutivo. Es algo que he podido ver en directo en los últimos años y que ayuda a crear referentes positivos de la profesión política para los jóvenes vascos.
No es de extrañar que la clase política vasca no haya sido un problema para la ciudadanía en la última década, al revés que los políticos y la clase política española, que no han dejado de figurar como una de las principales preocupaciones de la ciudadanía. La polarización se ha ido rebajando en Euskadi en los últimos años, mientras se iba inflamando en España hasta el punto que en las disputas parlamentarias se trata a los adversarios políticos como enemigos, se insulta sin mesura, se grita, se patalea y se ridiculizan con odio las posiciones políticas. El Parlamento vasco podría funcionar sin presidenta por la madurez de su clase política. No es imaginable lo que ocurriría si en el Congreso pudieran hacer y decir lo que quisieran sin la vigilancia y el control de su máxima responsable.
Sería deseable que el legado de estos representantes políticos, que han dignificado su profesión más allá de sus errores y aciertos, fuera recogido como un tesoro a cuidar por las siguientes generaciones de representantes que entrarán tanto en el Parlamento como en el Ejecutivo vasco en los próximos años y que siga siendo una seña de identidad de las instituciones vascas la defensa con educación y respeto de todas las posiciones políticas.
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